Yo y mi casa serviremos al Señor. (Jos 24. 15)
La teología del hogar se centra en la idea de que además de las iglesias, también podemos crear un hogar en el que se encarne nuestra fe… ¿Podemos servir y alabar a Dios con las cosas que tenemos en casa? …esta serie nos dará la respuesta. Aquí la primera parte del primer capítulo.
Chiti Hoyos/Autora
El mito de la cueva de Platón comienza imaginando el mundo por las sombras proyectadas en la pared de la caverna donde habitamos. Sinceramente, no puedo estar más en desacuerdo con esa idea. Los católicos no habitamos en cavernas, si bien alguna habitación de adolescentes puede parecerse mucho… Aun así, no se puede decir ni que vivamos ni que hayamos vivido en «cavernas». No, si viviéramos en cuevas inmediatamente las convertiríamos en hogares.
No me puedo imaginar a san José entrando en la gruta de Belén sin adecentarla un poco. Sabiendo que el Niño iba a nacer allí, seguro que hizo todo lo humanamente posible para que fuera el mejor de los establos: barrer, mantenerlo caliente, poner hierbas aromáticas para mitigar el olor… Sí, indudablemente cuando los pastores entraron en la gruta se percataron de que se respiraba hogar.
San Jerónimo vivió en una cueva, también en Belén, los últimos 35 años de su vida. Para él era su refugio, su hogar. Había escogido ese sitio ni más ni menos que para traducir la Biblia
porque amaba la Palabra de Dios. No iba, ni por asomo, a dejarla en el suelo o a ponerla sobre una piedra sucia. Sin duda le preparó un lugar pobre, pero digno, al igual que san José, porque al recibir a la Palabra en su casa estaba recibiendo a mismo Dios. Por eso eligió vivir junto a la gruta de la Natividad donde la Palabra se hizo carne.
Teología del hogar
Nuestra fe católica es una fe encarnada, palpable, vital. No nos conformamos con sombras de nuestra fe; queremos contemplarla en toda su realidad y belleza. Las iglesias, con todo lo que contienen, hacen visible la fe invisible. Las virtudes teologales fe, esperanza y caridad se hacen presentes en su liturgia, en las oraciones y en los sacramentos, pero también en las velas votivas, las imágenes y las vidrieras. Las paredes los techos e incluso los suelos nos hablan de los atributos de Dios: su grandeza, su firmeza, su esplendor… La limpieza de una iglesia nos habla de la pureza, y la colocación de los cálces, del orden divino. A través del yeso, del vidrio y del mármol «gritan las piedras».
Pues bien, la teología del hogar se centra en la idea de que además de las iglesias, también podemos crear un hogar en el que se encarne nuestra fe. San Ignacio de Loyola decía que el hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios -una tarea que tiene que hacer también en su casa-y añadía: «y mediante esto, salvar su alma»
Así pues, dando gloria a Dios con nuestros hogares podemos alcanzar la vida eterna. ¿En serio?
¿Podemos servir alabar a Dios con las cosas que tenemos en casa?
Sí, y no solo con las imágenes sagradas que podamos tener, sino también con la ropa que usamos dentro de ella. San Juan de Ávila explica que las cosas pueden ser secundariamente amadas no por ellas mismas, sino porque son un resplandor de la gloria de Dios: «Las criaturas irracionales no son capaces de ser amadas con amor de caridad; más, tales cosas, como son los cielos, agua y tierra, animales y árboles, secundariamente se pueden amar, no por ellos, sino porque resplandece la gloria de Dios, que está en ellos; y así decís: «Bendito sea Dios, que crio tal árbol».
«Haced que vuestra casa sea y parezca cristiana. Que el Sagrado Corazón sea rey de ella.
Que la imagen del Salvador Crucificado y la Dulcísima Virgen María tengan puesto de honor, para hacer manifiesto a los ojos de todos que en vuestra morada se sirve a Dios».
Pío XII
Eclesiología doméstica
Todo lo bueno y lo bello puede llevarnos a Dios si lo contemplamos con los ojos de la fe. Como los religiosos, estamos llamados a alabar y dar gracias al despertar y al acostarnos, al sentarnos a comer y al levantarnos de la mesa para ir a trabajar. El Catecismo dice que el hogar familiar es considerado “Iglesia doméstica”, comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana». Todos nosotros deberíamos vivir esa eclesiología doméstica y aterrizarla de alguna forma en nuestro hogar, sin tener por eso que poner rosetón en la entrada. Las casas están destinadas a ser habitadas, pero un hogar católico debe además reflejar precisamente eso, que es católico.
Unir teología y hogar es algo completamente natural. En los últimos años, las autoras estadounidenses Carrie Gress, Noelle Mering y Emily Stimpson Champman, entre otras, han tenido la inspiración de escribir sobre esta íntima relación.
