Afirmar que Cristo ha resucitado es decirle al Espíritu Santo: ¡Soy tuyo! ¿Qué cambios debemos hacer en este tiempo de Pascua?, ¿Cómo podemos aprovechar mejor este tiempo que la Iglesia nos presenta, especialmente en medio de esta pandemia? …El padre Francisco Galo nos propone siguiente:
Pbro. Francisco Galo Sánchez/ Párroco de Nuestra Señora del Carmen
Con mucho gusto los invito a mirar este tiempo, el más bello de la Iglesia, en donde se nos invita a llenarnos de la alegría y júbilo porque ¡Jesucristo ha Resucitado! Un aspecto clave de esto es el cambio que debemos hacer en nuestra persona; la resurrección no es una idea, ni tampoco se trata de un añadido o bien algo opcional, es el acontecimiento más importante para cualquier cristiano, pues si Cristo ha resucitado, entonces todo ha cambiado en nosotros. No podemos seguir igual, ni pensar igual, mucho menos quedarnos en una resignación, conformismo o indiferencia.
¿Qué cambios debemos hacer en este tiempo?, ¿Cómo podemos aprovechar mejor este tiempo que la Iglesia nos presenta? Para ello les propongo los siguientes puntos.
- Cambios concernientes a nuestra manera de pensar
Se trata de irnos acostumbrando a entendernos a partir del Evangelio, no de nuestra forma de pensar. El Evangelio sigue caminos desconcertantes. Dios no es de ninguna manera tan fácilmente comprensible únicamente para la razón. Pongo por ejemplo las parábolas del capítulo 15 de San Lucas: ¿Quién de nosotros abandona 100 ovejas para ir por una sola?, ¿Quién se desprende de 10 monadas para buscar una sola?, ¿Quién trata así a su hijo cuando se porta mal y después quiere volver como si nada y hasta fiesta hace?
La lógica del Evangelio no es tan fácilmente comprensible. Si queremos creer en Jesucristo, vamos a tener que recorrer el camino del Evangelio no el de la razón, es decir, cambiar esa forma de hacerlo y aceptar la propuesta por Jesucristo, que requiere una lectura constante y perseverante.
Las mujeres que fueron al sepulcro, buscaban un cadáver, querían ungirlo porque no les había dado tiempo, por eso se prepararon para hacerlo, pero su sorpresa fue mayúscula porque no lo encontraron. Ya esto les cambiaba muchas cosas. ¿Cómo busco a Jesucristo?, ¿Con qué actitud? Si ha sido la de querer estar convencido, tener modificaciones espectaculares, queriendo hacer lo de siempre, pues creo que no estamos en la sintonía del Evangelio y no entenderemos la Resurrección.
La pandemia ha puesto en crisis y duda todo, incluyendo nuestros procesos evangelizadores y hasta las convicciones. De ahí el buscar nuevos caminos que no serán del todo tan fáciles, ni sencillos. Yo no los tengo como tampoco lo tenían aquellas mujeres, pero uno debe confiar precisamente en la presencia del Espíritu Santo, que nos dejó precisamente para mirar mejor por dónde ahora debemos aprender a caminar.
Todos quisiéramos recetas, consejos concretos para no batallar. Hemos acostumbrado a los laicos a creer que el sacerdote es el que debe decir todo, por eso hasta les hemos privado del derecho de opinar en ocasiones. ¡Qué importante es entrar por los caminos del dinamismo de la fe! Pasar de una fe por costumbre a una fe por convicción. Es clave para cualquier cristiano el estar decidido a caminar por donde Jesús indica, no por donde uno quiera.
- Dar el paso de una egolatría a los caminos del discípulo
Muchos de nosotros solemos ser muy generosos y entregados en nuestros compromisos pastorales, y puede ser que caigamos en la tentación de trabajar con nuestras únicas fuerzas, nuestras únicas expectativas, nuestras experiencias y esquemas mentales. Podemos caer en la “cerrazón” de Pedro, de Judas, de los discípulos de Emaús o la del mismo Saulo, que los llevó por sendas no muy compatibles con el Evangelio.
Existe mucho egoísmo a nuestro alrededor, no siempre señalado ni mucho menos atacado. Esto se ha acentuado más por la pandemia, pues nos ha llevado a implementar más el individualismo, a encerrarnos más en nosotros mismos, a verse primero uno, a poner lo de uno por encima de los demás.
A nuestro alrededor se fomenta mucho esto, por eso creemos “que cada cabeza es un mundo”, por lo tanto cada uno tiene derecho a hacer, interpretar o ver las cosas como quiera, pues las leyes lo amparan. Tan sólo podemos ver los problemas con lo referente a la equidad de género, no siempre abiertos al plan de Dios pues apoyamos la palabra de cualquiera, no así la de Dios.
