Segunda Parte
Giancarlo Castillo Gutiérrez/ Universidad Tecnológica de Perú
Seguimos reflexionando en este artículo la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI, para identificar en ella la dimensión educativa de la esperanza y los momentos que la componen.
Recordemos que la encíclica Spe Salvi es un documento papal de agudísima teología, exégesis y escatología sobre la esperanza cristiana, pero redactada de un modo pastoral, ya que «se centra en puntos esenciales para la vida cristiana» (Del Cura, 2009: 153)
En esta segunda parte se aborda la esperanza cristiana como una forma de educar a la persona.
La esperanza cristiana educa a la persona
Un primer aspecto que podemos considerar para afirmar que la esperanza cristiana educa a quien la posee, parte de la idea de que la educación tiene como finalidad “formar un hombre nuevo” (Giussani, 2006: 94) o más aún si logramos percibirla en su modo más auténtico al punto de que gracias a ella “el hombre puede vivir una metamorfosis en la cual se transhumana, crece, se eleva y se eterniza” (Gatti, 2010: 52), entonces podemos entrar en sintonía con la idea de que quien se educa, transforma su vida para siempre.
Esta manera muy general de comprender el fin de la educación encuentra un paralelismo con la esperanza cristiana que Benedicto XVI (2007) propone en su Spe Salvi en cuanto que, a partir de ella, sostiene que (al igual que la educación), “quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (n. 2).
En efecto, aquí se ve con claridad que la esperanza educa a la persona en cuanto que ella es capaz de provocar un cambio en el hombre, le capacita para que pueda asumir una forma de vida nueva conforme a los contenidos de la fe, con su inteligencia y en libertad (ver 1 P 3, 15), y ya no vive de la misma manera, vive ahora la vida buena.
Cabe recordar que dicha esperanza que educa al hombre le viene como un don de Dios, pues es siempre una virtud teologal y por lo tanto esta educación de la esperanza le suscita una vida humana más plena por que alcanza también su dimensión espiritual, en contraposición de aquellas pedagogías de la esperanza de corte pragmático y de liberación como la de Paulo Freire; que a pesar de ser un aporte educativo interesante, solo explica que nuestra esperanza nace del interior del hombre y que se hace realidad plena en la acción, pero que tiene definitivamente, solo una mirada ultraterrena. O como es el caso de Víctor Mendoza quien también se encuentra en esta línea, cuando añade que la teoría del caos sería el fundamento de una pedagogía de la esperanza y no el encuentro con Dios.
Hacia una meta
Un segundo aspecto que puede hacer más clara la idea de que la esperanza cristiana educa es el paralelismo que encontramos en la afirmación de que “la palabra ‘realidad’ es para la palabra ‘educación’ como la meta para el camino” (Giussani, 2006: 61). Esto quiere decir que educarse supone para el ser humano, llevar a cabo un camino, un movimiento, con todo lo que es, hacia una meta concreta: la realidad, para afirmarse en ella en su totalidad y encontrar así el significado de la vida, de su vida.
Así mismo, la esperanza también educa al hombre en cuanto que le conduce hacia una meta, hacia una nueva realidad: la vida eterna, con el agregado de que no solo conduce al hombre hacia aquella meta, sino que en el presente, durante el camino, ya le concede, de algún modo, aquella meta esperada. Vemos entonces, que la esperanza sostiene toda la vida de la persona, y por tanto es verdaderamente educativa.
Una guía necesaria
Un tercer aspecto, parte de la pregunta acerca de si ¿dicho camino ha de ser recorrido sin ningún tipo de acompañamiento o, por el contrario, la persona necesita de una autoridad que la acompañe en el trabajo de educarse? En efecto, este proceso no es posible realizarlo solo, toda persona necesita de un maestro que acompañe al yo del discípulo en su camino desde la certeza a la verdad (Borghesi, 2007: 36).
La educación supone entonces un camino que se ha de realizar de la mano de un guía, un maestro, una autoridad que lo haga crecer. Del mismo modo, quien tiene esperanza sabe que no camina solo y sabe también que necesita de personas que le acompañen y guíen en su camino hacia la meta: la vida eterna. Sobre esto, Benedicto XVI sostiene en la misma Spe Salvi que:
Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar a Él necesitamos luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza […]? [Por su “sí”] la esperanza de milenios debía hacerse realidad. (Benedicto XVI, 2007: nn. 49-50)
La presencia de aquellos gigantes de la fe, que en su tiempo han vivido o viven con caridad, contribuye a que la vida diaria del cristiano pueda ser llevada con heroicidad, precisamente porque aquellos han comprendido en toda su dimensión qué es tener esperanza. Sí, porque han hecho carne las virtudes teologales, pueden ser maestros de fe, esperanza y caridad.
Los cinco pasos de la esperanza
Luego de presentar una visión explicativa de la esperanza cristiana y su dimensión educativa, y haberla justificado a la luz de la Spe Salvi y otros textos, sobre todo del mismo autor, y sin pretender con ello elaborar un tratado pedagógico ni presentar un nuevo enfoque educativo, nos proponemos ahora precisar los momentos en que se va constituyendo nuestra esperanza y cómo esta -por ser una virtud teologal- nos educa tan significativamente que incluso nos cambia la vida y nos salva.
