- En este primer domingo de Cuaresma sacerdote formador del Seminario nos ayuda a reflexionar sobre el segundo en la lista de los pecados capitales, su origen y cómo combatirlo
Ana María Ibarra
Un «veneno para el alma y el corazón» es la envidia. Así lo describió el padre Víctor Vega, formador del Seminario, quien nos ayuda a reflexionar sobre el segundo de los siete pecados capitales que estamos reflexionando en una serie especial de Cuaresma.
Este concepto dado a la envidia
De acuerdo al sacerdote, este concepto se debe a que la envidia poco a poco corrompe y mata la capacidad de apreciar los dones y virtudes de los demás como una bendición, considerándolos, por el contrario, una amenaza; provocando constantemente en la persona que la padece tristeza e insatisfacción de su propia vida.
“La envidia, dice el Catecismo de la Iglesia, «manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida». Todo ello surge, comúnmente, a partir de la constante comparación insana que hacemos los unos de los otros”, dijo el sacerdote.
En el Antiguo Testamento
El padre Víctor dijo que no es difícil encontrar y recordar pasajes de la Escritura, incluso desde sus primeras páginas, que narran experiencias y situaciones que manifiestan cómo la envidia echó raíces en los corazones en algunos de sus personajes, tal y como ocurre en la vida cotidiana.
“Algunos Padres de la Iglesia consideran que Adán y Eva, por envidia a Dios, cometieron pecado, queriendo ser como “dioses”, seducidos por la traicionera y errónea comparación que hace la serpiente de Dios y del hombre y la mujer”.
Seguido de ello, continuó el sacerdote, se presenta la envidia en los hijos de esta primera pareja, Caín y Abel, en aquel relato bien conocido, donde uno de ellos experimenta profunda tristeza y rabia al ver que las primicias de su hermano fueron agradables al Señor.
“En este caso, la envidia iniciada en el secreto del corazón, poco a poco se fue apoderando de Caín, hasta llegar a expresarse en el asesinato de su propio hermano. Todo comenzó con la triste comparación y aquello terminó en muerte”.
El sacerdote recordó también a los hermanos de José el soñador e incluso al mismísimo Rey David ante Urías, cuando ilegítimamente tomó por mujer a su esposa Betsabé, llegando también al planeado asesinato de aquel hombre, servidor fiel.
“La envidia, expresada en estos pasajes del Antiguo Testamento, escenifican de manera realista la incapacidad de ver los dones, talentos, virtudes o incluso las posesiones de otros, como una bendición de Dios. La envidia ha cerrado los ojos del corazón, para no ver con agradecimiento y alegría la presencia de Dios y sus beneficios en el otro”, explicó.
Cristo, víctima de envidia
Pero estos pasajes no sólo suceden en el Antiguo Testamento, sino que cuando Cristo aún no nacía, ya era sujeto de la envidia de un rey, que se sintió amenazado por la grandeza y realeza que le corresponden a su identidad de Hijo de Dios y Mesías, prosiguió el entrevistado.
“El rey Herodes, a pesar de ser, junto con nosotros y toda la humanidad, motivo de la encarnación de la segunda persona de la Santísima Trinidad, no logró reconocer la presencia de Jesucristo como la salvación y redención que el género humano estaba esperando desde siglos. La envidia, cultivada en su corazón, una vez más genera muerte”.
Así pues, resaltó que esa no fue la primera ni la última vez en que nuestro Señor fue presa de la envidia de los hombres, pues lo fue incluso en su propia muerte, en forma de Cruz, por los mismos motivos.
“Según la Escritura la envidia produce muerte, si acaso no física, sí mata a la persona en el propio corazón, junto con sus virtudes, dones y carismas. Esto a su vez daña la calidad de vida, manifestada en la tristeza que, en algunos casos, afortunadamente, encamina al arrepentimiento y junto a él, a la súplica de poseer un nuevo corazón, como el salmo penitencial que la Iglesia reza todos los viernes” (Sal 50).
Cómo se manifiesta la envidia
Consciente de que toda la persona humana, por su condición frágil y pecadora, padece de este pecado en mayor o menor grado, el padre Víctor dijo que quien deja crecer la envidia en su corazón, poco a poco deja que ésta destruya su propia vida y junto a ello, algunas relaciones.
“La envidia no tolera que otros tengan algo que yo no tengo, y ante esta situación, la persona sufre”.
La envidia, explicó el sacerdote, se manifiesta sutilmente en algunas expresiones que para algunos pudieran ser “cotidianas” o incluso habituales, cuya raíz no es otra más que este pecado que se disfraza de diferentes maneras.
“La envidia se manifiesta en la constante actitud de hablar mal de los demás, de resaltar sus defectos y errores, con la fortuna de creer que los suyos no serán descubiertos o por lo menos minimizados; también se manifiesta en esa constante mal actitud de menospreciar a los demás, sintiéndose superior a ellos”.
Este pecado, agregó, también abraza a las personas que viven en constante competencia, creyendo que los otros son unos rivales que se tienen que superar, en cuya carrera se debe correr más aprisa, para llegar primero.
“No se tolera que los otros avancen y si se acepta que van más adelante, se reprochan a sí mismos la distancia que hay entre uno y otro. La terrible comparación que desgarra nuestra identidad y no permite aceptar lo que somos y valemos”.
Para considerar
Ante esto, el sacerdorte señaló que hay que estar conscientes de que la comparación jamás será buena. “Siempre habrá alguien mejor o peor que nosotros y, corremos el riesgo de engendrar soberbia o desprecio, según el caso. La envidia, también tiene rostro de marginación y rechazo, falta de empatía. Se aleja de quien se podría considerar una amenaza”.
El pecado de la envidia, dijo, se manifiesta en todos los ámbitos de nuestra vida y puede ser de diferentes maneras: intelectual, social, laboral, estética e incluso espiritual.
Algunos rasgos de la envidia
* No tolera gque otros tengan lo que yo tengo
* Hablar mal de los demás (Resaltar los defectos y errores de los demás)
* Menospreciar a los demás
* Sentirse superior a otros
* Vivir en constante competencia
* Compararse con los demás y reprocharse no ir adelante
* Marginar al resto con falta de empatía
El daño espiritual que provoca
El sacerdote entrevistado explicó que como todo pecado, la envidia no permite al ser humano ver a Dios en la vida de otra persona, de ahí que los efectos no sean sólo personales, sino que incluso es capaz de lastimar, dividir o enemistar las relaciones, debido a que la envidia es un acto opuesto al amor fraterno.
“La envidia ha destruido matrimonios, familias, relaciones de trabajo y de vida apostólica, amistades. No olvidemos que la envidia es un veneno para el alma, que sino la mata, si le hace experimentar soledad e incluso lejanía de Dios”.
Por lo tanto, la envidia desdice la identidad de ser hijos e hijas de Dios, hechos a imagen y semejanza suya, aclaró.
“Imposibilita que ejerzamos nuestra gran capacidad de amar, expresada en la búsqueda sincera del bien del otro, de la actitud agradecida y amable”.