Los cristianos de los primeros siglos no celebraban la Navidad o el nacimiento de Jesús…¿Por qué?…aquí la explicación…
Francisco José Gómez Fernández/ Autor
Los primeros trescientos años del cristianismo basculan entre la indiferencia casi total del primer siglo, en lo tocante al nacimiento de Jesús, y la profusión de fechas propuestas en el siglo III entre las comunidades cristianas, con el fin de celebrar la Navidad. Hasta llegar a este punto, inicialmente hubo de darse un proceso lento, intermitente en el tiempo y las más de las veces, espontáneo, entre los grupos que formaban la Iglesia de los primeros siglos.
Sus hitos, esto es, la redacción de los pasajes evangélicos del nacimiento e infancia de Jesús, las incipientes “peregrinaciones”, el primer interés por la gruta de la Natividad en Belén, y la vida de un obispo virtuoso con fama de santo, aún combinados entre sí, no parecían contar con la fuerza suficiente como para provocar el interés y la atracción que en la tercera centuria alcanzó la Navidad entre los cristianos; y sin embargo así fue.
No hemos de olvidar que la verdadera fuente de la persuasión de tal festividad estaba en su mensaje y en la vivencia del mismo. La celebración del nacimiento de Jesús tal y como lo creían y siguen creyendo los seguidores del Nazareno hoy, constituye la encarnación del Hijo de Dios, esto es, su llegada al mundo hecho hombre para salvarles del pecado y la muerte y mostrarles la vida a seguir.
Por tanto, es desde aquí desde donde hemos de contemplar el surgimiento de los textos de la infancia, las visitas a Belén o la imitación de las virtudes de un santo del siglo III; desde las experiencias de los fieles y como manifestación de su propia fe, auténtica urdidumbre que ligó y cohesionó discretamente sucesos tan distantes, así podremos comprender el desarrollo y trascendencia que paulatinamente alcanzó la Navidad.
A la espera del fin de la historia
Los cristianos del siglo I no celebraban la Navidad. Su despreocupación por el nacimiento y la infancia de Jesús nacía de su firme creencia en que la segunda llegada de Cristo, la Parusía y con ella el final de los tiempos, era inminente, lo que centró sus miras y prácticas religiosas en la preparación para este momento, en el que la historia alcanzaría su culmen y conclusión. No había, por tanto, necesidad de escribir relatos sobre Jesús, ni de completar su historia o biografía, ya que la inmediata consumación del mundo restaba importancia a tales aspectos.
Marcos, en su evangelio, había reiterado esta proximidad, destacando que, aunque Jesús no había señalado el momento exacto, había de ocurrir en un tiempo muy escaso: “En verdad os digo que hay algunos de los aquí presentes que no gustarán la muerte hasta que vean venir en poder el Reino de Dios” (Mc 9,1); “Así también ustedes, cuando vean suceder estas cosas, entiendan que [el Hijo del Hombre] está próximo a la puerta. En verdad les digo que no pasará esta generación antes que todas estas cosas sucedan” (Mc: 13, 29-30).
Celebraciones más importantes
Las señales que anunciarían el definitivo advenimiento serían calamitosas: guerras, terremotos, hambrunas y persecusiones contra los cristianos (Mc 13). El fin del mundo tendría lugar simultáneamente a la venida de ‘Hijo del Hombre’, que habría de juzgar a la humanidad y “reunir a sus elegidos” (Mc, 13:27). Por tanto, y ante esta perspectiva, no es de extrañar que las celebraciones más importantes para los cristianos de, al menos los tres primeros siglos, fueran el Bautismo, la Eucaristía y la Pascua.
Ahora bien, el siglo I de la era cristiana fue trascendental para la configuración posterior de la Navidad, ya que dentro del mismo tuvo lugar un proceso que orientó definitivamente el camino y sentido que había de tener tal celebración, tanto en su significado global, como en sus diferentes partes. La dinámica a la que nos estamos refiriendo es la de la elaboración de los Evangelios y, muy especialmente, a los de Mateo y Lucas, los dos autores que recogieron algunos episodios de la infancia de Jesús.
