Sumario: El Purgatorio según María Simma, en una entrevista que nos aclara muchos aspectos sobre esta realidad…
Presencia
María Simma, fue una anciana mujer que vivió hasta el día de san José del año 2004 en las montañas de Sonntag (Austria). De origen campesino, desde su niñez rezaba mucho por las almas del Purgatorio. Cuando tenía 25 años fue favorecida por un carisma muy particular en la Iglesia, muy raro también, el carisma de ser visitada por las almas del Purgatorio. La primera vez que fue visitada por un alma del Purgatorio fue en 1940.
Una noche, alrededor de las 3 de la madrugada, oyó que alguien entraba en su habitación. Vio a un hombre pero no pudo agarrarlo, atrapó aire. Ella lo contó a su director espiritual, el cual le dijo que le preguntara lo que quería. A la noche siguiente, el hombre regresó, reconoció que era definitivamente él mismo. Ella le preguntó: “¿Qué quiere usted de mí?”. El respondió: “Mande celebrar tres Misas por mí y seré liberado”.
Entendió que se trataba de un alma del Purgatorio. Su padre espiritual se lo confirmó y le aconsejó que nunca las rechazara, sino que aceptara con generosidad cualquier cosa que pidieran de ella. Las visitas continuaron. María relata que la mayoría pide que se celebren Misas por ellas y que esté presente en ellas; también piden que se rece el Rosario y el Vía Crucis.
Adecuadamente asistida por su confesor y director espiritual, y bajo el cercano seguimiento del Obispo del lugar, María vivió una vida donde la presencia sobrenatural se volvió cotidiana. Publicamos extractos de la entrevista a María Simma y que fue publicada en el libro “El maravilloso secreto de las almas del purgatorio”.
-¿Qué es exactamente el Purgatorio?
– Diría que es una invención genial por parte de Dios. Y aquí quisiera proponerles una imagen toda mía. Supongan que un día se abre una puerta y aparece un ser extraordinariamente bello, de una belleza tal, nunca vista sobre la tierra. Aquí quedan fascinados, trastornados por este ser de luz y de belleza, tanto más que él demuestra estar locamente enamorado de ustedes (lo que nunca se hubiesen imaginado); se dan cuenta que también él tiene un gran deseo de atraerlos a sí, de abrazarlos; y el fuego del amor que quema ya en sus corazones los empuja seguramente a precipitarse entre sus brazos. Pero ustedes, se dan cuenta, en ese preciso instante, de que hace meses que no se lavan, que huelen mal, que se sienten horriblemente feos; tienen la nariz que chorrea, los cabellos grasosos y pegoteados, horribles manchas de suciedad sobre la ropa. Entonces se dicen a sí mismos: «¡No, no es posible que yo me presente en este estado!. Es preciso que antes me lave, me duche, y luego, rápidamente, regrese a verlo…». Pero he aquí que el amor nacido en sus corazones es tan intenso, tan fuerte, tan abrasador, que este atraso debido a la ducha es absolutamente insoportable. Y el dolor mismo de la ausencia, aunque dure sólo pocos minutos, causa un ardor atroz en el corazón. Y, ciertamente, este ardor es proporcional a la intensidad de la revelación del amor: es una Llama de amor…
Pues bien, el Purgatorio es exactamente esto. Es un atraso impuesto por nuestra impureza, un atraso antes del abrazo de Dios, una Llama de amor que hace sufrir terriblemente; una espera, o si quieren, una nostalgia, del Amor. Es precisamente esta Llama, esta ardorosa nostalgia la que nos purifica de todo lo que aún es impuro en nosotros. Me atrevería a decir que el Purgatorio es un lugar de deseo, del deseo loco de Dios, de Dios que ya ha sido reconocido y visto, pero al cual el alma todavía no se ha unido.
-¿Las almas del Purgatorio prueban alegría y esperanza en medio de sus sufrimientos?
– Sí, ningún alma quisiera volver del Purgatorio a la tierra, porque ellas ya tienen un conocimiento de Dios infinitamente superior al nuestro, y no podrían nunca más decidirse a regresar a las tinieblas de este mundo. He aquí, entonces, la gran diferencia entre los sufrimientos del Purgatorio y los de la tierra: en el Purgatorio, aunque sea terrible el dolor del alma, la certeza que se tiene de vivir con Dios es tan fuerte e indestructible que el gozo de esta certeza supera aun el dolor; y por nada del mundo esas almas quisieran volver a vivir sobre la tierra donde, al fin de cuentas, nunca se tiene seguridad de nada.
– ¿Por qué se va al Purgatorio? ¿Cuáles son los pecados que conducen con frecuencia a las almas al Purgatorio?
– Son los pecados contra la caridad, contra el amor hacia el prójimo, la dureza del corazón, la hostilidad, la calumnia; sí, todas estas cosas. Sé que la maldición y la calumnia se cuentan entre las culpas más graves que necesitan una larga purificación.
– Entonces, María, ¿puedes decirnos quienes son los que tienen mayores posibilidades de ir directamente al Paraíso?
– Son aquellos que tienen un corazón bueno, un corazón bueno hacia todos. La caridad cubre una multitud de pecados. Sí, es San Pablo quien nos lo dice.
– Y ¿cuáles son los medios que podemos emplear sobre la tierra para evitar el Purgatorio e ir derecho al Paraíso?
– Debemos hacer mucho por las almas del Purgatorio, porque son ellas quienes, a su vez, nos ayudan. Hay que tener mucha humildad: ésta es el arma más grande contra el Maligno. La humildad elimina el mal.
-¿Podrías decirnos cuáles son los medios más eficaces para facilitar la liberación de las almas del Purgatorio?
– El medio más eficaz es la Misa, porque es Cristo quien se ofrece por amor nuestro. Es la ofrenda del mismo Cristo a Dios, la más bella de las ofrendas. EI sacerdote es el representante de Dios y es el mismo Dios que se ofrece y se sacrifica por nosotros. La eficacia de la Misa por los difuntos es tanto mayor cuanto más grande ha sido la estima que ellos tuvieron por la Misa cuando eran todavía en vida. Si en esas Misas han orado con todo el corazón y si han asistido también durante la semana, según el tiempo disponible, ellos sacarán grande provecho de las misas celebradas por ellos. También en esto se recogerá lo que se ha sembrado. Además de ir nosotros, no nos olvidaremos de invitar a nuestros hijos a que asistan a estas Misas, y, si posible, invitemos a los muchachos de las escuelas. Ningún padre, ninguna madre, ningún catequista puede poner en el corazón del niño lo que Nuestro Señor personalmente le da, en gracias, durante la Misa y la Comunión.