- Gracias a la oración de su esposa, César Arenas hoy aspira a mantener un corazón limpio para poder ver a Dios al final de su vida… Aquí su historia…
Ana María Ibarra
Rescatado por la misericordia de Dios de la drogadicción y el narcotráfico, César Arenas inició hace veinte años un camino de liberación y purificación que lo llevó a entregar su vida a la evangelización de tiempo completo, misionando por distintos lugares.
César compartió con Periódico Presencia la manera en que, después de vivir en la podredumbre del pecado, Dios sigue mostrándole su promesa desde la bienaventuranza: “Dichosos los limpios de corazón porque verán a Dios”.
Su entrada a las drogas
César nació en “una familia normal”, pero cuando tenía 14 años de edad dio un giro, pues su papá ingresó a trabajar en la Policía Judicial del Estado.
“Había carro del año, ropa de marca, una casa más grande, pero también violencia y prepotencia de mi padre. A los 15 años de mi vida, a mi papá lo corren del trabajo y se negó a regresar a nuestra vida de antes. Él era soldador de profesión”, recordó César.
Fue así como se involucró en el narcotráfico, y el joven Arenas se sintió deslumbrado.
“Mi ilusión era ser como mi padre. Me llevó a la Sierra de Chihuahua y me presentó a toda la gente que tenía que ver con el narcotráfico: los que sembraban, cosechaban, transportaban. Me casé a los 16 años y me sentía adulto”, relató.
César conoció también a la amante de su padre, y empezó a competir con él en todos los aspectos.
“Empecé a ejercer violencia contra mi esposa, le gritaba y rompía los muebles, me hice adicto a la pornografía, a la sexualidad desordenada. Vendía cocaína y consumía, también heroína, pastillas, agua celeste, drogas sintéticas. Me gustaban los pleitos y tenía una soberbia tremenda, siempre andaba armado”, reconoció.
El primer llamado
A causa de sus actividades, César cayó en la cárcel en Estados Unidos, donde se unió a un grupo y siguió su vida desordenada. Pero fue ahí donde una congregación cristiana no católi
ca le habló de Dios.
Sus mismos compañeros le advirtieron que debía comportarse como cristiano: no robar, no drogarse, no pelear, de lo contrario ellos lo golpearían.
“Regresé con los cristianos y les aventé la Biblia. El tiempo ahí seguí siendo igual. Me soltaron por
Reynosa y de camino a Ciudad Juárez, por primera vez, pensé en recuperar mi matrimonio y mi familia, en no volverme a drogar”, contó.
Pero fue recibido con una fiesta, dosis de cocaína y la sentencia de su esposa de que aunque criarían juntos a su hijo, sería como “un desconocido” para ella. César regresó a su vida desordenada, con sus amantes y negocios.
Su familia como instrumento
Ya con vida en Ciudad Juárez, comenzó una experiencia extraña para él, cuando su hijo se formaba para la primera Comunión, en el Catecismo familiar.
“Mi esposa tuvo un encontronazo con nuestro Señor, empezó a atenderme como si fuera el mejor esposo, empezó a mostrarme un amor que nunca me había demostrado, no a solaparme, sino que sentía verdaderamente ese amor de ella”.
César comenzó a sentir vergüenza de pensar que después de drogarse y estar con su amante, su esposa lo recibiría de buena manera, sin embargo, no hacía nada para cambiar.
No obstante, la oración de su esposa no cesó.
César contó cómo oraba su esposa por él y su conversión: “Jesús, por el sacramento del matrimonio somos uno solo, no le pidas permiso a César, yo te doy permiso. No quiero que se acabe el Catecismo y no saber qué hacer con mi esposo, ayúdame”.
El inicio de purificación para César inició el Viernes Santo del año 2000 en la hoy parroquia San Martín Obispo, antes capilla de San Pedro de Jesús Maldonado.
“Mi esposa me invitó al Viacrucis, en aquel entonces estaba el padre Raúl Vega, (q.e.p.d.) Fui contra mi voluntad, traía droga conmigo, andaba amanecido”, reconoció.
Al llegar al lugar, César se instaló en la parte de atrás del salón, y vio a una religiosa poniendo atuendos a los participantes del viacrucis.
“La religiosa, con una puntería divina, volteó a verme entre tanta gente y me hizo señas de que fuera con ella. Tomó una túnica y me la quiso poner para que le ayudara a representar el personaje de Simón de Cirene. Me negué, pero mi esposa y mi hijo me insistieron y acepté”.
Su encuentro con Jesús.
César se burlaba de los personajes, sus vestuarios y la representación y llegado el momento, la religiosa se acercó para decirle que tomara la cruz para asumir su personaje.
