Ana María Ibarra
Por la invitación que el padre Javier Calvillo dirigió a los diáconos permanentes para acompañar a los huéspedes de la Casa del Migrante, el diácono Diego Darío Ibarra se convirtió en un voluntario de esta obra diocesana por los más necesitados.
Diego atendió el llamado y visitó semanalmente a los migrantes en una experiencia que fortalecó su ministerio, a la vez que le ha permitido valorar el trabajo que se realiza desde esta obra de la Diócesis de Ciudad Juárez.
Dar esperanza
El diácono permanente ordenado hace un par de años, acudió varios meses por las tardes para interactuar con los huéspedes que son atendidos en la Casa del Migrante, acercamiento en el cual palpó mucho sufrimiento.
“Es muy lamentable todo esto. Más que cosas materiales o un lugar donde resguardarse del clima, el padre Calvillo nos pidió acercamiento para darles consuelo. De manera personal, aunque soy nacido en Juárez, no me llama la atención emigrar a Estados Unidos, siento que perdería mi
libertad”, expresó Diego.
Dijo que ha compartido este sentir con los migrantes, reflexionando con ellos sobre la libertad que Dios da a sus hijos y todos los riesgos.
“Les compartí el evangelio, una reflexión, les compartí una golosina y cuando estaba el calor muy fuerte les llevaba un refresco porque estaban deseosos de un refresco de lata”, recordó.
Dijo que con detalles sencillos, pero muy palpables, pudo acompañar a los migrantes y reforzar la misión que se realiza en este albergue que hoy es reconocido por Periódico Presencia.
Diego compartió que hizo amistad con algunos migrantes que durante algunas semanas estuvieron en la Casa, pero recordó que la mayoría se hospedaba sólo por breve tiempo.
“No se resuelven sus problemas en todo, pero se les ayuda mucho. Y yo procuré que no perdieran la esperanza de que Dios nunca los deja solos”, dijo.
Reavivar la fe
En su servicio en la Casa del Migrante, Diego también descubrió que muchas veces las personas buscan la felicidad al margen de Dios, algo en lo que también la Casa del Migrante pone su granito de arena.
“No sólo vienen de Centro América y el Caribe, sino también de México. Me di cuenta que hay mucha necesidad de Dios y se nos ha olvidado dar el mensaje de Dios. Estamos tan inmersos en el consumismo, en la tecnología, que eso nos quita la paz”, señaló.
Aunque Diego lleva unas semanas de no ir a la Casa del Migrante, regresará para seguir acompañando a los migrantes pues, dijo, eso enriquece su servicio.
“La experiencia que me deja como diácono es que tengo que cambiar para ir madurando mi fe para que los demás crean…dar un testimonio creíble. Ese es nuestro servicio como diáconos”, expresó, y añadió que este servicio le ha ayudado a no caer en la indiferencia ante Dios, que se presenta en el necesitado.
“Vi personas sufriendo, mujeres llorando con sus niños, con sus bebés, vi hombres que añoraban lo que habían dejado. Bendito sea el Señor que me dio la oportunidad de revalorar lo que me ha dado. Pude revivir mi fe al ver sus necesidades. Recuperé mi dignidad como hijo de Dios. Y al darme cuenta de esto solo me toca decir, Señor aquí estoy”, finalizó.