MC Luis Alfredo Romero/ Comunicólogo
En tiempos de cuarentena y pandemia hemos tenido demasiado tiempo para pensar.
Hemos pensado en lo que hemos hecho o dejado de hacer, en los proyectos que se quedaron pendientes, en los aciertos y en los errores, en los triunfos y en los fracasos, en las penas y las alegrías; tal vez en lo que menos pensamos es en nuestra propia restauración, nuestra renovación, nuestro renacimiento después de este impase que se ha prolongado más de lo que quisiéramos y que podemos ponerlo a trabajar a nuestro favor, porque volver a ser los mismos de antes no tiene mucho sentido.
Las lecturas del domingo de Pentecostés nos dejan dos amplios mensajes para solucionar ese problema existencial y entrar de lleno a una época de restauración, renovación y renacimiento.
“La paz este con ustedes” dijo Jesús sus discípulos después de la resurrección. Su saludo siempre era de paz y con los años hemos comprendido que estar en paz es un sinónimo de felicidad. Paz en el hogar, en el trabajo, en la fábrica, en el consultorio, en la Universidad. Cuando tenemos paz parece que todo lo tenemos, que no falta nada, somos felices.
Jesús muestra dos veces sus heridas y dos veces vuelve a desearles la paz. No hay en Él ni enojo, ni rencor, ni resentimiento contra quienes lo sacrificaron. Claro que Él es Dios, pero como hombre bien pudo haber hecho alguna alusión recriminatoria a las huellas de manos, pies y costado, pero no fue así, porque la paz significa perdonar. El Espíritu Santo estaba presente en Él y con un soplo lo infunde a los allí reunidos.
Y vaya tarea que nos deja a todos los bautizados: construir la paz, el reino de la paz. “Así como el padre me envió, así los envío Yo a ustedes”
Todos sabemos por la experiencia que construir la paz no es tarea fácil, se requiere la acción del Espíritu Santo. Al soplar sobre los discípulos infundiéndoles el Santo Espíritu sopla sobre la iglesia y nos da vida y las herramientas para construir la paz.
En estos tiempos de odios, iras, resentimientos, envidias, racismo, explotación y delincuencia, los países se enfrentan para echarse en cara quien es el culpable hasta del virus y la pandemia sin aceptar que todos podemos tener algo de culpa en el asunto.
Después de infundirles el Espíritu Santo, Jesús les da a los discípulos el poder de perdonar los pecados “…a los que ustedes perdonen los pecados les serán perdonados y a quienes no, les quedarán sin perdonar”. No queda pues al gusto del pastor generar el perdón, pues esta es toda la misión de la iglesia: enseña, orienta, predica a través de la palabra de Dios e imparte los sacramentos y nos deja en plena libertad de cambiar o de continuar en lo mismo. Con nuestra libertad ni Dios interviene
De nosotros dependerá entonces perdonar a quienes nos han ofendido, porque sólo perdonando entraremos en un estado de paz y si la paz es felicidad no creo que queramos seguir tercos en nuestro egoísmo después de esta pandemia, sino más bien, renovados, preguntándonos qué debo hacer, qué papel me toca desempeñar para construir el reino de paz, de perdón, de amor y de justicia.
Recordemos que Él estará siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos y su Espíritu Santo será nuestro guía, nuestro refugio y fortaleza.