Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/ Director de Presencia
Se ha hecho popular un tipo de predicación en internet que, lejos de ser edificante, se ha vuelto espiritualmente perjudicial. Es el catolicismo tóxico en línea. Las redes sociales han dado a conocer a un gran número de predicadores laicos que cuentan con sus propios blogs, canales de You Tube y cuentas en Facebook, Instragram, Tik Tok y otras redes.
También hay un buen número de sacerdotes que participamos en el mundo digital tratando de llevar la Palabra de Dios con las enseñanzas de nuestra Madre, la Iglesia. La evangelización es necesaria a través de estos medios. Sin embargo las discusiones, las acaloradas controversias, los dimes y diretes de católicos contra católicos hacen que la experiencia de la fe en internet se vuelva, muchas veces, enfadosa y poco edificante.
Con la pandemia ha crecido el número de mensajes apocalípticos que hablan del fin de los tiempos, de una hipotética masonería infiltrada en la Iglesia, de supuestos videntes que, más que transmitir mensajes esperanzadores, siembran miedo y angustia en las almas. Otros mensajes se levantan amenazantes para quienes se vacunen contra el Covid-19; se habla del modernismo que ha pervertido a la Iglesia desde sus cúpulas y de que el fin del mundo no tardará. Una persona que busque sinceramente a Dios y reciba los mensajes en línea de estos profetas de desventuras, seguramente saldrá huyendo a buscarlo en otra parte.
Hay quienes viven acusando al Concilio Vaticano II de ser el culpable de todos los males de la Iglesia; se quiere regresar a la Misa en latín a toda costa, pues el rito en lengua vernácula les parece una aberración. Yo no tengo nada contra el latín ni me opongo al antiguo rito, pero convertirlo en un absoluto y decir que si no celebramos la Eucaristía de esa manera estamos fuera de la fe católica, es una intransigencia, un puritanismo rigorista, una falsa radicalidad que solamente pertenece a ellos, pero no a Cristo ni a la Iglesia Católica. La actividad en línea de muchos católicos «trads» suele ser tóxica porque atacan despiadadamente a cualquiera que no pase la prueba de los estándares de su pureza.
Se puede no estar de acuerdo en temas que para los católicos son opinables. El debate en la Iglesia es saludable cuando se hace con respeto y, sobre todo, con caridad. La toxicidad comienza cuando los católicos nos atacamos unos a otros discrepando con agresividad hasta llegar a la descalificación y al insulto. Así condenamos a cualquiera que se atreva a no estar de acuerdo con nuestros puntos de vista. Nunca lo haríamos saliendo de la Eucaristía al estar unos frente a otros y, sin embargo, nos atacamos en línea, quizá porque la pantalla nos protege de mirar al otro a la cara. La sensación de anonimato genera toxicidad. Es más fácil lanzar un insulto visceral que elaborar un argumento bien pensado.
Es una grave insensatez alimentar nuestra fe católica de polémicas en internet que no son sino politiquería eclesiástica, así como de visiones de falsos profetas que son pájaros de mal agüero. Internet es una riqueza maravillosa donde encontramos muchos buenos, ricos y profundos comentarios a la Palabra de Dios que pueden ser comida muy nutritiva para nuestra vida cristiana. También existen diversas iniciativas de formación en línea para conocer a Dios y la vida católica.
Hemos de crecer en obras de caridad y en la formación de las virtudes, porque es tan breve el tiempo que nos queda para ser santos que, si no lo aprovechamos bien, corremos el riesgo de quedarnos en un catolicismo tóxico. Al final de la vida se podría convertir en cáscara vacía, sin frutos para la vida futura.
Postdata: los trolls en las redes son personas provocadoras que se dedican a hacer comentarios polémicos para provocar emociones negativas y así reventar las conversaciones. Sólo quieren atención. Lo mejor es ignorarlos y no caer en su juego.