Ana María Ibarra
Una unión con Cristo en el amor a través de la Cruz son para Diana Cota y para Graciela Soria las difíciles experiencias de vida que les ha tocado enfrentar, siempre con la fe y la esperanza puestas en el resucitado. Aquí sus testimonios.
Cruz de amor
A Diana Cota la sostuvo su fe después del dolor de perder a su hijo Ángel, de tan solo 15 años, muerto por una herida de bala al ser asaltado.
Como servidora de la parroquia San Martín de Porres y como mujer de fe, Diana ha estado entregada a Jesús y a la evangelización como catequista, servicio que hizo también su hijo Ángel, con un gran amor por la Virgen María. Fue ella quien le anunció a Diana que pasaría por ese dolor.
“Dos semanas antes de que mi hijo se fuera, estuve rezando el Rosario. En los misterios dolorosos, al llegar al tercer misterio lloraba a mares. Era como sentir el dolor de la coronación de espinas. En varios momentos sentí a la Virgen acompañándome. Después, cuando pasó lo de mi hijo, entendí”, compartió Diana.
Los planes de Dios
Ángel salió la tarde del jueves 12 de septiembre del 2013 para verse con su novia. Estando con ella, llegaron otros dos jóvenes para robarle su celular y uno de ellos le disparó en la cabeza.
Todo sucedió a unos metros de la casa de Ángel, por lo que las vecinas comenzaron a gritarle a Diana, quien, negada, no salió de inmediato.
“Eran como las siete u ocho de la noche cuando escuché que me gritaban. Yo decía: no es el mío, estoy blindada, la Virgen me lo cuida. Él también era servidor, catequista. La verdad era un niño muy especial”, dijo Diana.
Al ver a su hijo en el piso y con un disparo en su cabeza, Diana comenzó a rezar, lo tomó en sus brazos y lo llevó al hospital.
“En el camino fui rezando y pidiéndole a Dios que me lo dejara. Sentí que Dios estaba conmigo”.
En el trayecto al hospital, con su hijo en brazos, ella le hablaba diciéndole que no tuviera miedo, que el Señor se haría cargo de su vida.
“Me apretó la mano y una lágrima rodó por su mejilla. Los médicos me dijeron que si pasaba la noche y se salvaba, tendría que volverle a enseñar a hablar, a comer”, compartió.
Ángel falleció el viernes 13 de septiembre, a pocas horas de la agresión, y ante su pérdida Diana nunca se enojó con Dios, al contrario, le agradeció por el tiempo que le permitió tenerlo con ella.
Recordó que toda su comunidad estuvo acompañándola en el hospital, incluído el padre Jorge Ramos, quien permaneció ahí toda la noche.
“Esa noche sentía mucha paz en medio de tanto dolor. Era mi niño predilecto, siempre estaba pegado conmigo”, dijo Diana.
Unida a Cristo en el dolor
Perder a un hijo, señaló Diana, es un dolor muy fuerte, sin embargo, experimentó una unión con Cristo en el amor.
“Me sentí fuerte en la fe, tanto, que cuando vi que mi hijo moría le dije: ya váyase, mi amor, ya el Jefe lo necesita, solo Él nos puede separar, nadie más”, recordó.
Y así Diana vivió lo que para ella fue un viacrucis.
“En ese momento entendí el dolor que sintió María y el dolor que pasó Jesús. Ya no era solo un acontecimiento ni una enseñanza en la catequesis, lo experimenté como una vivencia personal. Cristo me regaló un poquito de su dolor. Viví mi viacrucis”, expresó.
Armas y frutos
El Rosario y la Biblia fueron las armas que Diana sostuvo en ese momento pues, dijo, sabía que Dios le hablaría y le diría que todo estaría bien.
“Pero lo que me dijo fue: Diana, si estás sirviendo, prepárate para la prueba. ¿Para qué?
para aprender a consolar al otro”, resaltó Diana.
La entrevistada recordó que el número 13 es especial por el día de la Virgen de Fátima el 13 de mayo.
“Entonces dije: sí Señora, tú me avisaste que vendrías por él”, compartió Diana recordando el momento cuando, al rezar el Rosario, sintió su presencia.
Antes de velar a su hijo, Diana recibió la visita de una psicóloga, quien la hizo cuestionarse sobre qué haría con todo el dolor que sentía.
“Mi esposo renegaba de Dios, porque somos servidores y Dios dejó que le pasara esto a mi hijo, pero el enemigo es a quien más ataca. Estaba platicando con la psicóloga cuando entró el ataúd de mi hijo a la casa y pensé en qué iba a hacer, solo me quedaba despedirlo como se merece. Para fortalecerme, el domingo me fui a misa a comulgar”.
