Ana María Ibarra
Después de la muerte de Jesús, el Viernes Santo se guardó silencio, no de luto, sino de reflexión y de unión a la Pasión y Crucifixión de Cristo.
Así se vivió la celebración litúrgica de la Pasión del Señor en la Catedral el pasado viernes 8 de abril, en cuya tarde se llevó a cabo también la procesión del silencio.
Redimidos por Cristo
El altar desnudo fue un signo que mostró a los fieles que no habría celebración de la Eucaristía en ese viernes santo, invitándolos a guardar un sagrado silencio en el recinto. Sin canto de entrada dio inicio la celebración. El obispo caminó por el pasillo central acompañado de los sacerdotes Eduardo Hayen, Rafael Saldívar y Arturo Martínez, párroco y vicarios de la Catedral; además del diácono Alberto Rodríguez.
Al llegar frente al presbiterio, como signo de adoración, el obispo se postró rostro en tierra y el pueblo de rodillas lo acompañó.
Fue a través del Evangelio, proclamado a tres voces, que la liturgia presentó al pueblo la Pasión y Muerte de Jesús.
En su homilía, el obispo resaltó el amor infinito de Dios hacia su pueblo, entregando a su hijo, Jesús, quien no levantó la voz y muchos se horrorizaron al verlo.
“¿Cuál es nuestra actitud, nos horrorizamos al ver al Mesías, el hijo de Dios que muere en la cruz?”, cuestionó el obispo.
Asimismo, dijo, Jesús ha salvado a la humanidad y la ha redimido por sus llagas y sus heridas.
“Gracias Señor porque soy pecador y me has redimido. Jesús ha cumplido el proyecto salvador de Dios. Se entregó y nos amó hasta el extremo”, expresó.
Monseñor Torres invitó a la comunidad a contemplar a Jesús, su amor y su entrega.
Comunión y Colecta
Después de las palabras del obispo, el diácono caminó con la cruz envuelta en manto púrpura. Al llegar al presbiterio, el obispo fue descubriendo el crucifijo para luego realizar la adoración seguido de los sacerdotes.
Una parte del pueblo de Dios hizo la adoración en ese momento y el resto, al final de la celebración.
En el sigilo de la celebración se llevó a cabo la colecta cuyo destino es para la conservación del Santo Sepulcro, en Tierra Santa.
Para impartir la Eucaristía, se cubrió el altar de blanco. Los fieles, al recibir la Eucaristía, fueron unidos por el Señor a su pasión y su cruz.
La celebración de la Pasión, que abre para la humanidad la puerta de la Salvación con la vida eterna, concluyó como inició: en un total silencio.