Emily Stimpson Chapman habla en su blog ‘The catholic table’, de la organización del hogar, las comidas y el trato a las visitas de un modo muy fresco, pero también teológico. Además, es muy divertida y tiene mucho sentido del humor, algo que ya de por sí es muy católico. Carrie Gress y Noelle Merring han escrito juntas tres libros sobre teología del hogar llenos de fe y referencias a las Escrituras y a la Doctrina de la Iglesia, pero también ideas de decoración, recetas de cocina, consejos de jardinería y métodos de limpieza. Se parecen un poco a las antiguas revistas de decoración para amas de casa, pero desde un enfoque totalmente católico y mucho más enriquecedor.
Las tres autoras que acabo de citar se centran mucho en la dignidad del ama de casa, pero yo pretendo mostrar mi propio enfoque, intentando englobar a toda la familia, porque tengo cierto espíritu de tribu. Espero que a lo largo de estos capítulos muchos lectores encuentren su espacio.
¿Qué es lo que hace que un hogar sea católico?
Como el Espíritu Santo no se contradice, la teología del hogar no es inspiración de una sola persona, ni siquiera de un grupo de personas en un momento dado de la historia. No todos los santos vivían en cavernas como san Jerónimo. Muchos de ellos tenían sus propias casas, recibían a la gente en ellas y vivían la fe entre las paredes de su hogar. Se podría decir que la teología del hogar comenzó en el mismo momento en que Dios quiso crear un hogar para el hombre. Dios es el artífice de todo y el origen de cualquier inspiración sobre este tema.
Con mi experiencia y lo que he podido aprender de otros, reflexionando sobre el plan de Dios para el hombre y con el apoyo inestimable de las Escrituras, he podido sacar algunos puntos para iluminar esta cuestión.
(En esta edición presentamos los primeros 3 de 10 puntos sobre lo que hace que un hogar sea católico)
- Está ordenado a un fin
Dentro del mandato de Dios a custodiar la creación encontramos el marco idóneo para que las familias se sientan llamada a cuidar de su hogar. Dios, dice Isaías, creó la tierra para sea habitada; nosotros, siguiendo su ejemplo, hacemos que nuestros hogares sean habitables mediante el cuidado, el orden, limpieza y el mantenimiento. Eso quiere decir que debemos poner especial cuidado en proveerlos de todo lo necesario para que la vida en ellos sea apacible. San Pablo advierte su primera carta a Timoteo que, si alguno no provee para los suyos, «especialmente para los de su casa», ha perdido la fe, es peor que un incrédulo. Eso quiere decir que nuestra fe se muestra también en nuestra forma de cuidar de nuestra casa y de nuestra familia.
No puedo negar que cuidar el hogar de una familia numerosa como la mía es un poco como la maldición de Sísifo: cada mañana hay que levantar una montaña de ropa y llevarla a la lavadora, para ver, con resignación, que al día siguiente el cesto ha vuelto a «criar». Pero el modo el que abordamos el cuidado del hogar depende mucho de si miramos con los ojos de la fe o no.
Dice el papa Francisco (de feliz memoria), refiriéndose a la custodia de la Creación, que debemos tener cuidado con el antropocentrismo, que puede hacernos creer que estamos en el centro, pretendiendo que ocupamos el lugar de Dios; y así arruinamos la armonía de la creación, la armonía del plan de Dios. Del mismo modo el centro de un hogar católico no somos nosotros ni nuestra familia, sino Dios. En su plan está que colaboremos en el cuidado de la creación, pero Él no se desentiende ni un momento de ese cuidado -¡y menos mal!-. Como nuestros hogares forman parte de la creación, Dios viene también a ocuparse de ellos. Limpiar, hacer las camas, barrer, acomodar los cojines o dejar los cristales de las ventanas relucientes es un trabajo común entre Dios y nosotros. Cuando nos olvidamos de Dios en medio de las tareas, perdemos la armonía, y nuestra casa nos parece más una carga que un regalo. El Papa nos da un remedio contra eso: “El mejor antídoto contra este abuso de nuestra casa común es la contemplación”.
Cuando contemplamos nuestro hogar con los ojos de Dios no nos quedamos en la utilidad de los muebles ni en la comodidad del sofá, sino que vamos directos al valor que Dios les da. Las paredes, los techos o los muebles hacen la casa habitable y en eso reside su valor; no en lo que nos hayan costado, sino en el fin al que nos llevan. Mirando como Dios mira nuestro hogar podemos descubrir que Él se regocija en medio de sus creaturas. Dicen las Escrituras que Dios se paseaba por el jardín del Edén con Adán y Eva; y, en otro pasaje afirman que ‘mis delicias están con los hijos de los hombres’.
Un verdadero hogar católico es un hogar donde Dios se pasea, donde encuentra su delicia. Con esta imagen en la cabeza, podemos darnos cuenta de que una casa llena de desorden o suciedad no muestra el gozo del Paraíso.
La invitación del Papa es una llamada a ser contemplativos en la acción. Se trata de aplicar la norma de san Benito, el ora et labora, y al terminar las tareas de la casa, gozar del trabajo bien
hecho y de la compañía del Señor, que tan generoso ha sido a la hora de proporcionarnos un hogar donde se le da gloria.
