Pbro. David Hernandez Martínez/ Promotor Vocacional DCJ
Recuerdo una vez, cuando en una Hora Santa escuché una estrofa del canto “La Dicha perfecta” que dice: “La dicha perfecta consiste en amar y sobrellevar los dolores, vivir con paciencia la tribulación, y con caridad las injurias, en esto se encuentra la dicha perfecta. En abrazar la Cruz con alegría, como Cristo la abrazó hasta la muerte y en su Gloria compartir en los dolores, y ofrecerlos por amor con humildad. En esto se encuentra la dicha perfecta”.
Particularmente ese verso que dice “En abrazar la Cruz con alegría”, me hizo pensar en mi relación con el misterio de la cruz. ¿Cómo yo abrazo la cruz? ¿con alegría? ¿con miedo, asco, vergüenza? ¿o prefiero rechazarla, evitarla, sacarle a la vuelta?
Es que, la mera verdad, es difícil pasar del cantar al vivir, porque la cruz significa siempre sufrimiento, dolor, entrega, pasión y muerte. Pero también significa gracia, luz, sabiduría, victoria, fuente de vida, salvación, resurrección…
Ocho testimonios
Así pues, quiero ofrecer ocho breves testimonios de santos que vivieron el misterio de la cruz, ya sea desde el sufrimiento, el dolor, la incomprensión, el rechazo, la persecución, en la entrega cotidiana, en su carne (experiencia mística) o en la enfermedad.
Incluímos a la Virgen y san José, cuya solemnidad celebra la Iglesia este mes de marzo.
- San Francisco de Asís, estando cerca de la iglesia de San Damián, entró – movido por el Espíritu- para hacer oración. Solo, frente a la imagen del Crucificado, oyó una voz que venía de la misma cruz que le dijo tres veces: «¡Francisco, vete y repara mi casa, que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella!». Sintiendo en su corazón el poder de la palabra divina, fue arrebatado en éxtasis. Vuelto en sí, se dispuso a obedecer, y concentrar todo su esfuerzo en la decisión de reparar materialmente la iglesia.
Sin embargo, Dios le invitaba a reparar la Iglesia universal desde la vivencia misma de la cruz en la incomprensión de su familia y amigos, en el rechazo de altos eclesiásticos, en las labores más humildes, en las tribulaciones y sufrimientos del anuncio del Evangelio. Desde aquella experiencia, se le clavó en el alma la compasión por el Crucificado, imprimiéndosele en corazón, y después en la carne, las venerandas llagas de la pasión.
Por eso, con san Francisco de Asís, escuchemos al Crucificado.
- Santo Domingo de Guzmán, se abrazó a la cruz y la amó sólo porque Jesús también la amó e hizo de ella la expresión más alta de su amor al Padre y a la humanidad. Domingo se impregnó hasta lo más profundo de su ser de estos sentimientos de Jesús e imprimió en el corazón de sus frailes el amor a la cruz y a todo lo que ella representa. Su pobreza voluntaria, su vida austera, su caridad apostólica, sus renuncias constantes son la mejor muestra de su amor a la cruz de Jesús. Pero donde se expresa con mayor claridad su unión a Cristo sufriente es en la oración.
En su oración privada y personal Domingo abría su corazón a Cristo sufriente para suplicarle con lágrimas e incluso con rugidos: “Señor, ten piedad de tu pueblo. ¿Qué será de los pobres pecadores?” Y para intensificar su oración unía a ella el esfuerzo corporal mediante genuflexiones, postraciones, flagelaciones… Todo ello expresa la misma preocupación de Jesús por la salvación de la humanidad. Su opúsculo titulado Los nueve modos de orar testimonia esta pasión por la cruz de Cristo.
Por eso, con Santo Domingo, oremos a la Cruz de Jesús.
- Santa Catalina de Siena, mística y doctora de la Iglesia, escuchó un día a nuestro Señor Jesucristo que le dijo: «“Hija mía…si quieres el poder de vencer a todas las potencias enemigas, toma para tu alivio la cruz, como lo hice yo”… Catalina no fue sorda a esta enseñanza, y se convenció de que había que encontrar tanto gozo en las tribulaciones que, escribe el beato Raimundo de Capua: nada la consolaba tanto como las aflicciones y los dolores, sin los cuales, decía, se hubiera quedado con desazón en el cuerpo. Y dejaba pasar a gusto el tiempo mientras pudiera soportarlas, pues sabía que por medio de aquello se engalanaba cada vez más su corona en el cielo».
En una ocasión, cuando «un demonio la atacaba diciéndole: “¿qué pretendes, desgraciada? ¿Quieres vivir toda la vida en ese estado miserable?” Y ella le contestó: “por mi alegría he elegido los dolores. No me es difícil soportar ésta y otras persecuciones en nombre del Salvador, mientras así lo quiera su Majestad. Más todavía, ¡son mi gozo!”» (109). Huyó el demonio y la habitación quedó toda iluminada.
Por eso, con santa Catalina, venzamos al enemigo con la Cruz.
- San Juan de la Cruz, hizo de este misterio su camino de vida, nos ofrece una ocasión propicia para buscar inspiración en su experiencia mística.
