Diana Adriano
En el marco del encuentro diocesano de monaguillos realizado en el Seminario Conciliar, Periódico Presencia buscó testimonios sobre cómo la fuerza de la fe en los niños, los lleva al servicio desinteresado en la Iglesia.
Presentamos la historia de tres monaguillos, quienes compartieron la experiencia que los llevó al servicio en el altar y que -en dos casos- incluso les ha introducido la inquietud vocacional a una vida consagrada.
Animado por su madre y su párroco
En la parroquia San Pedro y San Pablo, un niño de 10 años ha estado capturando los corazones de los feligreses con su dedicación y entusiasmo como monaguillo.
Inspirado por el fallecido padre Benjamín Cadena de Santiago, Gabriel Pérez ha encontrado en su rol como acólito una fuente de felicidad y un llamado para servir a Dios.
“Me animé a ser monaguillo porque el padre Benjamín me motivó”, compartió Gabriel. “Cuando por fin me aceptaron, me sentí muy bien, muy apreciado por él”, agregó, develando así el gran impacto que puede tener el trabajo del sacerdote en la vida y en la fe de un niño.
A pesar de su corta edad, Gabriel comprende bien la importancia de su servicio en la Iglesia, el cual realiza siempre con entusiasmo y una sonrisa en el rostro.
“Lo que más me gusta de ser monaguillo es ser feliz y servir a Dios», dijo el pequeño, quien compartió a Presencia su deseo de seguir los pasos del padre Benjamín, pues anhela ingresar al Seminario y formarse para convertirse en un sacerdote, a ejemplo de su querido párroco, el finado padre Benja.
Pero Gabriel además ha contado con el ejemplo en influencia de familia en la vivencia de su fe, dispuesta al servicio.
Su mamá xxx, es integrante de la Legión de María, y su papá xxxx, pertenece al grupo de la Adoración Nocturna, lo que hace más firme su camino espiritual.
“Yo les diría a todos los niños que le echen ganas. Dios tiene preparadas grandes cosas para nosotros”, dijo Gabriel para animar a otros niños a vivir la fe de una manera comprometida, en apoyo a los demás y recibiendo como pago el simple hecho de ser feliz.
“Me gusta mucho que en la parroquia estoy muy feliz, y mi familia también”, dijo esperanzado en un día convertirse en sacerdote.
Inspirada por la vocación
Zulma René Vaca, de la parroquia La Sagrada Familia tiene 17 años, y gracias a la fe de sus padres, que la han llevado desde pequeña al templo, ha encontrado un camino espiritual, así como la forma de vivir su fe en servicio a los demás.
Decidió hacerse monaguilla luego de un retiro de Adviento.
“Ahí conocí a unos niños monaguillos, y me llamó mucho la atención lo que hacían”, dijo.
Una vez integrada al grupo de servidores, Zulma descubrió la emoción de participar en la Eucaristía y ayudar en ella, y comenzó con la inquietud de conocer más de la Iglesia y de otros servidores, y por eso comenzó a seguir a muchos sacerdotes y religiosas por redes sociales, pues sentía que debía conocer más cómo se involucran en el servicio.
Su inquietud dio un giro cuando el obispo visitó su parroquia y le presentó a la hermana Marta Patricia, de las Oblatas de Santa Marta, en quien Zulma encontró inspiración vocacional.
“Platiqué con la hermana, y le pregunté a Dios qué quería de mí. Fue así como poco a poco ha ido creciendo este amor por la vocación y por las hermanas Oblatas”, compartió Zulma, quien hoy preserva en su corazón la idea de tomar la vida consagrada, como una forma de realizar la voluntad de Dios y servirle.
Dando signos de una fe madura, Zuly, como es conocida en su comunidad, se ha propuesto el objetivo:
“En 10 años me quiero ver como una de ellas”, dijo refiriéndose a las hermanas Oblatas.
Una entrega completa
Sebastián Aguilar Carranza, un joven de 14 años, comenzó en el servicio de monaguillo en la parroquia Jesús El Salvador, animado por el ejemplo de sus padres.
“Mis papás siempre han sido muy entregados a la Iglesia y es por eso que me apoyaron sin pensarlo, cuando les dije que quería ser monaguillo”, compartió.
Explicó que su servicio ha sido una experiencia muy gratificante, pues le ha ayudado a crecer como cristiano, pero también como persona, pues “He aprendido a ser más responsable, más ordenado y más respetuoso”.
Sebastián recuerda que uno de los momentos más difíciles de su servicio como monaguillo fue durante la pandemia de COVID-19 cuando contaba con 10 años de edad.
“Éramos 17 monaguillos cada domingo, entre todas las misas, pero con la pandemia pasamos a ser solamente tres”, compartió.
“Sabía que si daba el cien por ciento antes, ahora tenía que dar el mil. Fue muy cansando pero muy edificante”, agregó consciente de que sus compañeros no se fueron simplemente porque quisieron, sino por cuidarse ellos y cuidar a sus familias.
“Fue muy difícil tener que atender a todas las misas solo con dos compañeros. Pero lo hicimos con mucho amor y dedicación”, reveló.
Hoy que la pandemia se ha ido y la parroquia Jesús El Salvador ha vuelto a tener más monaguillos, Sebastián está feliz de poder compartir su servicio con otros jóvenes y niños y orgulloso de ser un monaguillo comprometido.
Así, Sebastián es un ejemplo de que la fe heredada de los padres lleva a las personas a una plenitud espiritual gracias a su entrega en el servicio a la Iglesia.