Con motivo de la visita del Papa Francisco a Ciudad Juárez y bajo la guía del obispo Don José Guadalupe Torres Campos, se elaboraron catequesis preparatorias para este histórico acontecimiento. Presentamos la primera de una serie de cuatro catequesis.
Comisión Diocesana de Catequesis para la Visita del Papa Francisco Diciembre del 2015
El Papa Francisco tendrá en nuestra ciudad varios encuentros: con los presos, con el mundo del trabajo, y una misa para encontrarse con las víctimas de la violencia de los últimos años en esta frontera, y también allí hablará a los migrantes.
Por ello estas catequesis tienen como intención el profundizar en estas temáticas, según las enseñanzas del Papa Francisco en cada uno de estos puntos, para aprovechar mejor las palabras que el Sumo Pontífice nos dirija en el ya ansiado miércoles 17 de febrero del 2016.
Sobre los presos
Uno de los énfasis que ha marcado al Papa Francisco en su pontificado es la atención especial que le ha dado a los presos. Incluso desde que era Arzobispo de Buenos Aires acostumbraba visitar las prisiones y, el Jueves Santo, lavar los pies a 12 presos. Esa costumbre la ha conservado ahora en su misión como Obispo de Roma. Veamos en esta catequesis algunos de los puntos que más ha señalado el Papa Francisco cuando ha tratado el tema de los presos.
1. Como cristianos, no podemos ser indiferentes a los presos.
Es doloroso que algunos de nuestros hermanos estén en prisión. No podemos acostumbrarnos a esa realidad, pues si así fuera quedaría en evidencia que vivimos en una sociedad presa de sí misma, de su indiferencia. En su reciente visita a los Estados Unidos, el Papa Francisco señaló que debe existir un verdadero dolor al reconocer la realidad de nuestros hermanos que están encerrados en las cárceles. ¿Cómo podemos estar como si nada cuando hay otros de los nuestros que han sido privados de su libertad, aunque sea por motivos justificados? Dice el Papa:
“Un momento difícil, cargado de tensiones. Un momento que sé es doloroso no sólo para ustedes, sino para sus familias y para toda la sociedad. Ya que una sociedad, una familia que no sabe sufrir los dolores de sus hijos, que no los toma con seriedad, que los naturaliza y los asume como normales y esperables, es una sociedad que está condenada a quedar presa de sí misma, presa de todo lo que la hace sufrir”.
2. La escena de Cristo en la Última Cena, lavando los pies de sus discípulos, se aplica especialmente a la actitud que como cristianos debemos tener hacia nuestros hermanos presos.
El Papa Francisco explica por qué se acostumbraba, en tiempos de Jesús, lavar los pies a los invitados a una casa: el motivo era que los caminos eran de tierra, llenos de polvo y piedrecillas, y este polvo y estas piedras se colaban entre las sandalias. Así, lavar los pies era sinónimo de dar alivio al que viene sucio y agotado del camino, de querer bien al otro.
Así cobran sentido las palabras de Jesús a Pedro, que no quería que Jesús le lavara los pies:
“Si no te lavo los pies, no podrás ser los míos” (Jn 13, 9).
En sentido cristiano, el hecho de que Nuestro Señor lave los pies, significa el consuelo y la purificación que sólo Él puede ofrecer. Los presos quizás han recorrido un camino lleno de la suciedad de los delitos cometidos. ¿Quién más que ellos necesita de la purificación divina?
En este sentido, nos toca a los cristianos acercar a los presos a Cristo, para que Él les lave los pies. Es decir, es hacerles comprender la realidad de que el ser humano sigue siendo un hijo amadísimo de Dios, aunque esté encerrado en una prisión.
Todos tenemos necesidad de ser purificados por Cristo. Nos lava los pies para llevarnos de la mano de nuevo a la mesa del banquete, con Él y con todos los demás. Por eso dijo el Papa a los prisioneros en Filadelfia:
“Él viene a nuestro encuentro para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en la fe y la confianza. Quiere que volvamos a los caminos de la vida sintiendo que tenemos una misión; que este tiempo de reclusión nunca ha sido y nunca será sinónimo de expulsión”.
Así, el Papa ha tomado la costumbre, los Jueves Santos, de lavar los pies a 12 prisioneros. Y no hay distinción entre ellos: ha habido hombres, mujeres, cristianos y de otras religiones.
Por ello también el Papa Francisco les recomienda a los capellanes de las prisiones que les digan a los presos que “no se desanimen, que no se encierren en sí mismos… ()… porque el Señor está cerca de ellos, no se queda fuera de las cárceles, sino que está dentro de sus celdas. Ninguna celda está tan aislada como para excluir al Señor, su amor paterno y materno llega a todos lados”.
3. Las prisiones deben tener la finalidad de la reinserción social, eventualmente, de los presos.
La intención del Papa Francisco es que la ayuda a los prisioneros se traduzca, a través de los gobiernos y con la participación de los cristianos en algo muy concreto: que esos hombres se reintegren plenamente a la sociedad, como buenos ciudadanos, con un empleo decente y sin el estigma permanente de ser considerados delincuentes.
