- Al cielo se le ha llamado de muchas maneras: La morada de Dios, el trono de Dios…aquí una explicación de lo que es esta realidad para después de la vida, con la cual concluímos la serie sobre las postrimerías del hombre, antes de adentrarnos en el Adviento…
Pbro. Amadeo Ruiz Moya/ Párroco de Todos los Santos
No es el modo más elegante, para una redacción, iniciar con una pregunta, sin embargo, a veces está justificado el recurso.
¿Para quién es, hoy en día, un tema importante, el Cielo?
Como es muy probable que la respuesta no llegue a ser conocida por este servidor: continuemos.
Si por cielo asumimos lo que nuestra Iglesia y religión católica nos presenta, entonces es esta, entre otras, la forma como nos lo presenta: “El cielo es un lugar y estado de perfecta felicidad sobrenatural, la cual tiene su razón de ser en la visión de Dios y en el perfecto amor a Dios que de ella resulta”.
Enseñazas sobre el Cielo
En 1336, en la constitución dogmática, ‘Benedictus Deus’, el Papa Benedicto XII declaró que: “Las almas completamente purificadas entran en el cielo y contemplan inmediatamente la esencia divina, viéndola cara a cara, pues dicha divina esencia se les manifiesta inmediata y abiertamente de manera clara y sin velos; y las almas, en virtud de esa visión y ese gozo, son verdaderamente dichosas y tienen vida eterna y eterno descanso”. Como vemos claramente, este es un tema de fe y nos lo presenta el Manual de Teología Dogmática de Ludwing Ott.
El “Curso superior de Doctrina Cristiana”, nos dice que el cielo es el estado de gozo perfecto y perdurable que han alcanzado los amigos de Dios por haber sido fieles en amarlo y servirlo.
Tanto la Sagrada Escritura como la Tradición, afirman la existencia del cielo.
Nos dice también, el mismo texto que: “La felicidad o gloria de los santos en el cielo, consiste en ver a Dios tal cual es, en amarlo perfectamente durante toda la eternidad y en sentirse amado tiernamente por Él para siempre”.
Basados en las palabras de san Pablo: “El ojo no vio, ni el oído oyó, ni puede caber en el corazón del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le sirven y aman”. I Cor. 2, 9; dice el Curso superior de la Doctrina Cristiana, que no podemos comprender en esta vida la felicidad del Cielo.
Quiénes van al cielo
Puede ser que de aquí surja una pregunta: Y entonces; ¿Quiénes van al cielo? Según la respuesta del mismo texto citado: “Van todos los que mueren en estado de gracia, y han satisfecho por completo la justicia de Dios”.
Al cielo se le ha llamado de muchas maneras: La morada de Dios, el trono de Dios, etc.
Habrá quienes recuerdan que en las predicaciones de hace no mucho tiempo, los temas del cielo, el purgatorio y el infierno (desde luego, comenzando con la muerte) estaban presentes prácticamente en toda celebración en la cual se predicara. Sin embargo, tal pareciera que, temas que permanecieron por siglos, de pronto se dejaron de mencionar y se adueñó del espacio de la oratoria sagrada, solamente la bondad de Dios, el perdón, la misericordia… pero, aunque suene raro, no se menciona ni el cielo ni el infierno.
Si el cielo no tiene “contraparte”, algo no está completo, estaría faltando un aspecto muy importante que es el combate que implica el aspirar al cielo. De este modo, también lo espiritual entra en la categoría de lo “light”, sin esfuerzo, menos, pensar en sacrificio, donación, etc. Con lo cual, si se vive este combate, se pretendería corresponder al Amor generoso de Dios Quien, con el propósito de rescatarnos, porque el ser humano estaba en peligro de perder el cielo (con todo lo que ello significa y que, algo de ello hemos mencionado más arriba), ha entregado a su Hijo Único.
Símbolo del Cielo
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que: “El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. Él está en el cielo, en su morada, la Casa del Padre es, por tanto, nuestra “patria”. De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver. En Cristo se ha reconciliado el cielo y la tierra, porque el Hijo “ha bajado del cielo”, solo, y nos hace subir allí con Él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión.
Preguntar a los santos
Para quienes deseamos saber que es el cielo y aún adolecemos de las limitaciones tan propias de nuestra condición de seres humanos, lo que nos puede ser de gran provecho es preguntar a los santos, o, mejor; escucharlos.
