Andrés Morones/ comentarista católico
Estamos iniciando un tiempo maravilloso de gracia, esperanza y paz, en pocas palabras, un tiempo que mueve los corazones de la humanidad, aunque triste y ciertamente no a todos para el fin que debería. Digo esto porque aunque este tiempo litúrgico y esta época específica del año son días en los que el corazón anhela la llegada de Aquél que le da vida, paradójicamente vivimos un tiempo en el que nuestro Yo interior nos insiste en olvidarnos de lo espiritual y enfocarnos en cosas banales.
Llegan las vacaciones pero éstas no se presentan como un momento de sano esparcimiento mental, un descanso y en muchos casos, ni siquiera los miembros de la familia se reúnen para convivir tratando de compensar al menos un poco el tiempo que no lo han hecho por las responsabilidades de cada miembro. Por el contrario, cada uno ve por sus propios intereses y dejan de poner todo en común, haciendo cada quien sus planes como mejor le convienen, olvidándose del centro de este tiempo: El Nacimiento de Jesús.
Y es que son varios factores que influyen directa o indirectamente en las personas para no tomar conciencia y esperar ansiosamente este acontecimiento que, como dije al principio, mueve los corazones.
Uno de ellos, sin duda alguna, es el nulo o casi nulo momento para convivir cara a cara con los demás. Ya es mucho más sencillo hablar por celular, sea en llamada o vía redes sociales, con una persona, que citarse para tomar un café, comer o cualquier otra actividad donde puedan compartir y conversar. Otro factor es el alto consumismo, ya que precisamente eso es lo que sucede con nuestro ser en un acto que podría llamarse recíproco, nosotros consumimos y las cosas materiales van consumiendo poco a poco nuestra atención y nos llevan a perder interés no sólo en lo espiritual, que desde luego es indispensable, sino se pierde esta parte también indispensable en el ser humano como lo es el convivir con los demás.
Pensemos ahora en el color litúrgico que caracteriza al Adviento: el morado. Simboliza penitencia y oración, invita al recogimiento y la meditación, al abandono de sí para que seamos llenados por Él.
Pero ¿cómo habremos de seguir en este camino de penitencia y oración? Conviene entonces que reflexionemos de manera personal y en familia y pensemos inicialmente si en verdad estamos esperando la venida del Señor… si es así hagámonos entonces esta pregunta:
¿Cómo celebramos este tiempo? Quizás preparamos una gran fiesta pero nos olvidamos a quién estaremos festejando y lo dejamos a un lado; pensamos principalmente en una cena con familiares y/o amigos donde nos podamos lucir con platillos exquisitos y llamativos, regalos grandes o caros. Alimentamos nuestro cuerpo con singular alegría, de paso alimentamos nuestro ego luciendo nuestros mejores atuendos para apantallar a los demás invitados a la fiesta, pero ni siquiera asistimos a la Eucaristía para alimentar nuestra alma y dar gracias a Dios porque se ha hecho Hombre por usted y por mí.
Como dije anteriormente, conviene que este tiempo sea de verdadera reflexión, unión familiar y que luchemos como familias y como sociedad por dejar a un lado el consumismo y todo lo pasajero y realmente esperemos la venida del Señor, pero no sólo lo esperemos, sino que el día de Navidad verdaderamente ese sea nuestro motivo para reunirnos. Por supuesto que la tradición de regalarnos entre nosotros cosas no debe prohibirse, sin embargo, podemos cambiar un poco dicha tradición y simbólicamente hacer un regalo a Jesús, que estoy seguro que estará muy agradecido y feliz de vernos reunidos en su Nombre (Mt. 18, 20).
Tomemos como ejemplo de espera a María, que aunque con mucho desconcierto por lo que el Ángel le anunció, supo guardar todo en su corazón y aceptar con paz lo que el Señor le había prometido. Así nosotros también pidamos a Dios que nos permita guardar en nuestro corazón el anuncio, o mejor dicho la promesa de que… ¡Ya Viene!