“Por favor, no diga nada, me dijo. Comencé a caminar, el soldado mojó los trapos de su látigo en agua como de fresa, me gritó y me pegó en la espalda. Sentí tanto dolor que casi salí corriendo”, recordó.
Cuando el soldado se acercó a decirle a César que caminara más despacio, le reclamó por el latigazo, y sintió deseos de golpearlo.
“Asustado me dijo que tenía que pegarme nuevamente, pero que sería despacito. Me volvió a doler mucho, pero más que un dolor físico era un dolor interno, de mucha culpabilidad, de que merecía eso y más, no sé explicarlo bien”, relató.
Fue en ese momento cuando César vio la cruz llena de la podredumbre de sus pecados y comenzó a llorar de vergüenza pensando que la gente veía su vida en ella.
La religiosa se acercó para pedirle que entregara la cruz a Jesús, pero se resistió.
“Cuando inició el Viacrucis vi que quien hacía el papel de Jesús era un joven como de 20 años, vi cuando le pegaron la barba, cuando recortaron la corona de espinas, lo que traía de sangre… pero cuando la religiosa me dijo por segunda vez que le diera la cruz a “Jesús”, vi a Jesús molido a golpes que me miraba con compasión y misericordia”, expresó.
“Los soldados forcejearon conmigo y me quitaron la cruz para dársela a Jesús, me pasé a la parte de atrás para cargar la cruz y no la fuera arrastrando. La religiosa me dijo que así no era el Viacrucis, que debía ir Jesús solo, le dije que no me importaba, que eso era mío”, dijo al referirse a la cruz como la podredumbre de su vida.
La purificación
Al llegar de nuevo al salón, encontró una imagen de la Virgen Dolorosa, y cayó de rodillas llorando, mientras afuera se llevaba a cabo la crucifixión.
“Sentí mucho miedo. En mi interior escuché la voz de Jesús decir que me amaba, que había muerto por mí. Lloré todo ese día y el sábado igual”.
El domingo de resurrección, mi esposa no sabía cómo consolarme y me invitó a misa”.
César y su familia acudieron a la capilla de la Expectación de María, la gente vestía de blanco, con globos de fiesta y serpentinas.
“Le dije a mi esposa que los católicos estaban locos, les acababan de matar a Jesús y ya estaban enfiestados. Escuché la Palabra de Dios por primera vez y el sacerdote dijo: Cristo está vivo, Cristo ha vencido el pecado, la muerte…esa es la más grande noticia que he escuchado en mi vida”, sentenció.
Delante de la gente, César grito a Jesús: Quiero todo contigo, y a partir de entonces se dedicó a seguir a Jesús.
“Duré todavía tres meses con las adicciones. Tenía un tornillo hueco por dentro donde guardaba mi dosis, cuando sentía ansiedad volvía a drogarme”, reconoció César.
En junio, en torno a la fiesta del Sagrado Corazón, al finalizar la misa César dejó el tornillo en el altar, entregándolo a Jesús.
“Eso representaba mi esclavitud. Llegando a la puerta empecé a sentir ansiedad y me regresé a buscar el tornillo que, para gloria de Dios, ya no encontré. A partir de ese momento no tuve la necesidad de volverme a drogar y caí en cuenta que sin Él no podemos hacer nada”.
Purificó su corazón para servir a Jesús
Desde hace veinte años, César y su familia sirven a Dios, pero en el 2007, decidió dedicarse de tiempo completo a la evangelización.
“Por primera vez tenía un trabajo muy bien remunerado honradamente. El patrón me presionaba porque no me quedaba tiempo extra ya que tenía que servir en retiros. Me dijo que escogiera entre Dios y el trabajo y decidí dedicarme a servir a Jesús a tiempo completo misionando como itinerante, de manera especial a los lugares más necesitados”.
César y su familia sufrieron un atentado en una colonia en la que vivían y donde lucharon contra la venta de drogas desde la oración y la catequesis. Tuvieron que huir a Guadalajara, donde vivieron tres años. Después regresaron a Ciudad Juárez.
“La gracia más grande que podemos tener es la fe. Entre más escuchamos la Palabra de Dios, entre más comulgamos y estamos con Él en la intimidad de la oración, Él se encarga de ir quitando de nosotros lo que no sirve, lo podrido del corazón e ir haciéndolo nuevo, que siente y que ama”.
César aconsejó buscar la gracia de la fe y la perseverar en la oración, en los sacramentos.
“Amemos mucho a nuestra madre Iglesia. Con la pandemia estamos encerrados, pero transmitimos por las redes retiros virtuales, hacemos oración y doy un tema todos los días. Los espero”.
Para saber
Qué: Reflexiones de César Arenas
Cuándo: Todos los días 7pm
Dónde: Facebook/ Discípulos Misioneros de Jesucristo y María.