- Habla de ti
Todo lo creado por Dios revela algo acerca de Él. Como somos hombres y mujeres creados a imagen y semejanza Dios, nuestras casas deben encarnar lo que somos, lo que hacemos, lo que creemos y lo que amamos. Es decir, compartir nuestra historia.
Cada persona es única e irrepetible. Se nota en su carácter, en su forma de pensar, en sus dones y en sus gustos. La abuela hacía punto muy bien y cosía. Cuando llegabas a tu casa te encontrabas cajas llenas de botones, madejas de lana y bolsas de retales. Yo no he heredado eso, pero me encantan las manualidades, así que, en vez de bolsas de retales, en mi casa encuentras cartulinas, pegatinas, lápices de colores, fieltro y cosas así. Sin embargo, cuando visitas la casa de mi madre no te encuentras ni lo uno ni lo otro, sino una gran biblioteca con una doble hilera de libros de todos los géneros literarios. Viendo una casa, ya sabes lo que le apasiona a su dueño siempre y cuando la decoración no solo busque belleza, sino también autenticidad.
Si un hogar no habla de los gustos de los que lo habitan, se vuelve impersonal. La fe católica es justo lo contrario, porque nuestra fe se despliega en el marco de una relación personal con el Señor. Él nos conoce y nosotros a Él. Por eso mismo no vas a encontrar dos hogares católicos exactamente iguales, pero todos van a ser muy personales. No hay por qué esconder que uno es un ‘manitas’ de la carpintería, un melómano del pop ochentero, un apasionado de la historia y la cartografía o un deportista aficionado. Es lógico querer tener sitio para las herramientas, los discos de vinilo, los mapas o un pequeño rincón para hacer ejercicio. Dios ya nos conoce, y sabe que todas esas cosas nos gustan.
Cuando me fijo en las sartenes de alguien que adora cocinar, ya sé que seguramente querré aceptar todas las invitaciones que me haga para cenar; y si es cinéfilo, me encargaré yo misma de llevar palomitas. Mostrar las cosas que amamos es darnos a conocer a los demás, iniciando sin palabras una relación de amistad. ‘Esto que soy, esto te doy’, dice una canción que se ha vuelto muy popular entre los jóvenes católicos.
Si los objetos que tenemos no expresan nada de nosotros, es mejor deshacerse de ellos. Las cosas que vamos almacenando y no terminan de gustarnos y más si no sirven de mucho, crean un desorden innecesario y nos distraen de las cosas importantes que sí nos gusta enseñar, como las fotos de las personas que queremos.
Ser auténtico es tener cosas que hablen de quiénes somos, no de lo que pretendemos que otros crean que somos. Por supuesto que sabemos que en el futuro puede haber cambios en nuestra vida y que lo que ahora consideramos interesantísimo mañana puede ser una simple anécdota, pero no importa. Nuestro hogar cambia y crece con nosotros, y hemos de ser lo suficientemente humildes como para reconocer que es la gracia la que nos va convirtiendo cada día. Por eso, mejor tirar lo que ya no nos representa y dejar espacio a lo que está por venir.
- Debe mover a devoción
El primer mandamiento nos pide amar a Dios sobre todas cosas. Como somos frágiles, un católico necesita llenar su de signos que le recuerden su fe, como las medallas, los detentes y los rosarios. Pero no como mera decoración, sino para elevar el alma a Dios, avivar el espíritu y encender el corazón. Los sacramentales, además, atraen bendiciones sobre nuestros hogares y nos ayudan a practicar la religión. El agua bendita en la mesilla de noche nos purifica cuando nos santiguamos con ella al despertar y nos ayuda a hacer penitencia por nuestros pecados tras el examen de conciencia al acostarnos; los cuadros y las imágenes nos ayudan a mantenernos en la presencia de Dios mientras seguimos nuestra rutina del día a día. Los crucifijos sobre las camas nos recuerdan que vivimos a los pies de la cruz y cargamos con ella. El azulejo de la Santísima Virgen María en la puerta principal nos ayuda a invocarla al ir y venir. Gracias a las estampas con oraciones en el escritorio nos acordamos de ofrecer el trabajo y el estudio.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que en el hogar hay que buscar un rincón de oración personal y recomienda que en él estén «las Sagradas Escrituras e imágenes para estar en secreto ‘ante nuestro Padre’. De hecho, sitúa el hogar familiar como el primero de los lugares favorables para la oración.
El espacio en nuestra casa para rezar en familia no tiene por qué ser una especie de altar de mármol o de cristal; un pequeño estante sirve. Pero si se tiene la gracia de disponer de una pequeña habitación para destinarla a oratorio es muy recomendable hacerlo. Eso sí, debemos procurar que esté llena de imágenes u objetos que muevan a devoción. Si hay que castigar a san José de cara a la pared porque al artista se le fue la mano con el color, mejor cambiar esa imagen por otra a la que se pueda mirar a los ojos y echarse a llorar por los motivos correctos…