Con motivo del Día de la Madre, el padre César Campa nos comparte su testimonio de cómo la ausencia de su mamá le impidió sentirse un hijo…Pero Dios y María lo sanaron y luego de su reencuentro hoy ambos se disfrutan uno al otro…
Ana María Ibarra
Durante su niñez y su adolescencia César sufrió la ausencia de su madre, quien por su enfermedad no pudo hacerse cargo de él.
Debido a ello y a que fue su abuela quien se encargó de cuidarlo, el hoy sacerdote diocesano, César Campa, duró varios años sin sentirse hijo.
Fue a los pies de Santa María de Guadalupe cuando, aún siendo seminarista, descubrió este sentimiento, pues al no sentirse hijo de una mujer, tampoco veía en María Santísima a una madre, por lo que inició un proceso para descubrir y sanar su especial condición.
No sentirse hijo
Cursando el primer grado de Teología en el Seminario, el joven Campa estuvo un año fuera de la casa de formación tiempo en el que vivió una experiencia pastoral en la parroquia La Sagrada Familia
“Era un tiempo no tanto para ayudarle al padre Efrén, sino más bien para dejarme guiar por él y tener alguna actividad pastoral. Tuve también una experiencia laboral con las religiosas de Yermo y Parres, dando clases de religión”, compartió en entrevista el ahora párroco de La Asunción de María.
En ese año, narró el padre César, la parroquia celebró a Santa María de Guadalupe el 12 de diciembre y al ver el fervor de la gente, su amor y cercanía a la Guadalupana, el aún seminarista nortó que no sentía lo mismo.
“No es que no amara a María, pero no sentía un amor tan grande como la gente lo manifestaba. Recuerdo que me acerqué ante la imagen de nuestra Señora de Guadalupe y ahí reflexioné sobre ese sentimiento. No me sentía hijo ni de ella, ni de mi mamá, ni de mi abuelita”, compartió.
Aunque su relación con María Santísima siempre fue de mucho respeto y siempre la reconoció como la Madre de Jesús, el sacerdote dijo que nunca experimentó la cercanía de reconocerla como Madre.
“Cuando tomé conciencia de eso me puse muy triste y me acerqué con el padre Efrén. Él, muy sabio y muy atento me escuchó y me ayudó a trabajar esa relación. Me dí cuenta que ahí había ciertos sentimientos encontrados con mi mamá y mi abuelita”, dijo el sacerdote.
Descubriendo su realidad
La madre del padre César padece una enfermedad y fue mamá soltera, de tal forma que la sintió siempre muy distante.
“Ella se llama Margarita y yo le decía Mague, nunca le dije ‘mamá’. La que se hacía cargo de mí era mi abuelita, pero ella siempre me dijo que no era mi mamá, sino mi abuela, aunque claro que yo le decía mamá”.
El sacerdote compartió que su abuela fue siempre estricta con él, lo que hoy agradece, pues gracias a ella aprendió a leer y a escribir desde muy pequeño, además que fue ella quien lo acercó a la fe.
“Yo veía a mi abuela con mucho respeto, incluso con cierto miedo. Cuando yo tenía diez años, mi mamá encontró un buen hombre, se casó y se fue de la casa, y menos relación tuve con ella. Mi abuelita, aunque estricta, me demostraba con hechos que me quería, aunque no recuerdo que me lo dijera”, añadió el entrevistado.
Así, el padre César fue guardando todo eso sin darse cuenta cómo le afectaba.
“En mi proceso de formación con el padre Hugo Muñoz fui conociendo mi historia y me di cuenta de mi carencia. En el Seminario me di cuenta de que me faltaron muchas cosas porque no me pudieron dar lo que esperaba, que era simplemente una afirmación”, agregó el sacerdote, quien en ciertos momentos se sintió como huérfano.
“En el momento cuando me puse delante de Nuestra Señora de Guadalupe descubrí que no me sentía hijo porque en realidad mi madre nunca estuvo. Y entiendo que no podía estar, estaba enferma, con mi abuelita tampoco había una relación afectiva y entendí que mi relación con la Virgen de Guadalupe era igual, por mi experiencia personal”, dijo.
