La Fiesta del Bautismo del Señor es el día en que podemos todos sentirnos orgullosos y dispuestos a participar en la Iglesia. Es gracias a nuestro Bautismo como podemos reconocer que también Dios dice de nosotros: “Tu eres mi hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias”.
Pbro. Francisco Galo Sánchez/ Liturgo
¡Fiesta del Señor!; uno de los tantos aciertos que la reforma litúrgica que el Concilio Vaticano II ha promovido ha sido precisamente el de centrar las celebraciones cristianas en el Misterio Pascual de Nuestro Señor Jesucristo. En este caso, al concluir el hermoso e importante tiempo de la Navidad, lo hacemos con gran gozo y entusiasmo al tener esta fiesta como culmen de todo un proceso constante en el cual nos vemos inmersos.
Así la Iglesia nos invita a tener un tiempo en progreso, de manera dinámica, pues su revelación (epifanía) así lo es a lo largo de todos estos días; se manifiesta: a los pastores, a los magos, a Simeón y Ana y ahora a toda la gente, para que también nosotros nos sintamos parte de esta corriente de gracia.
La Santísima Trinidad se hace presente de manera muy clara; precisamente por la voz del Padre que ilumina la escena, ofreciendo a su Hijo predilecto para que lo escuchemos, pues es gracias a la acción del Espíritu Santo (en la figura de la paloma) como lo podemos realizar. Escena que queda muy bien descrita por la riqueza de la Palabra de Dios que nos ofrece (ahora corresponden al ciclo C), así como las oraciones en el Misal Romano, que ahora podemos seguir gracias a la infinitud de publicaciones.
En ellas se resalta la manifestación de Cristo en el Jordán y de nuestro Bautismo, del Cordero que lava al mundo de toda mancha, así como de la escucha y del seguimiento de Jesús para llegar a ser discípulos suyos, pues no basta con ser meros espectadores, sino irnos formando y haciendo discípulos suyos.
Algunas reflexiones sobre el Bautismo
Este día podemos recordar no solamente el Bautismo del Señor, sino también la teología, la mistagogia y la espiritualidad del Bautismo de todos los cristianos, pues nos volvemos en continuadores de su obrar y su presencia. Para ello conviene tener en cuenta algunas reflexiones para no caer en confusiones.
La palabra Bautismo tiene diferentes significados. El Bautismo que Jesús recibió no es el sacramento que nosotros celebramos, pues el de Juan no lo es de ninguna manera.
Los sacramentos fueron instituidos por Nuestro Señor, por eso son signos que le confía a la Iglesia, para que a través de ellos recibamos al Espíritu Santo y participemos así de la gracia que nos conduce a la santidad.
Juan bautiza a Jesús
La práctica que Juan realiza no es un sacramento, sino simplemente una preparación para recibir al Mesías y su razón e importancia se acaba con la misma llegada de Jesús. En cambio el sacramento comenzará precisamente con el envío por parte del Señor para que lo hagamos en unión con la Santísima Trinidad (Mt 28,19).
El Bautismo que nosotros celebramos es el que Jesús nos dejó y pidió, no el que Juan enseñaba, de ahí que sea totalmente diferente; ¡Sólo en el nombre coincidimos!
De hecho el texto de Lucas (Lc 3,15-16.21-22) lo señala con claridad. Nosotros somos bautizados a partir del encargo que el Señor les dejó a sus apóstoles de enseñar a todos a ser discípulos de él y seguirlo hasta el final.
De ahí que es necesario saber mirar al predilecto, que es lo que nos pide el Padre y no tanto sólo quedarnos o cuestionar sobre la edad en que recibe el bautismo, o la manera en que Juan lo practica.
Si bautizamos a los niños se debe al valor e importancia de la fe que tenemos y la cual queremos compartir a todos, sobre todo a los hijos que acaban de nacer, entonces no se trata de imitar lo realizado por Juan, sino encargado por Jesucristo.
