Oscar Ibáñez
Mientras caminaba temprano por una soleada banqueta, me encontré con un hombre mayor, de esos que ahora les decimos “vulnerables” por su edad, traía el ajado cubrebocas puesto, y cargaba además de su mochila de jornalero, todos sus años, enfermedades, angustias y pensamientos con la mirada en el suelo como observando un sendero invisible.
No puedo saber si era jardinero, obrero de construcción u otro oficio; tampoco sé si está batallando para conseguir trabajo, si antes tenía empleo y recién lo perdió, si es de los millones de personas que viven “al día” y que tienen que salir de su casa para buscar su alimento, y el de su familia. En cualquier caso, para mi fue evidente que era una persona que no se puede quedar en casa.
La cantidad de gente que sufre pobreza y no tiene la opción de quedarse en casa durante la pandemia varía según la ciudad o el pueblo, pero en general por lo menos es la mitad de la población. Hay también quienes, aun teniendo algún tipo de reserva o apoyo económico, recién perdieron el empleo y “tienen” que salir a buscar opciones.
Existe otra gran cantidad de personas que desde el inicio de la pandemia fue claro que no podrían quedarse en casa por brindar servicios esenciales para la población; aquí entran los profesionales de la salud, las fuerzas de seguridad y emergencia, los prestadores de servicios públicos como limpia, agua, energía, y varias funciones gubernamentales; y por supuesto las actividades económicas de transporte, comunicaciones, productores y distribuidores de alimentos y ciertos giros comerciales.
Hay también quienes, a estas alturas de la emergencia, aun creen que no es peligroso el contagio y se precian de no observar las medidas de prevención, son quienes “no quieren” quedarse en casa, y buscan cualquier pretexto para salir aún sin necesidad, ellos se vuelven factor de contagio en el ejercicio de su irresponsabilidad. Ojalá entren en razón, o cambien de actitud.
Quienes desempeñan actividades esenciales normalmente cuentan con protocolos y equipos que les protegen para realizar su actividad y siguen normas para proteger a sus familias, sin embargo, quienes buscan empleo, quienes tienen empleos precarios y quienes buscan sobrevivir día a día pareciera que se vuelven invisibles, que enfrentan la crisis sanitaria, económica y social solos.
Así en los medios de comunicación de todo tipo podemos encontrar un énfasis apabullante con el mensaje de “quédate en casa”, e incluso dan consejos de ¡qué hacer en casa! no obstante, pocos mensajes hay para aquellos que no pueden quedarse en casa y que sin duda son la mayoría de la población. Por ejemplo, consejos prácticos de higiene al salir y al llegar a casa o a los lugares de trabajo; como usar los cubrebocas y cuales se pueden reutilizar; la interacción en familia y las medidas de sana distancia en lugares concurridos y en transporte público. Además de promover los mecanismos de apoyo solidario en salud, empleo y alimentación.
En esta omisión y abandono, los líderes políticos y sociales que minimizan estos cuidados y recomendaciones tienen una grave corresponsabilidad, y de alguna manera se convierten en promotores de los contagios y muertes que siguen aumentando por todos lados. Las autoridades responsables y los operadores del transporte público también tienen un rol importantísimo para evitar contagios y dar seguridad a quienes no pueden quedarse en casa.
El movimiento necesario de quienes no pueden quedarse en casa mantiene viva nuestra comunidad y paradójicamente reduce los impactos negativos de la pandemia, pensemos en ellos y actuemos en consecuencia, apoyemos a quién lo necesita, enseñemos y orientemos a quien no sabe, acompañemos a quienes sufren cualquier tipo de penuria, que su movimiento nos mueva a protegernos mutuamente y a vivir con buen ánimo y esperanza esta crisis.