La resurrección de Jesucristo va por otros caminos. No nos lleva a encerrarnos, sino que nos abre las puertas, nos lanza, nos saca y desde luego esto nos desconcierta y nos cuesta trabajo, nuestra reacción es volver de nuevo a lo que nos da seguridad. Todas las presencias de Jesucristo en el Nuevo Testamento tiene un fin misionero, es decir, no es para que la persona se sienta privilegiada, o por encima de los demás o se quede con ese don, al contrario, es para compartirlo, anunciarlo, comentarlo con los demás, aunque uno sea tratado como loco, lo metan a la cárcel o incluso le quiten la vida.
La resurrección de Jesucristo no admite que sigamos igual, queriendo permanecer “encerrados en la casa por miedo a los judíos”. Nos abre las ventanas y nos señala que nos da su Espíritu Santo, es la garantía de saber que nos acompaña sin buscar desquites. No podemos seguir con las mismas actitudes. Es verdad que sigue habiendo cierta contingencia y sobre todo observar las medidas sanitarias, eso nunca las debemos de abandonar, pero no significa que nos quedemos con los brazos cruzados, o resignados en nuestra casa. Podemos emplear el celular, invitar a reunirse virtualmente, a buscar formas de promover la formación cristiana llamada catequesis, a unirse virtualmente en oración sin pedir una presencia física.
El discípulo sigue a su Maestro, no a cualquier persona. Todos somos discípulos y nuestro único Maestro es Jesucristo. En el documento de Aparecida en el capítulo 6, se nos indica un camino a promover. Es bueno volver a leerlo y ver lo que podemos implementar en nuestra parroquia.
- La alegría como don que se nos ofrece, no como sentimiento que brota de nosotros
Todos nos hemos encontrado con gente traumada que está convencida de que nada le sale bien, lo cual evidentemente les incapacita para descubrir, valorar, aceptar y asumir todo lo que huela a triunfo, a gozo, a victoria. Es comprensible su desaliento para descubrir y creer en el Resucitado.
Uno escucha muchas veces que se sienten tristes, que hay dolor y sufrimiento, no se diga negatividad, por muchos motivos y razones como efectos de esta pandemia. Tan sólo en Navidad no faltará quien se sienta mal porque ya no está presente algún ser querido y esto le causa tristeza y hasta la rechacen. Desde luego hay un sentimiento que brota de nosotros, muy válido y necesario y cuando lo experimenta uno, se siente pleno, animoso y con ganas de hacer hasta lo imposible.
Nos olvidamos de que la alegría es un fruto que el Espíritu Santo nos trae con su presencia (Gal 5,22), es decir, nos viene de fuera, no brota de nuestro interior, de nosotros. Cuando Cristo resucitó no les fue fácil creer a los apóstoles y a la mujeres, pero fue por otro como creyeron y entendieron.
Ante la noticia dicha por María Magdalena, Pedro y Juan fueron al sepulcro corriendo no por creerle a María, todo lo contrario (Jn 20,1-10). A Tomás lo hace que lo toque (Jn 20,24-29), a ninguno les brotó desde su interior, les vino de fuera. La Fe se recibe por otros no por uno mismo.
Hoy más que nunca necesitamos entenderlo. Nos hace falta mucha alegría. No para salir a la calle como si nada, o tampoco para hacer ruido, sino para animarnos a ver que es posible lo imposible. La verdadera alegría es fruto de la presencia del Señor y no un estado de ánimo, mucho menos pasajero.
La pandemia no nos puede robar y mucho menos acabar la alegría. No es cuestión de reírse o andar bailando. La tristeza de la muerte de un ser querido es una realidad que no podemos ocultar, pero ahí está el reto, la resurrección de Cristo hizo posible que la muerte no fuera lo último, ni siquiera el final de nosotros. Su Resurrección nos lleva a ver que la vida continúa después de la muerte, como se dice en el rito de Exequias: “la vida no termina junto al sepulcro”. Continúa; de otra manera, es verdad, pero sigue.
- Dejar que sea el Espíritu Santo el que nos guíe.
Actualmente se promueve mucho la autodeterminación. Por donde quiera escuchamos el que cada uno tiene derecho a decidir lo que quiera. Esto es muy peligroso porque nos puede llevar a una anarquía en donde no hay normas universales o generales, sino particulares pues cada uno la interpreta a su modo.
Se lucha mucho para que cada quien sea su director. Hasta cierto punto está bien y es correcto. El error se encuentra cuando nos olvidamos que formamos parte de un conglomerado, y lo que uno hace afecta para bien o para mal en todos los demás. La situación prevaleciente de contingencia nos vuelve muy vulnerables a todos y la reacción más fácil es recluirse, dejarse atrapar por el miedo y entonces la cobardía se nota y gana terreno en nosotros.
Afirmar que ¡Cristo ha resucitado! Es permitir que a partir de ahora, el Espíritu Santo trabaje en nosotros para que nos conduzca. No quiere decir que desconozcamos las autoridades, al contrario, se requieren, más bien que debemos mirar si sus decisiones nos permiten ser mejores personas.
