Ana María Ibarra
Con agradecimiento por la vida de la hermana María de Jesús Montes Álvarez, quien fue llamada a la Casa del Padre el pasado 24 de junio, la comunidad de Hermanas Misioneras de María Dolorosa la despidió con una misa de cuerpo presente el jueves 26 de junio.
La misa de exequias, realizada en la Capilla San Antonio de Padua, en Senecú, fue presidida por monseñor J. Guadalupe Torres Campos, y concelebrada por los sacerdotes Leonardo García, y Fernando Falcón, de la congregación de Misioneros del Espíritu Santo.
Acudieron sus hermanas de congregación, familiares, bienhechores y amigos.
“La antífona de entrada de la Eucaristía de este día, en que despedimos el cuerpo de nuestra hermana María de Jesús, nos refleja lo que fue su vida durante 48 años como Hermana Misionera de María Dolorosa: Yo le digo a Dios: Tu eres mi Señor, fuera de ti no hay ningún bien. El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: Mi vida está en sus manos’”, citó la monición de entrada.
Al inicio de la celebración se encendió el cirio Pascual, como signo de la luz de Cristo que guiará e iluminará el camino de la hermana María de Jesús a la Morada Eterna.
Monseñor Torres dirigió su homilía haciendo una reflexión en clave de esperanza.
“La palabra de Dios nos invita a amar. Es en el amor donde nos realizamos a plenitud como personas, como seres humanos, y sin duda alguna la hermana María de Jesús, como Misionera de María Dolorosa, se distinguió al vivir amando: al forastero, al pobre, al niño, al anciano”, expresó.
Añadió que la enseñanza que dejó la hermana María fue su respuesta al llamado de servir y de amar y pidió dar a Dios gracias por su vida y pedir por su eterno descanso.
Al concluir la misa, el obispo realizó la oración y esparció agua bendita en su ataúd.
“Como legado, lo que nos deja es el don de la fraternidad y la unidad. Estamos agradecidas por ese amor de Dios a través de ella”, dijo la hermana Nereida Vargas, superiora de la congregación.
Los restos de la hermana fueron sepultados.

Su semblanza
En la semblanza que la congregación hizo de la hermana María, como cariñosamente la llamaron siempre, se resaltó que fue una mujer de oración al reconocer diariamente a quien decidió seguir en el caminar de su vida.
Ella nació el 27 de febrero de 1954, en Nuevo Casas Grandes, Chihuahua. Fue la segunda de diez hermanos. Ingresó a la Congregación el 14 de septiembre de 1974. Hizo su Profesión Religiosa el 22 de octubre de 1977 y su profesión Perpetua el 22 de octubre de 1983. Fue la última novicia en vida del fundador de la Congregación, monseñor Baudelio Pelayo.
La hermana María sirvió en el Orfanatorio de Guadalupe y en la Ciudad del Niño y fue formadora, inculcando en las futuras misioneras el amor a la Iglesia y el Carisma de la Congregación.
“Fue una religiosa llena de sentido de la responsabilidad, fortaleza y valentía para asumir el Gobierno de la Congregación y en algunos períodos como parte del Consejo”, se leyó en la semblanza.
Las Hermanas Misioneras de María Dolorosa dan fe del su espíritu generoso y fraterno con el que la hermana María enriqueció la vida de la Congregación.
En los últimos años, ofrendando el sufrimiento de su enfermedad, puso su vida en manos del Señor.


































































