Ana María Ibarra
Con gran devoción y amor a Jesús Sacramentado, la comunidad diocesana celebró una de las solemnidades más importantes para la Iglesia: Corpus Christi. La celebración eucarística fue presidida por el obispo don J. Guadalupe Torres Campos y el padre Eduardo Hayen, párroco de la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, recinto al que acudieron los fieles el pasado jueves 30 de mayo.
El obispo invitó a los fieles a unirse en oración pidiendo por la diócesis, por la paz, por la unidad y por el don de la lluvia.
Después de la liturgia de la Palabra, que incluyó la lectura de la secuencia para el Corpus Christi, el obispo reflexionó en su homilía el misterio admirable de la Eucaristía, culmen de la vida cristiana.
“A través de este misterio admirable, Dios nos da vida, nos da amor, nos nutre, nos salva. La Eucaristía, admirable para contemplarla, para adorarle, para alimentarnos.
Quiso nutrirnos con su Cuerpo y con su Sangre”, expresó el obispo.
Reflexionó sobre el evangelio que narra la institución de la Eucaristía.
“Él mismo nos ha preparado este lugar. Somos una comunidad Eucaristía. Él nos convoca. Quiso quedarse con nosotros”, dijo.
La celebración de Corpus Christi incluye Eucaristía y procesión. Jesús que alimenta a su pueblo con su cuerpo y su sangre, y sale a las calles -abundó el obispo-.
“Tenemos que acrecentar nuestra fe en la Eucaristía, amar y aceptar a Cristo en Ella. Qué admirable sacramento, que es amor. Esta Eucaristía es una acción de gracias a Dios Padre que nos ha dado a su Hijo, a Cristo que nos deja como alimento su Cuerpo y su Sangre. Pedimos a María, mujer eucarística por excelencia, que nos acompañe”.
Procesión
Después de haberse alimentado con la Palabra y la Eucaristía, se preparó la custodia con el Santísimo Sacramento para salir en procesión.
El obispo y el padre Eduardo custodiaron a Jesús Sacramentado arriba de la plataforma bellamente decorada. Detrás de ellos, la comunidad los acompañó en procesión siguiendo por la Vicente Guerrero hasta la calle Santos Degollado, y luego hacia el sur, rumbo a la capilla San José.
En el camino, la procesión se detuvo en cinco altares para la adoración al Santísimo, ya que en cada uno el obispo bajó con la custodia, y algunos miembros de la comunidad hicieron reflexiones y proclamación de la Palabra, de igual manera el obispo leyó algunos evangelios.
Los textos fueron referentes a la oración, por ejemplo, la que hacían los primeros cristianos, quienes acudían asiduamente a ella. Y la oración de Jesús, quien siempre recurrió a ella para no descuidar su diálogo íntimo con el Padre.
“Quién reza nunca está solo”, se leyó. “La Iglesia -se dijo en otra reflexión- es escuela de oración y se debe estar siempre agradecidos por ese don”.
Dichas reflexiones se realizaron en referencia al Año de la Oración que se vive en la Iglesia este 2024, rumbo al Jubileo del 2025.
Al llegar a la capilla San José, el obispo hizo la oración final y dio a los fieles la bendición con el Santísimo Sacramento.