Dos santos mexicanos: San Cristóbal Magallanes y San José Sánchez del Río.
El primero que, mientras esperaban ser ejecutados, asesinados, aun cuando se había comprobado que eran inocentes, él y su vicario, el padre Agustín Caloca, viendo que el vicario mostraba un gran miedo, le dijo: “Ánimo, padre; solo un momento y estaremos en el cielo”.
El niño, o cuando mucho, adolescente, José Sánchez del Río, al conocer la causa por lo cual se combatía en la guerra cristera, solicita a su mamá que le permita unirse a los hombres que se enlistaban para la lucha y se encontró con la negativa de una mamá que se daba cuenta de que un niño en esa guerra encontraría, con mucha probabilidad, la muerte; le dijo: “Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el cielo como ahora”. Y se fue a la guerra, en la cual, además de hacerlo por la fe, muere de la manera más heroica, que demuestra una valentía que sólo puede dar la convicción de que hasta morir está justificado por un causa así.
Y el italiano recientemente elevado a los altares, Carlo Acutis, quien manifiesta una fe que no concuerda ni con su edad ni con la formación que en el campo de lo religioso recibió en su familia. Desde pequeño es asiduo a las prácticas religiosas, pero de un modo excepcional, su asistencia a la santa misa y, desde el momento en el cual recibió la primera Comunión, no se permitió vivir sin recibirla. Su argumento y frase que expresó su deseo y meta, era: “La Eucaristía es mi autopista al cielo”.
Así podemos prolongar de modo indefinido la lista de testigos del valor que es reconocido al cielo, por lo cual, todo está justificado con tal de obtenerlo.
Cabría preguntar quién les presentó el cielo para que lo desearan de esta manera y qué nos ha faltado en nuestra presentación de esta misma realidad.
Concepto ¿desterrado?
Ahora, el punto con el cual comenzaba este pequeño escrito: Hablar del cielo: ¿Es algo en lo que aún se ocupen quienes no son artistas, ni poetas, ni enamorados, sino, sacerdotes, catequistas, padres de familia, educadores?
Ha sido, en otro tiempo, un tema de conversación en muchos espacios y habría que preguntar: ¿Qué ha conseguido desterrar, de las conversaciones familiares y de amigos, la palabra y el concepto “cielo”? Pero otra pregunta: ¿se da cuenta usted no sólo cual es la causa, sino también las consecuencias del silencio cuando lo que se debe tratar en la conversación es el cielo?
Posibles causas: la primera, haber dejado de creerle a Dios, en especial al Señor Jesús.
Si no cree usted y no espera, sería alguien mintiendo si presenta a otros una propuesta sobre lo que usted mismo no reconoce, no valora, etcétera. ¿No le parece que en esto podemos encontrar una de las causas por las cuales se trata cada vez menos el tema del cielo?
Recuperar la esperanza ¡El cielo sí existe!
Sin profundizar mucho (aunque sería muy bueno hacerlo), hay que decir que, sin la esperanza del cielo, todo lo demás se vuelve efímero ¡todo!, ya que la vida eterna (que es a lo que el ser humano siempre ha aspirado, y por eso las teorías, creencias o como mejor se le pueda llamar a la reencarnación, la transmigración de las almas, el lugar celeste de Platón, etcétera.) no es concebible sin el cielo.
Y también sin mucho profundizar, después de un poco leer y otro poco ver, y un tanto más, escuchar; puedo afirmar que el vacío de esperanza está haciendo terribles estragos en la humanidad; en prácticamente todas las sociedades y en nuestra época, en la cual pareciera que la tecnología, las ciencias desarrolladas…todo lo que produce confort a la persona humana, debía dejarle satisfecha, sin embargo es cuando mayor y más profunda insatisfacción se percibe y de un modo demasiado generalizado.
Por tanto, y como un deber que cuando no se cumple, aparecen las sustituciones que engañan pero nunca satisfacen, quienes creemos en las promesas de Dios y especialmente en las que Cristo Jesús, Dios encarnado, nos ha hecho, las debemos difundir y fundamentar, pues si el cielo es estar eternamente en la presencia de Dios Creador y Padre, en ello estará plenificado el deseo que, una vez cumplido, produce la paz para la que fue “diseñado” el “corazón” humano y que San Agustín ilustró tan breve como precisamente: “Nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón no está en paz, hasta que descanse en Ti”.