Así, el Papa Francisco nos invita a todos a ser “forjadores de nuevos senderos”, en la solidaridad con los demás, ayudando a los que han estado en prisión a formar de nuevo parte activa de la sociedad. Es una llamada a buscar creativamente nuevos modos de insertar estos hermanos nuestros como miembros de la comunidad. Hay una mentira que Cristo nos ayuda a erradicar: “Nadie puede cambiar”. Es parte del cristiano el tener la esperanza en el otro, especialmente en el preso, en aquél que quizás ha cometido atrocidades. ¡Puede cambiar! ¡Con la ayuda de Cristo y la nuestra!. El mismo Papa Francisco ha manifestado el cambio en él, realizado por Jesucristo, cuando en la peligrosa cárcel de Palmasola, en Santa Cruz, Bolivia, les dijo a los presos:
“El que está ante ustedes es un hombre perdonado”, para luego agregar: que fue “salvado de sus muchos pecados”. Por ello, y en un sentido análogo, afirma de las cárceles: “Reclusión no es lo mismo que exclusión, que quede claro, porque la reclusión forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad”. Y por ello critica todo lo que impide la reinserción en la sociedad de los presos, por ejemplo:
“En contra de la reinserción a la sociedad están “el hacinamiento, la lentitud de la justicia, la falta de terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación, la violencia, la carencia de facilidades, estudios universitarios, lo cual hace necesaria una rápida y eficaz alianza interinstitucional para encontrar respuestas”. (Discurso en la carcel de Palmasola, en Bolivia)
4. A los cristianos nos toca acoger a los presos con amor.
Es entrañable observar las imágenes del Papa Francisco en sus visitas a las diferentes prisiones: abraza a los presos, pero no a medias, sino con abrazos fuertes y estrechos; les sonríe cálidamente y platica con ellos; los saluda de mano: hay fotografías impresionantes, donde la mano del Papa, con el anillo del Pescador, saluda a presos con los brazos llenos de tatuajes; y los presos lloran antes estos gestos del Supremo Pontífice y, por supuesto, los presos rezan también. Más que con discursos, en este punto el Papa enseña con su testimonio: los acoge con amor, al modo de Cristo. Sin embargo, tampoco faltan las palabras papales:
Cuando el Papa Francisco, el Jueves Santo del 2015, fue a la prisión romana de Rebbibia, les dijo, recordando el evangelio: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el final”, y después agregó: “Jesús nos amó, Jesús nos ama sin límites, siempre, hasta el final. El amor de Jesús por nosotros no tiene límites” Sermón en prisi®on de Rebbibia, Roma (2015).
5. No nos creamos más buenos que los presos.
¿No creernos más buenos que unos delincuentes? Y sin embargo esto es lo que nos enseña el Papa Francisco. De hecho, no hace sino aplicar la enseñanza evangélica. ¿Quién no se acuerda de la parábola del fariseo y el publicano? ¿O del consejo de San Pablo de considerar a todos mejores que uno mismo? El Papa acostumbra, de vez en cuando, llamar por teléfono a algunos presos en su natal Argentina, y luego de hablar con un recluso, se pregunta: “¿Por qué él y no yo? ¿Merezco yo más que él para no estar allí? ¿Por qué él ha caído y yo no? Es un misterio que me acerca a ellos”. Y repite la misma enseñanza en una Audiencia General (10 septiembre 2014):
“Cada uno de nosotros podría hacer alguna vez lo mismo que hizo ese hombre o esa mujer que está en la cárcel. Todos podemos pecar y equivocarnos en la vida. No son peores que tú o que yo”.
6. Cuando ayudamos a un preso, ayudamos al mismo Cristo. Cuando ayudamos a un preso, es Cristo mismo quien lo ayuda en nuestras personas.
Recordemos las palabras de Cristo: “Estuve preso y viniste a verme” (Cf. Mt 25). Ese mismo Cristo sigue haciéndose presente en las prisiones cada vez que un discípulo suyo sirve a un prisionero. Tanto ama a los presos Nuestro Señor, que se identifica con cada preso que recibe una visita.
Pero también cuando un cristiano, especialmente un ministro consagrado, es el que visita y consuela al enfermo, es Cristo mismo el que realiza esa obra de misericordia. Como les dice el Papa a los capellanes de las prisiones: la acción de ellos (los capellanes) “expresa una de las obras de misericordia, hace también visible aquella presencia del Señor en la cárcel, en la celda… Ustedes son signo de la cercanía de Cristo a estos hermanos que tienen necesidad de esperanza” (Discurso a capellanes de prisiones italianas).
Preguntas para la reflexión
¿Cómo he cumplido con la obra de misericordia de visitar a los presos?
¿He visitado una prisión para encontrarme con algún preso?
¿Rezo frecuentemente por los presos? ¿Los ayudo materialmente?
¿En verdad creo que pueden los presos reintegrarse en la sociedad?
¿Conozco cómo funciona la pastoral penitenciaria en Ciudad Juárez?
¿Cómo podemos en nuestra parroquia y en nuestro decanato mejorar la pastoral penitenciaria?