Muestra de amor
Otro momento difícil para Diana fue ver cara a cara a los asesinos de su hijo.
“Agarraron a los asesinos, cosa que nunca pasa. Estuvieron en la cárcel, los iban a sentenciar, pero la única testigo los dejó en libertad. La mamá me dijo que eran inocentes. Yo le dije: rece mucho por sus hijos para que se conviertan, yo rezo por ellos, Dios no quiere que ninguna alma se pierda”.
Diana perdonó a los asesinos de su hijo y decidió estudiar psicología y teología para poder ayudar a otras madres que sufren.
Por ello, hoy Diana afirma convencida que “los planes de Dios son maravillosos y de todo este dolor han salido muchos frutos”.
“Aquello me sirvió para entender el dolor de María, entender el hermoso amor de Jesús expresado en esa cruz. No estoy enojada con mi Jefe, al contrario, estoy enamorada de Él, porque me dio quince años muy buenos con mi hijo. Esa cruz solo fue una muestra de amor”, expresó confiada.
Diana no quiso dejar de compartir que en una asamblea de Renovación, le pidió al Señor que le mostrara dónde se encuentra su hijo.
“Vi a Jesús y detrás de Él a mi hijo. Solo le dije: gracias, Señor. La muerte no es más que un paso. Mi hijo ha llegado a la Casa del Padre; duele, porque tuve que adaptarme a una nueva realidad, pero sé que algún día nos encontraremos”, finalizó.
Viacrucis en la pandemia
Una noche oscura fue para Graciela Aceves de Soria el tiempo que padeció a causa del Covid-19 en mayo del 2020.
“En mayo 13 del 2020 me detectaron Covid. Ahí empezó mi pesadilla. Fue como una noche oscura todo ese tiempo”, compartió Graciela recordando que en esa fecha los hospitales se encontraban saturados y no había espacio para recibir a más contagiados.
«Fue un viacrucis. Mi familia estaba desesperada y yo les decía no me movieran de mi recámara. Me mantenía sin salir de ella, mi cabeza era un caos, sentía que no la tenía en su lugar, sólo quería reposarla en una almohada”, recordó.
Al vivir la experiencia, Graciela agradeció a Dios por su esposo Gerardo Soria, en quien, dijo, Dios no solo le dio un compañero, sino un ángel.
“No se apartó de la puerta de mi recamara nunca. Lo veía que rezaba y escuchaba sus alabanzas. Fueron tres meses de padecimiento. Cuando sentí que estaba partiendo le pedí a mi esposo que le hablara a mi sacerdote, Alfonso García, otro ángel que Dios puso en mi vida, y que luego les hablara a mis hijos, que son cinco”, compartió.
Nueva misión
Después de la unción del sacerdote, Graciela recibió a sus hijos. A partir de
ahí comenzó a mejorar.
«Después de que recibí la unción, empezó el milagro. Empecé a sentir mucha paz, estaba consciente. Recuerdo que pedí algo de comer. Con una probada me sentí muy bien y de allí en adelante”, dijo agradecida.
Graciela compartió que el momento en que sintió que el Señor la llamaba a su presencia, fue hermoso.
«Le dije a mi Jesús: estoy lista, pero Él me demostró que aún tenía una misión que terminar” recordó Graciela, quien es Ministro Extraordinario de la Santa Eucaristía y gusta de compartir su testimonio con los enfermos a los que visita, a quienes también les habla de lo que significa Jesús para su vida:
“Es mi motivación, es pura misericordia y me doy cuenta de que sin Él no soy nada, él es mi plenitud. En una palabra, es mi todo”, expresó.
“Les digo que no tengan miedo a la muerte, pues, si nos preparamos, será lo más bello el encuentro con el Rey de reyes”.
Purificación
Para Graciela esta experiencia con el Covid, así como con otros problemas de salud que ha padecido, más que una cruz, son una purificación.
“Jamás he sentido una enfermedad como la cruz de mi Señor. Nunca he dicho: esta es la cruz que Dios me permitió vivir. Siempre que he estado enferma platico con Él y le digo: Tú me estás purificando. Sé que me tienes reservado un lugar especial”.
Graciela compartió que se ha soñado en esa habitación que Jesús prometió cuando dijo: ‘Me voy porque les voy a preparar una habitación en la casa de mi Padre’.
«Cada vez que he estado enferma, mi sueño es esa habitación”, reconoció.
Y concluyó: “Sé que mi regalo no está aquí, mi regalo está allá cuando parta con mi Señor”.