La Basílica de Santa María de Guadalupe fue el escenario en el que la tarde del sabado, al finalizar la Santa Misa, el Santo Padre Francisco tuvo unos minutos de oración en solitario ante la Virgen María. Sentado, en el Camarín de la Virgen de Guadalupe, el Papa cumplió el deseo que había expresado antes de su llegada a nuestro país: el de mirar a la «Virgen Morenita», y –como pronunció esta tarde durante el Encuentro con los Obispos de México– de ser alcanzado por su mirada materna.
En la homilía de esta primera ceremonia religiosa del Sumo Pontífice en nuestro país, el Papa Francisco dijo que “María ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana”, además dijo que así como se hizo presente a San Juan Diego, se hace presente ante todos nosotros y más especialmente ante quienes, como él, sienten “que no valían nada”.
Juan pudo experimentar la esperanza y la misericordia de Dios: María lo eligió para ser su embajador y en la construcción “de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar fuera”.
Estando ahí el Papa dijo que al acudir al Santuario nos puede pasar lo mismo que le ocurrió a Juan Diego: “mirar a la madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas… Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación”.
El Papa dijo que por tal razón podría venir bien un poco de silencio para escucharla y tener la certeza “de que las lágrimas de los que sufren no son estériles”. Hoy, remarcó el Santo Padre, Ella nos vuelve a decir “sé mi embajador, sé enviado a construir tantos y nuevos santuarios… sé mi embajador dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo”.
Y en silencio, finalizó el Papa, le decimos a María lo que nos venga del corazón.
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