Proceso de sanación
Con el tiempo y la ayuda de Dios el sacerdote empezó a trabajar en la parte afectiva y algunas personas importantes en su formación lo guiaron hasta que, llegado el momento, Dios lo sanó.
“Con la formación humana que llevé, entendí que mi abuelita me amaba mucho a su manera, que mi mamá desde su enfermedad nunca dejó de amarme, nunca dejó de preocuparse por mí, simplemente tenía ciertas limitaciones”.
Convencido de que Dios tiene sus tiempo para todo, el sacerdote relató que en su último año de seminarista murió el esposo de su mamá, por lo que él tuvo que estar cerca de ella.
“Cuando su esposo muere yo me adentro otra vez en su vida. No es que haya desaparecido, pero su esposo era el que la cuidaba. Antes no tuve tanta relación con ella, podría atreverme a decir que no la conozco. Ahora Dios nos da la oportunidad de estar juntos”, dijo con un nudo en la garganta.
Ahora el sacerdote es quien acompaña a su mamá cuando se enferma, la lleva al doctor y está al pendiente de su medicamento.
“Amo a mi mamá. Siento que era el momento propicio, era el momento de Dios para volverme a encontrar más cerca de ella, que ella sepa que cuenta conmigo, que se sienta acompañada por mí, que descubra que yo soy su hijo y ella lo tiene muy claro, para ella yo soy su hijo”, expresó.
Y agregó “Descubrí que dentro del plan de Dios era en este momento en el que nos teníamos que encontrar. Ella quisiera darme todo, se quedó con la sensación de que, cuando joven, no estuvo conmigo, pero yo estoy para ella. Todos los días le hablo y le ayudo aunque sean cosas sencilla para que sienta mi cercanía”.
Ser hijo nuevamente
Hoy, el padre César agradece que Dios haya sanado su experiencia de no sentirse hijo.
“Ya me siento hijo, de mi mamá, de mi abuelita y por supuesto hijo de María Santísima, siento su amor maternal, le digo que soy su hijo rebelde. Algo que me enseñó mi abuelita es rezar las Aves Marías antes de dormir, y así lo hago, en las misas, al final, también rezo el Ave María”.
Esta experiencia ha ayudado al padre Campa descubrir que Dios siempre llenó su vacío de no sentirse hijo, pues con mujeres concretas, y luego con el tiempo, el Señor le llenó de amor maternal.
“En el Seminario una familia me adoptó, fueron bienhechores míos, la familia Bueno. Y Tere se convirtió en mi mamá, me daba consejos, regaños y todavía me regaña. Dios llena nuestros vacíos, no nos deja, si nos falta algo, Él lo recupera”
En ocasiones, dijo el padre César, por su trabajo pastoral, se le pasa llamar a su mamá y ambos lo resienten.
“A veces que me siento inquieto durante el día, al verla me tranquilizo. Aunque no nos vemos mucho tiempo el hecho de vernos nos da paz. Quién sabe qué tenga preparado Dios para nosotros. Ojalá y en los planes que Dios esté el que yo pueda seguir con mi mamá y que ella se sienta amada por mí”, dijo sobre la mujer a la que hoy ve como a su mamá de toda la vida.
“Me siento sorprendido porque Dios me fue preparando para que mi mamá sea lo más importante en mi vida. Me asusta pensar que yo me vaya primero que ella, ¿qué sería de ella?, no quiero que sienta ese dolor, pido a Dios me cuide y me de la fuerza para yo cuidarla a ella”, expresó.
Y dio el siguiente mensaje “Independientemente de si tus papás fallaron o si no te dieron lo que esperabas, está un mandamiento que dice Honrarás a tu padre y a tu madre y es algo que he tenido muy claro y con mucha convicción. A veces uno falla como hijo, pero uno tiene que estar ahí, consciente, para fallar lo menos posible a nuestros padres”.