El origen de los evangelios de la Infancia
Unas décadas después de la muerte del Nazareno, los cristianos habían cambiado sus expectativas. Hacía ya más de medio siglo de los sucesos del Gólgota, y de la resurrección, y sin embargo la segunda venida de Cristo no había tenido lugar. La conclusión que aquellos primeros fieles extrajeron de esa demora, fue que el fin de los tiempos estaba mucho más lejano de lo que ellos mismos habían esperado, y era necesario por tanto replantearse la forma y el sentido de su permanencia en el mundo hasta que el ansiado advenimiento definitivo se produjese. En esta línea el evangelista con mayor intuición fue san Lucas.
Este, discípulo de Pablo, fue el autor del tercer Evangelio y del libro de los Hechos de los Apóstoles, obras ambas finalizadas como mucho hacia el año 90. Lucas, hombre culto y de origen gentil según algunos indicios, quiso dar respuesta en sus escritos al desaliento de su comunidad, cansada ya de la prolongada espera de la Parusía. Para ello interpretó el sentido de aquella expectativa, afirmando que semejante demora había sido instaurada por el Espíritu Santo, y que constituía un bien y un medio divino en sí misma, pues tenía por objetivo continuar la obra de Cristo en el mundo, a través de sus comunidades cristianas. No importaba tanto el final como el que la Iglesia aprovechase ese tiempo que se le concedía: “…y que se predicase en su nombre [el del Mesías] la penitencia para la remisión de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén” (Lc 24,47).
Cuándo llegaría el final
Esta certeza queda expresada claramente por Lucas en su segunda obra, los Hechos de los Apóstoles, en la que relata la labor del Espíritu Santo en la Iglesia, y el peso determinante de la figura de Pablo, cuya visión universal del Evangelio comparte su discípulo.
El evangelista san Mateo, por su parte, llegó a la misma conclusión, aunque de manera independiente a Lucas, pues sus obras se elaboraron claramente por separado. La Parusía se había retrasado, pero Cristo vendría, sin duda, por segunda y definitiva vez, cuando la Iglesia hubiese predicado el Evangelio a todo el mundo; entonces llegaría el final: “Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin” (Mt. 24,14)
En definitiva, tanto Lucas como Mateo reorientaron la expectativa de aquellas primeras comunidades cristianas, justificando la tardanza de la Parusía, redefiniendo su misión en el mundo y alentándolas a vivir en él, aceptando la consecuencias derivadas de su estilo de vida y la necesidad de organizarse por no se sabe cuanto tiempo, quizás mucho.
Con los años, la extensión de este análisis de la realidad entre el resto de las asambleas cristianas fue la causa que llevó a la elaboración de los pasajes evangélicos dedicados a la infancia de Jesús y, a la larga, a la celebración de la Navidad.
Ahora, por fin, y preparados ya para permanecer en la tierra, había tiempo, no urgía la preparación para el fin de la historia y tenia sentido completar el relato de la vida de Jesús para conocer más, y en profundidad, la biografía del Mesías. Los cristianos , por tanto, querían saber más sobre su maestro.
Tanto Mateo como Lucas no se limitaron a realizar una mera semblanza, o a rellenar algunas lagunas existentes en la vida de Jesús, sino que fundamentalmente sus relatos se elaboraron con un fin teológico: demostrar que en Jesús se cumplían las profecías que anunciaban la llegada del Cristo, desde el mismo momento de su concepción y nacimiento.
Sentido del nacimiento e infancia de un dios
Los evangelios no son libros de historia, sino de fe… Siguiendo las normas helenísticas de una narración biográfica, tal y como se realizaba en aquella época, san Mateo expone los hechos maravillosos de la infancia del héroe, como referencias a la importancia futura del personaje: su nacimiento prodigioso, peligros en sus inicios, milagrosa salvación del infante, etcétera, poniendo de manifiesto la dignidad divina de Jesús ya desde sus primeros días y presagiando desde el principio una grandeza sin igual.