La consagración de Jesús
“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” (Lc 3,22). Estas palabras, que son una proclamación solemne de la divinidad de Jesús, son recogidas por los tres sinópticos y Juan se hace eco de ellas cuando asegura: “Yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Jn 1,34).
De este modo el acontecimiento del Jordán no sólo es una manifestación de la divinidad de Jesús, sino un testimonio solemne de la Trinidad, como lo expresa un texto litúrgico griego: “Después de tu bautismo en el Jordán, Señor, fue manifestada la adoración debida a la trinidad; porque la voz del Padre dio testimonio de ti, dándote el nombre de Hijo muy amado y el Espíritu, bajo la forma de una paloma, confirmaba la verdad irrefutable de esta Palabra, Cristo Dios. Que ha aparecido y que has iluminado el mundo, gloria a ti”.
En el momento de ser bautizado en el Jordán, Jesús no sólo se manifiesta en su condición de Hijo de Dios, sino también como Mesías, Rey. En la medida en que la humillación de Jesús es más patente, al hacerse como un pecador con los pecadores, la respuesta del Padre es entonces más elocuente y significativa. Esa respuesta se concreta en la presencia del Espíritu, que le unge espiritualmente consagrándolo Mesías, Sacerdote y Rey.
Nuevo Bautismo
Debemos valorar lo “nuevo” del Bautismo que celebramos los cristianos y no tanto quedarnos en el rito que Juan practicaba y que ya quedó abolido. El rito del bautismo que Juan popularizó, significaba un reconocimiento público para demostrar el comienzo de un camino de justicia a la espera del Mesías.
Jesús, uno de tantos, se unió a aquel movimiento popular adhiriéndose al mensaje de Juan. Su bautismo será el punto de partida de una vida al servicio de su pueblo. De igual manera el cristiano, con su Bautismo se inicia el compromiso de una persona con su comunidad la Iglesia para hacer de este mundo, un espacio humano.
Jesús como verdadero hombre, fue comprendiendo a lo largo de su vida, en contacto con los demás y partiendo de distintas experiencias, lo que Dios quería de él. Creció en edad, siguiendo el proceso biológico que todos seguimos. Creció en sabiduría: por su apertura a Dios y a los hermanos fue encontrando cuál era su misión. Creció en gracia: por su fidelidad a Dios fue fortaleciendo su comprensión de servicio hasta dar la vida. Todo esto que fue un proceso, lo concentra de algún modo los relatos evangélicos en el momento del Bautismo en el que Jesús, sensible ante la personalidad y el mensaje de Juan, tendría una decisiva experiencia interior de fe.
Una vida nueva
El que es bautizado en el nombre de la Santísima Trinidad vive una vida nueva. Siempre nueva. He aquí un cuestionamiento a hacernos comunitariamente: ¿cómo nos ayudamos a vivir cada día esta novedad?
Todos hemos vivido a lo largo de nuestra vida momentos fuertes, en los que sentimos de forma especial qué debemos hacer, cuál es nuestra vocación, nuestra responsabilidad. Momentos en que nos conmovemos ante el dolor y la injusticia que nos rodea y encontramos fuerza para aportar algo con nuestra vida para que las cosas cambien. Recordemos el apoyo de la Pastoral Obrera que realiza en nuestra Diócesis y nos brinda una gran esperanza.
Momentos en que experimentamos la certeza de que Dios guía nuestra existencia, de que la historia se encamina hacia un futuro de esperanza, de que los hombres y mujeres que nos rodean son nuestros hermanos. Son momentos en que la realidad nos “habla” y nos sentimos lúcidos para saber qué significa ese lenguaje. Estas experiencias son difíciles de explicar o traducir en palabras. Algo así tuvo que vivir Jesús en el Jordán cuando se bautizó.
