Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/Director de Presencia
La decisión de Elon Musk –uno de los hombres más ricos del mundo– de abrir una planta de automóviles eléctricos Tesla en el estado de Nuevo León, desató furor en Monterrey. En las últimas semanas, entre los regiomontanos, el anuncio de la llegada de Tesla ha sido uno de los temas favoritos de conversación. La noticia vaticina una nueva era de progreso y bienestar material.
Se pronostica que, en el 2025, el 25 por ciento de los coches en el mundo serán eléctricos. Y la cifra irá creciendo. Tesla es el líder mundial en este mercado, pero marcas como Ford, Chrysler, BMW, Volkswagen, Mitsubishi, GM, Nissan y Mercedes Benz no se quieren quedar atrás, y ya tienen ambiciosos planes para fabricar estos coches que funcionan con baterías de litio.
Los gobiernos de los países más desarrollados están impulsando estos vehículos con motor eléctrico, en oposición de los coches con motor de combustión interna mediante la quema de gasolina y diesel. Pero no todo lo que relumbra es oro. El mercado de los coches eléctricos tiene un lado muy oscuro: la explotación de las minas de litio en la cuenca el Congo, en África.
Se trata de una de las crisis humanitarias más graves hoy en el mundo. Decenas de miles de niños y trabajadores, no empleados oficialmente por una empresa, en condiciones inhumanas y peligrosas, extraen los minerales y metales requeridos para la producción de coches eléctricos, particularmente la extracción de litio y cobalto.
Siddharth Kara es un investigador y activista de la esclavitud actual. Es profesor en Harvard y tiene escritos tres libros: «Tráfico sexual: dentro del negocio de la esclavitud moderna» (2009); «Trabajo en condiciones de servidumbre: abordar el sistema de esclavitud en el sur de Asia» (2012); y «Esclavitud moderna: una perspectiva global» (2017). Ha dicho: “Pocas veces en la historia la práctica de aprovecharse de los débiles ha sido tan severa, ha generado tantos beneficios y ha tocado la vida de tantos. Cada nivel de la cadena se aprovecha de algunas de las personas más pobres y más explotadas del mundo”.
Kara ha viajado a más de 50 países para documentar la esclavitud actual de todo tipo. Ha seguido las redes mundiales de tráfico de personas, ha explorado las regiones donde trabajan las esclavas sexuales víctimas de la trata, y ha rastreado las cadenas de suministro globales de numerosos productos contaminados por la explotación y el trabajo infantil. Es asesor de la ONU y diversos gobiernos sobre políticas contra la esclavitud.
Lo que justifica que se mantenga este sistema de esclavitud en las minas del Congo es el cuento del cambio climático. El gobierno de Joe Biden se comprometió a reducir las emisiones de efecto invernadero a la mitad para el año 2030, y el presidente ha decretado que la mitad de los coches que circulen en Estados Unidos, en ese año, sean de motor eléctrico. Así, quienes compren su unidad eléctrica se sentirán moralmente contentos de estar contribuyendo a cuidar el planeta.
Los entusiastas del cambio climático están felices porque, según ellos, dejaremos de utilizar los recursos no renovables, como el petróleo, para entrar a la era de los recursos renovables, como la electricidad. Habrá emisiones cero, dicen. Pero es falso que con los coches eléctricos los recursos son renovables. Si bien la «energía verde» dejará de extraer combustibles fósiles, se explotará la extracción de metales y minerales para hacer fabulosos negocios.
El 75 por ciento de la producción de cobalto en el mundo está en la República Democrática del Congo, donde trabajan, para su extracción, entre 150 y 200 mil mineros (Fuente: Reuters). El Wilson Center eleva las cifras a 255 mil personas, de las cuales hay 40 mil niños. Los mineros trabajan por menos de dos dólares al día y lo hacen solamente con sus manos, sin estándares de seguridad ni protección. Los accidentes son frecuentes.
El cobalto no sólo es extraído de las minas congoleñas para fabricar coches eléctricos, sino también es fundamental para las baterías de los teléfonos celulares, tabletas y computadoras portátiles.
Los católicos no podemos dejar de utilizar nuestros teléfonos celulares y aparatos de cómputo que se han vuelto necesarios en nuestro estilo de vida. Quizá años más adelante también tendremos que desplazarnos en coches eléctricos. Pero si tenemos un mínimo de sensibilidad y caridad cristiana, hemos de orar a Dios, y hacer lo que esté en nuestro alcance, cada un uno desde su ámbito de influencia, para que terminen estas estructuras de pecado de inhumana explotación, y todos puedan tener acceso a una vida humana digna, con salarios y condiciones justas y seguras.