Madre dejó tratamiento contra la enfermedad y optó por llevar a término su embarazo, aun a costa de su vida
Ana María Ibarra
Un año después de ser diagnosticada con cáncer en el hígado, Claudia Herrera Baquera quedó embarazada y ante la angustia de su familia prefirió llevar a término su embarazo dejando su tratamiento, lo que la llevó a un parto prematuro y posteriormente a la muerte, dos meses después de haber dado a luz.
Sara y Hugo, padres de Claudia, dieron su testimonio reconociendo lo difícil que fue aceptar la decisión de su hija, sin embargo dan gracias a Dios por el milagro de tener a Emilio, quien a pesar de haber nacido con 900 gramos de peso, hoy a sus 6 años, es un niño sano.
Noticias inesperadas
El 10 de enero de 2010 Claudia recibió el diagnóstico. Desde ese momento toda su familia comenzó a vivir una situación muy difícil, pero de respeto ante las decisiones de la joven mujer.
“Ella tomó la decisión de no tener el tratamiento de quimioterapia y tomar alternativas. En ese tiempo un médico homeopático le mandó traer de Alemania un tratamiento equivalente a la quimio, pero sin los mismos estragos”, compartió Sara.
Ella aplicaba el tratamiento a su hija cada mes y durante un año estuvo reaccionando bien, hasta que un día Claudia dio una noticia a sus padres: estaba embarazada.
“Para mí fue un impacto porque como enfermera supe que eso iba atraer complicaciones. Su embarazo no fue ninguna emoción, ni alegría, fue preocupación. El médico no quiso amargarle su embarazo pero le dijo que no podía seguir con el tratamiento por el bebé y ella aceptó”, recordó.
Su preocupación como padre llevó a Hugo sugerirle a su hija ir con un sacerdote para explicarle el riesgo de ese embarazo y le diera una dispensa para que pudiera interrumpir la gestación.
“Lo pensé, lo platiqué con ella pero no quiso, decidió llevar a término su embarazo. Nosotros la apoyamos en todo lo que pudimos para que así fuera. Iba bien, inclusive antes de que ella empezara a resentirse, en una Semana Santa se fue de vacaciones a Mazatlán y allá anduvo muy bien”, recordó.
Nacimiento prematuro
Aunque sus padres no estuvieron de acuerdo en que Claudia viajara, ella se fue con su marido y sus dos hijas, argumentando sentirse bien. Su madre solo optó por darle la bendición.
“Cuando regresó, el 2 de mayo, venía con un dolor que los médicos no le encontraban qué era, no le podían tomar radiografías por el embarazo. El 26 de mayo la vi muy demacrada, le sugerí que le dijera a su ginecólogo que la internara para que le hiciera estudio y ese día la internaron, para esto ya estaba el diagnóstico fatal”, lamentó Sara.
Los médicos de Claudia coincidieron en que era necesario practicar una cesárea y empezar con las quimioterapias. Claudia se negó porque quería llevar a término su embarazo pero ya no era posible: también su hijo estaba en riesgo.
“El 27 de mayo la metieron a cesárea con mucho riesgo porque tenía problema de sangrados. Nació el niño a las 24 semanas de gestación, pesó 900 gramos, Claudia salió muy bien, me la llevé a la casa y ella iba a ver a su bebé al Centro Médico. El 20 de julio se agravó, al llevarla al hospital traía las plaquetas bajas, tenía que ser transfundida”, compartió Sara.
Su hígado, dijo la madre, no funcionaba bien y un médico le dijo a Claudia que la quimioterapia no la iba a curar, sólo le iban a alargar el proceso, que no le podían hacer ya nada.
“Ella se deprimió mucho y ya no quiso seguir. Me pidió que me la llevara a la casa y así lo hice, con sonda, suero y medicamentos”.
El milagro de la vida
En todo ese tiempo, el hijo de Claudia estuvo en el hospital y su padre lo visitaba algunas veces, pues estaba enfocado también en Claudia, como el resto de la familia.
“Cuando nació el niño pensé que no se iba a lograr. Me enfocaba en pedirle a Dios por mi hija porque tenía otras dos niñas más, una de 12 y una de 3 años, nunca pedí por el niño”, dijo Sara.
Emilio fue recuperando peso sin ninguna complicación. Días antes de que Claudia muriera, el pediatra le informó a su esposo que el niño estaba dejando de respirar por mucho tiempo y que necesitaba urgentemente un medicamento. El padre lo consiguió y lo llevó al médico.