Con mayor razón nosotros que nos llamamos cristianos, pues como discípulos del Señor estamos llamados precisamente a compartir la alegría de seguir al que es el Señor de la vida. No seguimos a un personaje de la historia, sino a Alguien que está vivo y presente, que nos anima y alienta, que marca nuestra vida y nos permite darle sentido y orientación.
La resurrección nos lanza muchos retos, uno de ellos a dejar de querer ser protagonistas, el principal es el Espíritu Santo y no siempre le damos su lugar. Esto no lo entendemos bien, pues nuestra sociedad nos lleva por otros caminos.
Dejar que el Espíritu Santo nos guíe requiere de mucha oración, renuncia y humildad, pues nos ponemos en las manos de Otro y no es tan fácil. Afirmar que Cristo ha resucitado entonces nos permite estar dispuestos a decirle al Espíritu Santo: ¡Soy tuyo! Y esto es muy arriesgado porque no podemos decidir tan fácilmente sin contar con Él. No estamos tan acostumbrados de verlo así.
- Ser del grupo vencedor de Cristo (2ª Cor 2, 14 – 16);
Es importante tomar conciencia de que estamos entre los rescatados de Cristo, que hemos sido incorporados a su cortejo triunfal para cantar sus maravillas. Por eso Pablo dice: “yo soy el primero de los rescatados por el pecado”; vivamos agradecidos a Dios por la resurrección de Cristo y nuestra.
Al contemplar al resucitado, nuestra acción ha de ser doxológica, es decir, una glorificación continua del Hijo, una permanente acción de gracias porque se ha fijado en la humildad de sus servidores, en la insignificancia y limitación de nuestras personas. Nuestra vida ha de ser reflejo del canto nuevo y de las palabras de nuestra Madre en nuestros labios.
El verificar e informar, ya no se diga proclamar, la resurrección de Jesús, va acompañado de reacciones violentas de los que aún no se han sometido, de los que no se adhieren al triunfo de Jesucristo. Lo constatan, pero no lo admiten, no lo asumen, o bien les es indiferente como algo pasajero o nada relacionado con su vida.
Al creer en el resucitado, el apóstol se encamina decididamente hacia el futuro. Ya no vive apegado al pasado, no vive del recuerdo o de la nostalgia de lo ocurrido o de tiempos pasados como los mejores. El futuro es el que mueve su presente, el atractivo de seguir al Resucitado le permite ver el horizonte que le espera, pues es el reto de caminar y dirigirse hacia el encuentro definitivo con Él.
El poder del Resucitado se expresa en el Don del Espíritu, que hemos recibido en el día de nuestro Bautismo y se reafirmó en la Confirmación y viene a nosotros en cada sacramento. Y si Dios está con nosotros, ¿Quién contra nosotros? Entonces, ¿Por qué mantener los traumas?, ¿Por qué quedarse en el dolor o sufrimiento?, ¿Por qué dejarse llevar por el pesimismo o negatividad?, ¿Por qué no hacer a un lado la tendencia a dejar las cosas a medias, a fijarnos siempre en lo que huela a muerte, a destrucción, a negativo y, despreciar lo positivo?
Qué bueno darle gracias porque nos ha llamado a ser sus discípulos, a vivir este tiempo, a dar testimonio que lo seguimos desinteresadamente, sin ningún afán de protagonismo ni privilegio, que el seguirlo, el reunirnos con él, el recibirlo es lo más precioso e importante, incluso mucho más que los pecados cometidos.
La alegría de la resurrección no se debe a un estado de ánimo, sino a una convicción de fe de que está vivo, de que gracias a este acontecimiento, hoy podemos también nosotros resucitar con él, nos permite participar de esta dicha por el grande amor que el Padre nos tiene por ser sus hijos adoptivos.
Podrán decirnos muchas cosas, incluso reírse y hablar negativamente, señalarán nuestros defectos, errores y pecados, pondrán en evidencia lo más vergonzoso, nos entrará la duda y desconfianza, todo esto es precisamente “el olor de muerte” que San Pablo nos dice, pero tenemos que aprender que es Cristo el que nos alienta no el qué dirán, o el querer quedar bien.
No es el éxito, el aplauso, el reconocimiento lo que nos alienta, merecemos o buscamos, más bien es estar convencidos en quien hemos puesto nuestra vida, que no nos detiene ni el miedo ni la cobardía. La pandemia no tiene la última palabra, la tiene Jesucristo y es una palabra de vida no de muerte.
Como vemos, necesitamos pedirle al Señor nos de ese Espíritu Santo que nos permita entender con su luz la Resurrección del Señor, nos de ese hermoso fruto de su alegría y así seamos capaces de compartir con los demás el poder de su Resurrección.
Porque si los muertos no resucitan,
tampoco ha resucitado el Mesías,
y si el Mesías no ha resucitado,
la fe de ustedes es ilusoria
y siguen en sus pecados.
Y, por supuesto,
también los cristianos difuntos han pecado.
Si la esperanza que tenemos
en el Mesías es sólo para esta vida,
somos los más desgraciados de los hombres
(1 Cor 15, 16-20).