Para ello, vamos a desarrollar los pasos de este itinerario educativo de la esperanza, un recorrido que tiene un inicio (el encuentro con Cristo), un desarrollo (promesa, presente y aprendizaje) y finalmente un desenlace (el compromiso). A este itinerario le he llamado los cinco pasos de la esperanza cristiana, que se puede definir como un proceso performativo que tiene a Dios como fundamento y contenido con el fin de educar al hombre en la esperanza. Veamos a continuación cada uno de los pasos. Encuentro-promesa-presente-aprendizaje-compromiso.
1.El encuentro con Cristo
Este es el inicio de nuestra esperanza, por ello Benedicto XVI (2007), en la primera parte de su encíclica nos dice que:
Pablo recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo “ni esperanza ni Dios” (Ef 2,12). Naturalmente, él sabía que habían tenido dioses […], pero de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban sin Dios. (n. 2)
Nótese, que antes del encuentro con Dios los Efesios estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo sin Dios, sin embargo, llegar a conocer al Dios Verdadero (Jesucristo), encontrarlo, significó para ellos y significa, también para el hombre de hoy, recibir una esperanza. Esta, parte de un hecho que tiene forma de encuentro, de un momento que nos conquista, pues “el efecto que se produce, y que te hace descubrir algo nuevo, no es fruto de un razonamiento […], sino fruto de un encuentro, de un momento que te impacta” (Giussani, 2008: 63).
Del encuentro con Cristo surge una esperanza porque la Vida, la Verdad, el Camino, el Amor y la Resurrección se desbordan en él, ya que él mismo es todo esto (ver Jn 14, 6; 11, 25) y todo esto se nos ha dado como promesa. Sin embargo, con esto no queremos decir que una persona no pueda hacerse cristiana a partir de la intelectualidad de sus razonamientos que se derivan de la fuerza de la verdad de la fe, sino solo remarcar que no es la cuestión teórica de la fe la que nos cambia la vida, sino que es el Dios que es Persona y que ha mostrado su rostro en Cristo quien nos salva y por quien surge nuestra esperanza. No es solamente el encuentro con una verdad teórica, sino el encuentro con una persona que es la Verdad: Jesucristo.
El encuentro con una persona así genera inevitablemente un impacto que hace brotar, en quienes le aceptan, una esperanza, y cuando esta surge, entonces, se empieza una nueva vida conforme a aquella promesa.
Promesa
Tomar conciencia de aquella promesa que se nos ha dado es el segundo paso de esta pedagogía de la esperanza cristiana, pero ¿de qué promesa se trata? Se trata de la promesa de vida eterna, aquella que Benedicto XVI desarrolla muy bien en el apartado primero y tercero de la encíclica. Por un lado, el apartado primero lleva como título ‘la fe es esperanza’, allí el Papa hace referencia a textos del Nuevo Testamento, como es el caso de 1Ts 4, 13, en donde resalta la idea de que los cristianos tienen un futuro cierto, tienen la promesa de Cristo de que sus vidas, en conjunto, no desembocan en la nada o acaban en el vacío, por el contrario, tienen sentido (Benedicto XVI, 2007: n. 2), es decir, existe una promesa de vida eterna que es vida en plenitud (Jn 10, 10).
Esta promesa, por decirlo de algún modo, nos pone en movimiento hacia aquella realidad esperada, ya que solo una meta que corresponda a las exigencias más profundas del ser humano es capaz de poner en movimiento la totalidad de lo humano: el corazón, la voluntad, la libertad y la razón, se involucran cuando la meta es el destino último del hombre: la eternidad. Aun sin entenderla completamente, sabemos que aquella es la meta a la cual nos sentimos impulsados.
Vida eterna
Por otro lado, en la tercera parte de la encíclica denominada ‘La vida eterna ¿qué es?’ el Papa Benedicto XVI afirma que esta realidad desconocida y esperada es la verdadera esperanza que se expresa con el nombre de vida eterna, esa vida que consiste, ya no en el sucesivo pasar de los días, sino en un instante de felicidad que se hace eterno. Una vida en la cual:
La totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad […] en el cual el tiempo -el antes y el después- ya no existe [y] estamos desbordados simplemente por la alegría [.] Jesús lo expresa así: “volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría (Jn 16, 22). (Benedicto XVI, 2007: n. 12)
Amor e inteligencia
Los humanos hemos sido llamados a la existencia por el Amor y como todo amor exige eternidad, entonces podemos decir que Dios nos llama a la existencia para vivir junto a él en la eternidad; por decirlo de algún modo, podemos afirmar que su amor nos hace eternos. Nos dio la existencia por amor, pero luego establece un diálogo con el hombre, y aquí es cuando se da el paso del Amor al Logos, es decir un Dios que nos ama y que luego dialoga con el hombre para que podamos encontrar la Verdad que nos salva: encontrarlo a él, el logos hecho carne. Nos ama y luego apela a nuestra inteligencia, así amor e inteligencia ponen en movimiento nuestra existencia y ambos, ahora unidos en uno solo, y que podemos llamar “amor inteligente”, se convierte entonces en el instrumento para cada una de nuestras acciones con miras a conseguir la vida eterna.
A esta afirmación le sigue de inmediato una pregunta: aquella promesa de vida eterna que surge de la esperanza ¿es algo que pertenece solamente al futuro o la podemos vivir ya en el hoy, es decir, en el tiempo presente? Dicha promesa, lo enseña Benedicto XVI y lo confirma la Iglesia Católica, puede ser vivida ya en el presente bajo algún aspecto, aunque no en su dimensión definitiva.
En la siguiente edición concluiremos con los restantes pasos de la esperanza: presente, aprendizaje y compromiso.