- Hace dos semanas presentamos el testimonio de César Arenas como ejemplo de la purificación de un corazón sucio por el pecado…Su conversión lo hizo, además, un perseguido por causa de la justicia, por la que es doblemente bienaventurado… Aquí la segunda parte de su historia…
Ana María Ibarra
Después de su encuentro con Jesús, César Arenas ha dedicado su vida como predicador, llevando la Buena Nueva a donde el Señor le ha ido mostrando.
En este camino, después de haber sido traficante y consumidor de diversas drogas, fue perseguido y estuvo a punto de ser asesinado junto con su familia, por denunciar actos de venta de estupefacientes a niños y jóvenes en un sector de la ciudad.
En él se hace vida la bienaventuranza: “Bienaventurados los perseguidos por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.
De las drogas a la predicación
Sumergido en las drogas, como traficante y consumidor desde los 16 años, César Arenas vivió un encuentro personal con Dios y con Jesús Eucaristía, que lo llevó a una conversión radical. (Presencia 1384).
“Mi esposa tuvo un encontronazo con el Señor en el catecismo familiar, cuando mi hijo estuvo en edad de hacer su primera Comunión. Ella cambió radicalmente conmigo, me trataba bien, mientras yo seguía consumiendo y vendiendo drogas, además de serle infiel”, compartió César en una entrevista telefónica hace unas semanas.
En ese periodo de catequesis, César tuvo su encuentro con Jesús, y aunque fue difícil dejar la drogadicción sin un proceso de rehabilitación, fue el poder del amor de Dios quien le dio la fortaleza para cortar con su adicción.
“Le entregué a Jesús un tornillo hueco donde guardaba mi dosis de droga. Lo dejé en el altar después de una misa. Antes había intentado tirarlo en otros lugares, pero siempre volvía por él. Ese día también regresé, pero ya no lo encontré, desde ese día no he vuelto a drogarme ni a beber alcohol”, dijo César.
Después de haber sanado su adicción, César decidió dedicarse a predicar la Palabra de Dios. En este camino, se enfrentó con una situación que lo llevó a actuar de acuerdo al evangelio y a su fe.
“Vivíamos en Parajes del Sur, y enseguida de mi casa se pusieron a vender droga al menudeo. Un día, llegaron a mi puerta estas personas para ofrecerme pagar uno de mis recibos de servicios con tal de que no me metiera con ellos. Ya habían hablado con los vecinos y ellos habían aceptado”, recordó César.
Ese fue el primer contacto que esas personas hicieron con César.
Catequesis vs adicciones
En menos de tres meses, la calle donde vivían César y su familia se hizo inaccesible, pues los vendedores de droga habían tomado posesión de ella, se notaba el vandalismo y había jóvenes drogándose.
“Ya no se podía pasar por ahí. Estaba todo rayado, había llantas quemadas, jóvenes drogándose, filas de compradores, y la policía coludida con ellos iba a recoger dinero”, contó.
Ante esa situación, César y su esposa hablaron con su entonces párroco, el padre Agustín Navarro (q.e.p.d.), en la parroquia San Pedro de Jesús Maldonado.
“Le pedimos autorización para rezar el Rosario en el parque que estaba enfrente de nuestra casa. Colocamos una imagen de la Virgen de Guadalupe y nos dimos cuenta que a bajó la venta de drogas. Pero estas personas empezaron a organizar juegos de futbol con niños de nueve años en adelante y, ganaran o perdieran, les daban pequeñas dosis de droga”, expuso.
Nuevamente, César acudió a la parroquia a pedir autorización para impartir la catequesis en su casa.
“En ese entonces ya estaba el padre Raúl Vega (q.e.p.d.) como párroco. Le conté lo que estaba pasando, le pedí permiso para dar catequesis. En el patio de mi casa, mi esposa daba catequesis a los niños, mi hijo a los jóvenes en el parque, y yo a los papas de los niños, especialmente a los de futbol”, compartió el entrevistado.
César habló con los papás y les contó lo que sucedía con la venta de droga y los impulsó a no permitir a sus hijos acercarse a esas personas.
El atentado
Con esta alerta, los padres comenzaron a cuidar más a sus hijos y así se redujo la compra de droga, lo que ocasionó atentados contra César y su familia.
“Nos amenazaron. Un día me golpearon seis personas en el parque delante de mi esposa y mis hijos. En otra ocasión quisieron sacarme del camino por la avenida. Lo último que hicieron fue balacear nuestra casa pensando que estábamos ahí”.
César compartió que ese día, su esposa se encontraba en el parque junto con su hijo menor regando las flores que habían sembrado junto a una imagen de la Virgen de Guadalupe, cuando hombres armados a bordo de vehículos se detuvieron frente a su casa y comenzaron a disparar.
“Mi hijo y yo íbamos de camino a la casa. Mi esposa me llamó para decirme lo que ocurría, los vecinos la escondieron cuando se dieron cuenta de la balacera. Cuando se fueron los sicarios, ella quiso ir a la casa”, dijo César.
Agregó que los vehículos regresaron y algunos hombres ingresaron a la casa en su búsqueda y se volvieron a escuchar las ráfagas.
“Cuando llegué por mi esposa vi que estaban los reporteros y la policía. Le dije a mi esposa que era momento de sacar algo de la casa para irnos”.
Vivir como peregrinos
Cuando César y su esposa ingresaron a su hogar a recoger documentos y algo de ropa, los abordó una reportera española que se encontraba en la ciudad haciendo un documental sobre la violencia.
“Me preguntó si valió la pena lo que hice ante lo que acababa de suceder. Le dije que sí, que vale la pena dar la vida por Jesús”.
Después de ese atentado, César y su familia tuvieron que irse de la ciudad, y al cabo de tres años regresaron para seguir con su misión en esta frontera.
“Muchas veces damos la vida por cualquier cosa, por dinero, por el barrio, por la droga. Sé que regresaron a darnos el tiro de gracia, nos andaban buscando”, reconoció César.
“Pero por una sola persona que nos haya escuchado y haya alejado a su hijo de la droga, valió la pena ese atentado”, finalizó.