Para describir esta experiencia interior y hacernos ver lo importante que fue este momento en la vida de Jesús, los que escribieron el Evangelio lo cuentan usando símbolos exteriores. * Se abre el cielo: quiere decir que Dios estaba cercano a Jesús.
* Desciende la paloma: Algo nuevo va a comenzar y, así como el Espíritu volaba sobre las aguas el primer día de la creación del mundo, ahora aletea sobre Jesús el hombre nuevo.
* Se oye la voz de Dios eligiendo a Jesús como Hijo amado…
Sin embargo, estos signos no deben hacernos olvidar qué tanto el comienzo del compromiso de Jesús como todo el resto de su vida fueron algo sencillo, normal, humilde, sin grandiosidades. Es en la humildad donde Dios ha querido revelarse.
RECUADRO 1
Bautismo, un nuevo comienzo
En cada sacramento escuchamos la Palabra de Dios y lo hacemos para alimentar nuestra fe, para descubrir a Dios en la vida. Finalmente, el Espíritu nos lleva a reconocer la misión de Cristo que es la nuestra. Y otro cuestionamiento totalmente distinto se responde: porque Jesús no da limosna a los pobres, sino que se hace pobre con los pobres.
Entre los cristianos, el Bautismo no tiene el sentido de una meta: “Se salva el que se bautiza”, sino como en Jesús, el sentido de un comienzo.
El Bautismo cristiano es un rito por el que se reconoce en público, delante de la comunidad, que se rompe con el mal (renuncias a Satanás y sus obras) y se adhiere a la Buena Noticia de Jesús comprometiéndose comunitariamente a hacer realidad los nuevos valores del evangelio.
Sumersión en el agua
Los primeros cristianos que vivieron en tierras de Israel se bautizaban sumergiéndose en las aguas del río Jordán. Los de otros lugares lo hacían bañándose en un río o en un estanque. Con los siglos esta costumbre se fue perdiendo y hoy sólo queda ese poco de agua que se derrama sobre la cabeza del nuevo cristiano (infusión). Es bueno de vez en cuando celebrar un Bautismo con inmersión.
Por eso terminamos este hermoso tiempo de Navidad con esta gran fiesta. Una fiesta que expresa la manifestación de Dios mismo: es el Hijo amado de Dios.
Este tono de manifestación se mantendrá también el próximo domingo. Pero hoy terminamos con la Navidad. Aunque algunos ya la terminaron hace días.
No quiero dejar de mencionar que la Fiesta del Bautismo del Señor es también la fiesta de nuestro propio Bautismo. Es el día en que podemos todos sentirnos orgullosos y dispuestos a participar en la Iglesia, a ser miembros de ella, a formar parte de esta familia. Es gracias a nuestro Bautismo como podemos reconocer que también Dios dice de nosotros: “Tu eres mi hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias”.
RECUADRO
Termino esta reflexión con la siguiente oración:
Gracias Señor por permitirme ahora participar en tu familia,
Ser miembro de ella,
tener un lugar en ella,
y ser reconocido por ella.
Gracias Señor por el sacerdote que me bautizó,
que sin darse cuenta a lo mejor,
ahora me permitió conocerte, amarte y seguirte.
Pues eras tú quien estaba obrando a través de él.
Ese sacerdote que fue sólo un instrumento tuyo,
pero que era tu Espíritu quien actuaba.
Gracias Señor por mis padres,
que se preocuparon por llevarme a la Iglesia,
en medio de sus limitaciones y aciertos
hicieron que te conociera,
me enseñaron las primeras oraciones,
a reconocerte y saber pronunciar tu nombre
me hablaron de tu Palabra en la Biblia
y de la importancia de tenerla.
Gracias Señor por mis padrinos,
a quienes quizá ahora ya ni recuerdo
porque ya murieron,
pero que se prestaron y aceptaron
participar en este camino.
A través de sus personas
también tu Palabra se cumplió
pues se dejaron conducir
por tu Santo Espíritu.
Gracias Señor por todos.