Seguimos reflexionando en torno al Adviento. Ya estamos iniciando la segunda semana del tiempo de Adviento. Es una experiencia muy humana el esperar o debería ser una experiencia muy humana el saber esperar, lamentablemente considero que los últimos tiempos hay el peligro de caer en la desesperanza y la tentación de no cultivar esta virtud tan importante de la esperanza.
El Adviento es el tiempo que nos enseña a esperar, a esperar desde lo humano las esperas muy naturales, pero sobre todo nos enseña a esperar en un sentido cristiano, como nos dice san Pablo, esperar lo que ya poseemos definitivamente, es Cristo el Señor, y en ese sentido el Adviento es una búsqueda, una esperanza en la búsqueda de Dios, de encontrar a Dios, tener una experiencia de encuentro con Dios. Ya decíamos la vez pasada que aquí hay un doble movimiento: Dios se abaja, Dios viene a nuestro encuentro, Dios vendrá, ya vino, viene a cada instante, a cada momento, viene en esta Navidad, vendrá un día al final de los tiempos y por eso nuestra actitud debe ser de búsqueda: salir también nosotros al encuentro de Dios, y eso implica conocer la esperanza.
Para nosotros cristianos la esperanza es tener un contacto, un conocimiento de Dios. A quien esperamos es al hijo de Dios que se encarna, que se hace hombre, que viene, el Emanuel, el Dios con nosotros, o como dirá san Juan en el inicio de su evangelio, la Palabra que se hace Carne, por tanto, el Adviento es un aprendizaje de la esperanza.
Aprendemos a esperar cada día, aprendemos a permanecer en el presente sabiendo que únicamente el presente bien vivido puede llevarnos a la plenitud de la vida, la plenitud de la vida que finalmente nos dará Cristo el hijo de Dios, Dios mismo.
Está claro, por tanto, que aprender a esperar es una dimensión esencial del desarrollo del hombre y sobre todo el desarrollo espiritual de toda persona y de nosotros los cristianos, por eso los invito: cultivemos la esperanza, fortalezcamos la esperanza, una esperanza unida a la fe y al amor. Espero porque creo y porque amo, y porque creo y amo, entonces la esperanza tiene sentido, es la espera la que nos armoniza la que nos sintoniza con lo invisible, más allá de lo temporal.
Lamentablemente sucede que a veces tenemos unas esperas meramente materiales ¡cuidado! no caigamos en esa trampa del comercio, del consumismo de estos días: espero dinero, espero comida, espero aguinaldo, espero cosas no tan fundamentales. Hay que esperar la paz, esperar el amor, la armonía, la tranquilidad, en familia, en comunidad pero desde Dios, desde Dios, desde la unión con Dios, desde la experiencia del encuentro con Dios.
Así el año litúrgico que estamos iniciando con el Adviento es el tiempo que nos enseña, decía, a esperar más allá de lo obvio, más allá de lo que podemos tocar, preparándonos a ver la proximidad de un Dios que viene a liberarnos, de un Dios que viene a salvarnos. Por eso en el evangelio de este domingo escuchamos a san Juan Bautista que nos habla como una voz que suena en el desierto: “preparen el camino del Señor”, es la primera indicación con fe que nos invita san Juan, preparar el camino. Por lo tanto estos cuatro domingos de Adviento deben ser de preparación, preparar el camino, pero el camino nos lleva hacia algo, un camino nos lleva a un objetivo y para nosotros el camino es el Señor.
Preparémonos todos en la liturgia, en la oración, en la vigilancia, estar atentos ¡preparen el camino del Señor¡ y sigue diciendo san Juan, esa voz del desierto, “hagan rectos sus senderos”. El tiempo de Adviento de acuerdo a la invitación de san Juan es un tiempo de conversión, un tiempo de cambio, hacer rectos sus senderos, y reflexionar cómo andamos al final del año civil, al inicio del año litúrgico, cómo va nuestra vida, qué sendero lleva nuestra vida en todo sentido, en la familia, en el trabajo, en la escuela. Nos podemos dar cuenta que no llevamos a veces una rectitud, por eso dice san Juan ‘que todo valle sea aplanado, que toda colina sea rebajada, que lo tortuoso se enderece y los caminos ásperos sean allanados’, entonces tomemos con mucha seriedad, con mucha espiritualidad este tiempo de Adviento.
A estar alertas, estar vigilantes, oren con mayor insistencia sobre qué tengo que cambiar yo en mi vida personal, qué tengo que enderezar, qué tengo que rebajar, qué tengo que reorientar en mi vida para que, al llegar la Navidad, estemos bien preparados desde el corazón y desde la mente para recibir a Cristo, el Señor.
Por eso también es tiempo de conversión, tiempo de cambio, tiempo penitencial hacia la Navidad. Nos invita san Juan Bautista, no a sólo a nivel personal, a nivel diócesis, como iglesia que tenemos que enmendar, cambiar a futuro mentalidades pastorales, a nivel parroquia a nivel decanato a nivel social, en nuestra sociedad, en nuestros barrios, en nuestras comunidades, también en muchas instituciones qué tenemos que cambiar, qué tenemos que cambiar nivel familiar, cómo corregir cosas para que en familia nos preparemos, vayamos preparándonos cada vez más durante este tiempo de Adviento para que nuestra esperanza sea una esperanza cierta, una esperanza tranquila, gozosa y una esperanza alegre, para que cuando venga el Señor en esta Navidad nos transforme, nos llene de luz, nos llene de vida. Son mis mejores deseos, los invito en este segundo domingo de Adviento y toda la semana que vendrá, la segunda semana de Adviento a que lean la Palabra de Dios, acérquense a la oración en las parroquias para que le respondamos al Señor con el salmo responsorial de este domingo: Grandes cosas has hecho por nosotros señor.
Que Dios los bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Un abrazo fuerte.