Pbro. Eduardo Hayen/ Director de Presencia
Con la despenalización del aborto el martes 7 de septiembre por parte de la Suprema Corte de Justicia se ha abierto la puerta para que las mujeres que quieran abortar lo puedan hacer sin temor de ir a la cárcel, aunque no haya mujeres que hoy estén en la cárcel por este motivo. Cuando se despenaliza el aborto en alguna ciudad o país, se abre un camino perverso para que esta práctica se haga costumbre y, finalmente, termine imponiéndose sobre toda la sociedad.
En un siguiente paso el aborto será reclamado más fuertemente como un derecho y, como tal, el sistema de salud deberá facilitarlo gratuitamente. Pero como nada es gratis en esta vida y hay alguien que debe pagar, esos seremos los ciudadanos que, con nuestros impuestos, habremos de financiar de manera indirecta los asesinatos de inocentes.
La educación sexual escolar promoverá el aborto entre adolescentes como un derecho, y lo más probable es que cualquier niña menor de edad podrá solicitarlo sin el consentimiento de sus padres. Por último vendrá la obligación de los médicos y personal sanitario de practicar abortos a quienes lo requieran, sin poder apelar a la objeción de conciencia. Aquellos que se nieguen, podrán ser despedidos o perder su cédula profesional médica. De esta manera el aborto terminará por desfigurar la profesión del médico y a la misma medicina, ya que estos, por naturaleza, están al servicio de la vida y no de la muerte de sus pacientes.
Con lo sucedido el 7 de septiembre México entra a una etapa oscura de su historia. El aborto despenalizado por el gobierno hará que puedan ocurrir todas las transgresiones. Entramos a una fase histórica donde los mexicanos quedamos divididos en dos categorías, los de primera y los de segunda, los que salieron del vientre materno y los que están todavía dentro. Son los de primera quienes podrán decidir si los seres humanos de la segunda categoría deben vivir o morir. ¡Cuánta razón tenía la madre Teresa de Calcuta al afirmar que una sociedad donde las mujeres pueden matar a sus hijos es intrínsecamente bárbara!
Como católicos nos duele la miope decisión de la Suprema Corte; la profunda injusticia que se cometerá contra los mexicanos no nacidos arrebatándoles el derecho a vivir; las heridas físicas, emocionales y espirituales que se harán las mismas mujeres que aborten; así como la banalización de la sexualidad en que vive la sociedad mexicana y cuya consecuencia más trágica es el aborto. Nos duele que México vaya por el mismo precipicio demográfico en que van otros países europeos, donde las generaciones actuales ya no pueden reemplazar a las anteriores.
También como católicos hemos de afianzarnos en nuestra fe y valores, hoy más que nunca, y seguir proclamando la belleza del plan de Dios sobre la sexualidad y la sacralidad de la vida humana, sobre todo a las jóvenes generaciones. La barbarie y oscuridad en que vive el mundo ateo no deben acobardarnos, ni tampoco el odio en que viven los abortistas; al contrario, hemos de impulsarnos con ánimo generoso y alegre, para anunciar con entusiasmo el Evangelio del amor y de la vida, y luchar para que menos mujeres recurran al crimen del aborto. Dios proteja a nuestro querido México y nos haga mantenernos firmes en la fe, que nuestro mensaje es demasiado valioso.