Diana Adriano
Con profunda tristeza, pero con fe y esperanza en la resurrección, la Congregación de Misioneras de María Dolorosa informó la noticia del lamentable fallecimiento de la hermana Guadalupe Soto, quien fue llamada a la Casa del Padre después de pasar por una larga enfermedad.
Para despedirla, el martes 7 de febrero se celebró la misa de exequias en la capilla de San Antonio, en Senecú.
La celebración Eucarística fue presidida por el padre Benjamín Gaytán, con la presencia de las religiosas Misioneras de María Dolorosa, y laicos que compartieron una amistad cercana con la religiosa.
Mujer fuerte, sencilla y fraterna
La hermana nació en Sauces, Durango, el 2 de abril de 1927 . Sus padre fueron Manuel Soto y Carmen Villa (qepd). Fue la tercera de 14 hermanos
Ella ingresó a la congregación el 13 de septiembre de 1961e hizo sus votos perpetuos el 29 de septiembre de 1966.
“Nuestra hermana Guadalupe fue llamada a la Casa del Padre después de una larga y fructífera vida, haciendo viva la fe que recibió en el Bautismo y que iluminó su camino de fe y entrega en los lugares en los cuales prestó su servicio. Sobre todo con los ancianos a los que sirvió más tiempo, y que sirvió con alta generosidad”, se escuchó al inicio de la celebración.
Sus hermanas consagradas agregaron; “La madre Lupe, como le decíamos de cariño, nos deja un testimonio de entrega generosa. Una mujer fuerte, sencilla y fraterna. Compartía siempre sus dones, sobre todo, le gustaba cocinar. Nuestro profundo agradecimiento a Dios por su caminar”.
Gran consuelo
Después de la lectura del evangelio, el padre Benjamín expresó que esta noticia lo llenó de tristeza, sin embargo, añadió que confía en que hoy la hermana goza de lo que tanto predicó en vida.
“Con afecto y agradecimiento a Dios ofrecemos esta santa Eucaristía para despedir a nuestra hermana, para encomendar su alma, como ya lo han hecho ustedes en su oración personal, y agradecer la vida, el ministerio, el servicio consagrado de nuestra hermana Lupita”, dijo el padre Benjamín.
Asimismo, expresó que la hermana Lupita siempre profesó con excelencia la fe a través de su vida, en su persona y su servicio.
Concluyó expresando su sentir: “Como consagrada, la hermana Lupita creyó cada día de su existencia que Cristo era la resurrección y la vida, y por esa fe que luego se llenó de esperanza, de ilusión, de servicio y de esa caridad”.
“Creemos firmemente que ella ya goza de esa presencia del Señor, de esa plenitud de vida que es la Eternidad, a la cual todos aspiramos, no solo como consagrados, sino como bautizados”