MC Luis Alfredo Romero
“Vengan a mí los que estén cansados que yo los aliviaré, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”
Siempre despertó en mí una curiosidad especial la palabra yugo, sabiendo que en el Valle de Allende el yugo era un madero que se ponía sobre los animales de labranza para que con más fuerza caminaran alineados en la misma dirección y lograran abrir el surco donde se depositaría la semilla, semilla que al final de temporada de lluvias se transformaba en maíz, frijol, alfalfa o avena.
Algunas películas en Tecnicolor presentaban el yugo como lugar de castigo, eran dos maderos horizontales donde colocaban al esclavo hincado, de un lado quedaba su cuerpo y por unos orificios grandes pasaban la cabeza y las manos.
Ya adolescente, me di cuenta que en la ceremonia matrimonial el sacerdote decía a los contrayentes que habían quedado unidos con el yugo o vinculo sacramental del matrimonio. En algunos lugares al lazo que ponen sobre los contrayentes después recitados sus votos de amor y fidelidad le llaman yugo.
Pero tal vez los momentos de mayor impacto de la palabra yugo fue cuando una vez al mes los niños “Tarsicios” nos preparábamos a nuestra vigilia infantil a las 7.30 de la tarde antes de la misa de 8.00 y, Don José María Romero, nos decía la fórmula para luego ponernos el distintivo rojo y blanco de la Adoración Nocturna. Besábamos la medalla que pendía del listón diciendo “Tu yugo es suave Señor y tu carga ligera, dame tu gracia para llevarlo dignamente”
Durante la tarde de los sábados todos los niños de mi cuadra nos juntábamos a recibir instrucción religiosa en la parroquia de San José de Parral, para comprender qué era la vigilia y la adoración al santísimo, nos platicaban la historia del niño mártir Tarsicio que escuchábamos con respeto y con temor. Miedo que pronto pasaba cuando veíamos la bandera con la imagen del protomártir de la eucaristía; detrás de ella entrabamos al templo formados en dos filas y ataviados con nuestro distintivo. Aquellos eran momentos solemnes, de impacto y de plena identidad católica para mis nueve años de edad.
El abanderado subía al presbiterio y colocaba la bandera en una peana que estaba del lado del evangelio. A la hora de la consagración nuevamente el abanderado subía a “rendir bandera” Sólo Con una rodilla en tierra y sobre la otra inclinaba la bandera casi hasta el piso. Aquel gesto nos enseñó que en el altar estaba el Rey de reyes y Señor de señores y ante él se inclinaban todas las banderas del mundo.
Al finalizar la misa salíamos nuevamente formados con nuestro abanderado al frente. Los mayores nos observaban complacidos, algunos admirados por el orden y compostura de aquella docena de chamacos que ninguno había terminado la primaria. Siempre acompañaban a Don José María dos o tres adoradores adultos, por aquello del orden, que nunca hicieron mucha falta, pues los veíamos como señores adustos, de experiencia, con una piedad a flor de piel, sobre todo al cantar y hacer genuflexión doble, con las dos rodillas e inclinados hasta donde su cuerpo lo permitía o incensando al Santísimo durante la bendición. Al terminar la vigilia aquellos señores serios tenían en su cara una sonrisa que nunca desaparecía.
La única Vigilia de desvelo era la de la fiesta patronal de San José el 19 de Marzo, llegaban delegados de otras secciones de adoradores, cada uno portando su bandera. En mi mente infantil aquellos abanderados eran soldados de Dios.
Un día llegué a contar hasta catorce banderas, todo el sur de Chihuahua estuvo representado. El fin de fiesta era muy esperado por los Tarcisios, un desayuno caliente propio para amanecidos, se servía en la casa de la Acción Católica entre dos y tres de la mañana.
Al terminar la ceremonia poco a poco cada adorador se quitaba del cuello su distintivo, aquel hermoso yugo rojo y blanco del que pendía una custodia y que era el símbolo de que estaban unidos, acoyundados con el Señor y que caminaban con decisión en la dirección que Cristo eucaristía les marcaba. Al retirar el distintivo y besar la medalla, volvían a repetir la jaculatoria “Tu yugo es suave señor…”
Los niños de principios de los sesentas vimos la constancia de aquellos santos varones ante el Santísimo y que tanto bien nos dejaron con su ejemplo y perseverancia. Además de don Chema, recuerdo a don Inocente Payan, a don Jesús Corral y a don Pepe Dávila y otros más. Eran un conjunto de hombres valientes que catequizaban a los niños varones con su ejemplo, con su palabra y su virtud. Estuvieron firmes en la trinchera de su Fe y prestos a defender a su mujer y a sus niños de las acechanzas del maligno. Eran muestra de una masculinidad religiosa que ahora nos hace falta entre los laicos.
Con el tiempo comprendí que el yugo que el Señor nos propone para caminar junto a Él no es de dominio, castigo u opresión, sino que la unción que nos pide libremente, es de sencillez, mansedumbre y humildad, servicio al necesitado y disciplina en la oración. Sencillez como era la oración de los adoradores de Parral que llegaron a comprender que el yugo del Señor es suave y su carga ligera…