Mons. J. Guadalupe Torres Campos/Obispo de Ciudad Juárez
Buen domingo, queridos hermanos, les saludo con cariño de padre y pastor. Domingo XIII del Tiempo Ordinario. El evangelio de san Marcos retoma el texto de hace ocho días, cuando Jesús calma con firmeza al mar, reprende a los discípulos por la falta de fe, porque tienen miedo, y este evangelio dice: “Jesús regresó en la barca al otro lado del lago”.
Jesús atravesó el lago y la gente lo espera, la gente lo sigue y anda tras de él, porque le piden favores, les gusta escucharlo, porque va tomando relevancia la presencia de Jesús entre el pueblo.
Llega al otro lado y suceden dos milagros que Jesús hace, muy significativos. Se le acerca un hombre llamado Jairo, hombre relevante en el pueblo, y le pide por su hija: ‘Mi hija está agonizando, ven a imponerle las manos para que se cure y viva’. Esta frase es importante, es la súplica de un papá por su hija. Cuando alguien ama a alguien, sufre la enfermedad del hijo o de la hija, se desespera, pero encuentra en Jesús un alivio, una esperanza de vida.
‘Ven a imponerle las manos’, le dice. Es un gesto muy típico de Jesús: frecuentemente impone las manos para sanar, para perdonar, para bendecir alimentos, en la multiplicación de los panes, para bendecir a los niños. La imposición de manos es un gesto que la Iglesia viene haciendo: cuando el sacerdote perdona, impone las manos, cuando bendice, extiende las manos, es un gesto sacerdotal, de Cristo, y nosotros sacerdotes lo hacemos.
Entonces le dicen a Jesús: ven a imponer las manos para que se cure y viva. Jesús cura, sana, da vida a todos, para eso vino, para curarnos de nuestras heridas, para darnos vida.
En eso Jesús se entretiene y una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía dos años, oye que Jesús va pasando y se acerca con temor y toca su manto, pensando en que con solo tocarle el manto va a sanar. ¡Cómo es la fe!, y así lo resalta Jesús, la fe de aquella mujer, de acercarse y tocar a Jesús.
Como seres humanos es muy importante el tocar un objeto, una realidad, el acercarnos…pero Jesús es lo máximo. Acercarnos a Jesús y tocarlo para obtener de Él alguna gracia o bendición. Entonces, dice el Evangelio, esta mujer toca a Jesús e inmediatamente sanó ¿Quién me ha tocado?, pregunta Jesús, pero entre tanta gente nadie se dio cuenta; aunque Jesús sí sabía, preguntó hasta que la mujer, apenada, le dice ‘fui yo’ y la respuesta de Jesús, llena de ternura fue: ‘Hija, tu fe te ha salvado’.
Es la fe. En el primer caso, el padre que pide por su hija y en el segundo, esta mujer que lo toca.
Se entretuvo Jesús y le avisan a Jairo que su hija ha muerto, que no moleste al maestro. Son circunstancias difíciles en la vida, a todos nos pasa: el dolor, la tristeza ahí están, ha muerto su hija, pero Jesús le da confianza, certeza y le dice: ‘no temas, basta que tengas fe’.
Siguieron caminando a la casa de Jairo, Jesús encuentra el alboroto, mucha gente llorando escandalosamente y Jesús retira a todos, solo se queda él y algunos discípulos y familiares y les dice: ‘la niña no está muerta’, solo esta dormida y le dice ‘¡Talita Kum levántate!’.
Otro de los gestos de Jesús: toca a la niña y le dice levántate, y la niña se levantó y se puso a caminar. Impone, toca, y eso lo hace conmigo, cuando vamos a confesarnos ahí sucede esto: tengo fe y me acerco con fe al sacramento de la Reconciliación y Jesús me toca, el sacerdote me toca, impone las manos sobre mí y sana, da vida.
Así como pasó con esta niña, así pasa con nosotros, por el pecado morimos, pero Jesús nos levanta, nos devuelve la vida por la fe. Es importante la confianza.
Dios nos da su gracia, su luz, por ser hijos de Dios, le pedimos que nos aleje de las tinieblas del error y en consecuencia vivir en la verdad, en el esplendor de la verdad, en Cristo.
Por eso con el Salmo responsorial cantamos: ‘Te alabaré, Señor, eternamente, Señor, me salvaste de la muerte’, y san Pablo, en la segunda lectura nos invita a distinguirnos en la sabiduría, en el amor a los hermanos, pero dice, distínganse también en la generosidad. Tener un corazón generoso: Dios nos ama, nosotros amarlo.
Tener siempre la confianza en Dios, pero también la generosidad, y lo que Dios nos da -somos administradores- nos pide que lo compartamos con nuestros hermanos.
Queridos hermanos, que sigan alegres esta semana, que Dios bendiga a sus familias y trabajos y los acompañe siempre. Un abrazo, cuídense mucho.