“Claudia falleció el sábado y el esposo ya no fue a ver al niño en ese tiempo hasta que pasó el funeral. El pediatra le dijo que el niño, desde el sábado, cuando Claudia falleció, no presentaba nada, que no se le ponía medicamento y estaba muy bien. A la semana que murió mi hija le entregaron al niño, ya pesaba 2 kilos y medio”, compartió la mujer.
Claudia murió en su casa, sostenida de la mano de sus padres, después de haber rezado la coronilla a la Divina Misericordia, justo a las 3 de la tarde.
“En su enfermedad siempre rezaba con ella la Coronilla de la Misericordia. Cuando vi que se me estaba yendo, invité a todos a que rezáramos la Coronilla de la Misericordia, eran las 2:30”.
Sara compartió que en ningún momento Claudia perdió el conocimiento y esa tarde tenía la mirada fija.
“Terminamos de rezar 10 minutos antes de las 3 y le dije: esa luz que estás viendo es Jesús, tómalo y Él te va a guiar, en eso expiró. Ahora me doy cuenta que esa fuerza para decirle eso vino solamente de Dios”, dijo Sara.
“Murió sostenida de la mano mía y de mi esposa. Fue un regalo de Dios. Es triste, pero qué dicha morir acompañado. Qué dicha para nosotros haber sido su apoyo en ese momento, acompañarla hasta el final”, expresó Hugo.
Una lucha de fe
Aunque Sara y Hugo son servidores desde hace casi tres décadas, vivir ese evento fue muy difícil aun desde la fe y las preguntas a Dios llegaron.
“Me pregunté qué pasó con mis oraciones, con mi fe, con tus promesas. Ese día que falleció Claudia el padre Carlos Márquez (q.e.p.d.) y me dijo que Dios me ama. En ese momento me preguntaba dónde encuentro el amor. Fue muy difícil perder la fe porque en algún libro leí que es más difícil recuperarla cuando la pierdes que cuando no la tienes”, compartió.
A pesar de ese proceso tan largo Sara no se alejó de Dios, buscó ayuda con algunos sacerdotes, siguió yendo a misa, a Hora Santa y aunque reconoce que siempre reclamó a Dios, salía llena de paz.
“Así es como nos hemos sostenido poco a poco. Todavía hay una lucha, todavía no entendemos el por qué o el para qué, pero mi fe se ha fortalecido”.
Por su parte, Hugo, al recordar esa cita que habla de la semilla de mostaza, se cuestionó si ni siquiera de ese tamaño era su fe, pues no encontró el milagro que él esperaba: la salud de su hija.
“No entiendo los designios de Dios, pero entendí que era su momento, que ella luchó mucho para tener a su hijo, dio su vida por él confiando mucho en Dios. Agradezco mucho a Dios por Claudia, por Emilio. Si Dios nos ha prometido un lugar allá con Él, quiere decir que algún día nos vamos a volver a ver, que vamos a estar juntos en espíritu y esa es la esperanza”, dijo Hugo.
Hoy Emilio tiene 6 años y sabe que su mamá murió y lo cuida desde el cielo, aunque no sabe aún que dio la vida por él.
Acompañar y ser acompañados
Su fe, esperanza y perseverancia llevó a Sara y a Hugo compartir su experiencia en el grupo Renacer, un espacio de contención para padres de familia que han perdido a un hijo y de esa manera poder ayudarse unos a otros dando un poco de lo que han recibido.
“La vida cambia después de este suceso de la muerte y se aprende a vivir con la ausencia. El dolor ahí va a estar mientras me acuerde, pero aprendo a seguir con la vida, tener la fe de que nos vamos a volver a ver”, dijo Hugo.
“Hay mucha necesidad, muchas madres y padres que están pasando por este mismo dolor y que no saben que pueden recibir ayuda como este caso de Renacer. El grupo nos apoya y acompaña. Somos una esperanza para otros padres”, expresó por su parte Sara.
Hugo y Sara invitó a quienes tienen familiares en fase terminal a buscar el acompañamiento de un experto, un sacerdote o tanatólogo que los ayude a mitigar esos momentos, pero sobre todo no alejarse de Dios.
“No se desesperen, busquen y acepten la ayuda. Existen grupos y persona que lo hacen antes y después de la muerte y siempre está Dios, Él no nos falla, sabe y conoce el momento de cada quien”, finalizó Hugo.