- Henry Vargas Holguín/ Aleteia
Los padres quieren lo mejor para sus hijos y esto incluye educarles para la libertad, ayudarles a ser capaces de vivir «desde su interior», con sentido. No se trata de que hagan en cada instante lo que se les ocurra, sino de hacer realidad en su vida lo que libremente han elegido.
Hijos pequeños
Cuando un hijo les dice a sus padres que no quiere ir a misa, hay que tener en cuenta varios factores: su edad, las razones que le llevan a expresarse así, si se trata de una situación circunstancial o un problema importante,…
En caso de tratarse de un hijo pequeño, el padre y la madre deben introducir al niño en aquella vida que desean transmitirle con arreglo a su edad.
En el caso de los católicos, esto incluye acompañarlo a misa y tratar de mostrarle la grandeza de ese misterio que vive conjuntamente la familia, de la misma manera que le «obligan» a ir al colegio o a visitar a los abuelos aunque a veces pueda no apetecerle al pequeño.
El hecho de que el hijo muestre su oposición a asistir a misa puede servir para que los padres se planteen si están viviendo con plenitud su identidad y su unión con Cristo y si están transmitiendo la fe a sus hijos de manera eficaz, lo cual es una obligación derivada de
su matrimonio católico. Quizás suponga una oportunidad de reavivar su fe…
Pequeñas crisis
Por otra parte, cuando el hijo va avanzando en edad, es necesario que vaya haciendo propio todo aquello que le han transmitido de pequeño, lo cual a veces conlleva pequeñas o grandes crisis.
En este camino, el respeto a la libertad debe ser proporcionado a los años y madurez del hijo, y estar acompañado de una preocupación personal por el hijo acorde con la responsabilidad como padres, pero que puede darse de muy diversas formas, no siempre manifiestas.
Por ejemplo, unos padres a los que su hijo mayor de edad no quiera acompañar a misa los domingos pueden intensificar su oración por él y su acompañamiento paciente y ofrecer también el sufrimiento que les ocasiona esa actitud de su hijo y esforzarse por vivir ellos mejor la misa. Quizás eso sea más formativo y eficaz a largo plazo que una respuesta coercitiva.
Sacrificio y amor
Dice la Madre Teresa de Calcuta: “Estamos en una cultura en que el amor se identifica generalmente con los sentimientos más que con un acto de voluntad, con el placer más que con el sacrificio”. ¿Qué nos quiere mostrar? Que el amor auténtico se identifica con un acto de la voluntad y con el sacrificio. Amar implica pues un movimiento personal que arranca del querer y se hace realidad en el sacrificio.
Es decir el amor ‘obliga’ a algo. Pero no es una obligación inconsciente, sin contenido, ciega o realizada de mala gana. Es una obligación consciente, consecuente, connatural, espontánea y realizada con gusto.
Una persona por amor se obliga a hacer varias cosas que sin amor no haría; ejemplos sobran para entender que las cosas sin amor no tienen sentido.
Obligamos a los niños para que se levanten y se arreglen; obligamos a los niños a ir al colegio; obligamos a los niños para hagan sus tareas escolares; obligamos a los niños para hagan tareas de casa; obligamos a los niños para que cambien malos hábitos; obligamos a los niños para que se tomen las medicinas, etcétera.
Obligaciones necesarias
¿Por qué? Porque los amamos, porque creemos que es lo mejor para su vida, porque queremos que su tránsito por esta vida sea feliz.
Y se supone que tras éstas obligaciones está el ejemplo de los padres. Y, ¿no ‘obligamos’ a que el niño conozca a Dios, se relacione con Él? ¿No queremos su salvación?
El amor obliga a ciertas cosas. Y una madre, más y mejor que nadie, lo sabe bien. Por amor a Dios y a nuestra salvación nos obligamos a ir a misa. Nuestra fe nos obliga a transmitir nuestra fe.
Todos tenemos la obligación de emplear parte de nuestro tiempo para consagrarlo a Dios y darle culto, esta es una ley inscrita en el corazón. Es ley natural darle culto a Dios, y la misa es el acto fundamental del culto cristiano.
Por tanto -si no hay que impedir que los niños vayan a Jesús y, a través de Él, a Dios- hay que favorecer el encuentro de los niños con Dios, hay que motivarlos, hay que ‘empujarlos’, hay que estimularlos, hay que encaminarlos.
¿Cómo? Entre otras cosas con el ejemplo.
Pero claro, nadie ama lo que no conoce. Si no se conoce a Dios, si no se conoce el valor de la misa, sino no conocemos la importancia de los sacramentos, pues de consecuencia no hay amor a Dios, no hay amor a la misa ni a los sacramentos, ni nos amamos buscando la salvación propia ni amamos a los demás buscando su salvación.