Es precisamente este aspecto de las narraciones que sobre la concepción y el nacimiento de Jesús nos han llegado, el que más nos interesa, pues en este esfuerzo y exposición del sentido de la vida del Nazareno desde sus inicios, es donde los evangelistas que nos ocupan volcaron sus conocimientos, experiencias y conclusiones sobre el lugar que ocupaba Jesús en la historia; y sobre el tipo de mesianismo por el que había optado. Estos significados profundos de los relatos de la infancia, y de sus episodios, han constituído el sentido de la Navidad a lo largo de toda su existencia, así como de muchas, aunque no de todas, sus tradiciones.
La gruta de Belén
Desde tiempos muy tempranos, y próximos a los hechos, el interés por el nacimiento e infancia de Jesús no se ciñó exclusivamente a los acontecimientos y significados que en ella se dieron sino también a los lugares donde acontecieron.
Como hemos visto, antes de finales del siglo I d.C. ya se habían elaborado los dos textos más importantes, desde un punto de vista histórico y religioso, en lo tocante a este hecho de la biografía del nazareno. Muy poco tiempo después, en el siglo II, algunos de los santos padres o cronistas de la Iglesia primitiva, dejaron ver en sus escritos el interés que la gruta de Belén tenía ya para aquellos cristianos.
Las referencias son escasas, pero reveladoras por la fecha e importancia que conceden al lugar.
La primera referencia la encontramos en la obra del filósofo y mártir del siglo II san Justino titulada “Diálogo contra Trifón”. Su conocimiento de la cueva se cree que procede de una información, o tradición, que circulaba entre los cristianos de Palestina en su época, y de la que se nutrieron también los evangelios apócrifos.
“Como José no tenía dónde albergarse en este Pueblo (Belén), entró en una gruta próxima a la localidad, y mientras estaban allí, María dio a luz al Cristo y le puso en un pesebre, donde le encontraron los magos venidos de Arabia. (San Justino Mártir, Diálogo contr Trifón 78)
También en el siglo II, hacia su mitad, un escrito apócrifo como es el “Protoevangelio de Santiago) nos habla del lugar de la Natividad, a la entrada de Belén, no muy lejos, según refiere más adelante, de la tumba de Raquel:
“Cuando llegaron a mitad del camino (entre la primera parada y Belén), José encontró una gruta precisamente en ese lugar y allí condujo a María. (Protoevangelio de Santiago XVII-XIX)
A mediados del Siglo III el exégeta Orígenes (185-254) daba testimonio personal, para información del cristianos, paganos y escépticos, de la existencia material de la citada cueva donde Jesús vio la luz:
“A propósito del nacimiento de Jesús en Belén si, además de la profecía de Miqueas y de la historia escrita en los Evangelios por los discípulos de Jesús, algunos quieren otras pruebas, que sepa que según lo que dice el Evangelio sobre su nacimiento, se muestra en Belén la gruta donde nació y en la gruta, el pesebre en el que fue fajado. Lo que muestra es notorio en estos lugares a todos, aún a las personas ajenas a la fe, es decir, que en esta gruta nació Jesús adorado y admirado por los cristianos”. (Orígenes, Contra Celso I,51)
No lograron desviar la atención
Pero el sitio no solo atrajo la atención de los cristianos. Contamos con relatos que nos informan de la existencia de un bosque sagrado en este y otros enclaves trascendentales para el cristianismo. (san Cirilo de Jerusalén, Catequesis 12,20)
Y es que durante el siglo II, tras la represión de la segunda revuelta judía (132-135), el propio emperador Adriano, con el fin de evitar nuevos levantamientos que provocasen inestabilidad en el Imperio, quiso desarraigar de Palestina todo tipo de recuerdo religioso judío o cristiano sin distinción. Y así, entre otras medidas, hizo erigir sobre el monte Gólgota y el Santo Sepulcro un recinto sagrado y un templo dedicados a Venus y a Júpiter respectivamente, mientras que en Belén, sobre la gruta de la Natividad y sus aledaños, ordenó plantar árboles que formaban un bosque sagrado dedicado a Tammuz Adonis, divinidad amante de Venus.
Tales gestos no lograron los resultados previstos. Los cristianos locales siguieron venerando la gruta y a tenor de la medida imperial, podemos concluir que los lugares relacionados con la vida de Jesús en general y con su nacimiento en particular, eran ya conocidos y gozaban de cierta notoriedad para los fieles de aquellos primeros siglos.