Ese momento fue en una cruz en pleno camino de reforma del Carmelo, que se manifestó en los hermanos carmelitas calzados que lo tomaron preso, llevándolo a Toledo donde vivió nueve meses de durísima prisión.
Es esta hora de Getsemaní, la noche del alma, un periodo de madurez espiritual para Juan, dejando muestra de ello en sus poemas más insignes. Logró escapar en 1578 del encierro de forma dramática, poniendo audacia y ganando confianza en Dios, con una cuerdecilla hecha con pedazos de su hábito y saliendo por el tragaluz. Este hecho nos enseña que debemos perseverar en la confianza en Dios en medio de las tribulaciones y rechazos.
Por eso con san Juan de la Cruz, crezcamos en el amor a la Cruz.
- Santa Teresa de Jesús, gran reformadora y maestra espiritual, desde temprana edad vivió la perdida de seres queridos.
Poco después de empezar a pertenecer a la comunidad carmelitana, se agravó de un mal que la molestaba hasta dejarla casi paralizada. Pero esta enfermedad le consiguió un gran bien, pues leyó “El alfabeto espiritual” de Osuna, y siguiendo las instrucciones de aquel librito empezó a practicar la oración mental y a meditar.
A ella le gustaban los Cristos bien chorreantes de sangre. Y un día al detenerse ante un crucifijo muy sangrante le preguntó: «Señor, ¿quién te puso así?», y le pareció que una voz le decía: «Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa». Ella se echó a llorar y desde ese día ya no volvió a perder tiempo en charlas inútiles y en amistades que no llevan a la santidad. Y Dios en cambio le concedió enormes progresos en la oración y unas amistades formidables que le ayudarán a llegar a la santidad. De la cruz escribirá que es “descanso sabroso de mi vida, vos seáis la bienvenida. En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo”.
Con Santa Teresa, caminemos la Cruz hasta el cielo.
- San Juan Pablo II, es conocido por todos y su testimonio de cruz se dio en muchos momentos desde el atentado a su persona, hasta una larga enfermedad que lo fue consumiendo, pero que fue vivida con un testimonio cristiano que atrajo no sólo a los creyentes sino también a personas alejadas de la Iglesia.
Quedará marcada la imagen a nivel mundial de aquel Papa débil, sosteniendo, en aquel viernes santo de 2005, una cruz de madera en su capilla privada, mientras seguía por televisión el rezo del viacrucis. Verdaderamente hizo vida lo que pidió a los jóvenes “continuar sin cansarse en el camino tomado para ser en todas partes testimonio de la Cruz gloriosa de Cristo”.
Por eso, con san Juan Pablo II seamos testimonio de la cruz.
- Beata Concepción Cabrera de Armida abordó, con su vida y escritos, el gran dilema de la humanidad; es decir, las crisis, el dolor, el drama de algunos episodios que a veces nos tocan. En pocas palabras, el miedo a perder algo. Ella, en vez de mirarla con miedo, la contemplaba con fe. Muchas veces, experimentó la presencia de Dios que le daba sentido a sus pérdidas.
Para ella, la cruz no fue un fin, sino un medio; no un castigo, sino un proceso de aprendizaje que libera de vicios y manías; no quita la felicidad, sino que ayuda a construirla con bases sólidas como la perseverancia y la capacidad de crecer. De ahí su afirmación categórica: “El que ama la cruz es verdaderamente feliz”.
Amar la cruz no significa amar el sufrimiento ni dejar de aliviarlo cuando existe la posibilidad de hacerlo, sino valorar cómo Dios en los momentos de vulnerabilidad se deja sentir; cómo, nosotros mismos, crecemos y salimos de situaciones que de otro modo nos tendrían todavía atados.
Por eso, con Conchita Cabrera, seamos felices amando la cruz.
- La Virgen y San José, vivieron la cruz de manera anticipada cuando buscaban posada en Belén y no encontraban sitio para ellos ( ), al momento de tener que huir a Egipto y padecer la migración forzada( ), tal vez la incomprensión, la indiferencia o la discriminación; la angustia de perder al hijo en las fiestas pascuales en Jerusalén ( ).
José vivió la entrega cotidiana, también desde el sufrimiento y el dolor, pero supo confiar en Dios. María, viviendo la entrega cotidiana en sus dolores, vivió la pasión de su Hijo estando a sus pies en la Cruz. Ambos, compartieron parte del misterio de la cruz de Jesús, pero no desfallecieron, sino que confiaron y salieron adelante con la ayuda de Dios.
Por eso, con José y María, vivamos la cruz con alegría.
En fin, la cruz de Jesús es, para los cristianos de todos los tiempos, el testimonio más elocuente del amor de Dios hacia la humanidad, sabiduría suya, necedad de los paganos, el símbolo de su victoria sobre el pecado y la muerte. Constituye el elemento esencial de la espiritualidad cristiana que todos debemos esforzarnos por tenerla presente en nuestra vida, todos los días: Por la señal de la santa Cruz…
Quedémonos con lo que el papa Francisco nos dice: “La Cruz no es sólo un ornamento para nuestras iglesias, ni sólo un símbolo que nos distingue de los demás. Es el misterio del amor de Dios que se humilla por nuestra salvación” . Por eso, la cruz inspira todo impulso hacia la santidad.