Seguimos con textos del libro Entre el Cielo y la Tierra para tratar de entender uno de los novísimos (el Purgatorio) que la Iglesia nos pide reflexionar en este tiempo en que está por concluir el Año litúrgico.
María Vallejo Nágera/Autora Católica
Los testimonios de personas más o menos fiables son extraordinariamente interesantes. Y digo más o menos fiables porque no son pocos los sabios de la escatología que defienden la posibilidad de que algunos santos tuvieran el infortunio de haber perdido la cordura y de que lo que padecían realmente no era sino un desequilibrio mental como la copa de un pino; o sea, que en vez de ver almas, sufrían alucinaciones patológicas.
Sin embargo, creo que no todos los casos pertenecen a este lastimero grupo, ya que para escribir sobre este complejo y apasionante tema he tenido que estudiar de cabo a rabo la vida de los santos que más han hablado del purgatorio, o al menos de los que yo he conseguido bibliografía seria. Les puedo asegurar que todos ellos me han sorprendido sobremanera por su cordura y, sobre todo, por su gran humildad de corazón.
Don especial
Una característica prácticamente común a todos ellos es la de haber intentado por todos los medios ocultar al mundo sus dones. Esto se debía en primer lugar al hecho de temer el haber perdido la mente, y la vergüenza que conllevaba de cara a los demás. Pero también se daba otro motivo de suma importancia, el de la obediencia absoluta hacia el director espiritual que era quien les prohibía comentar tales experiencias con alguien ajeno a él mismo. Este superior era el encargado de vigilarles en extremo para discernir, a través de la oración y la ciencia, si el extraño fenómeno de ver almas o fantasmas se debía a una simple enfermedad o a un don curioso e irrepetible de enorme valor humano.
Es muy interesante descubrir que el mismo hecho de ver almas tenía gran repercusión a la hora de dictaminar un diagnóstico a favor o en contra, ya que, en numerosísimas ocasiones, los espectros comunicaban a los santos o videntes acontecimientos que desconocían por completo. Cuando lo relataban, nadie les creía y, sin embargo, con el paso del tiempo se demostraba que aquello que en su día les fue anunciado por las almas, se cumplía.
Un caso peculiar
Uno de los casos más espectaculares, aunque aún no está reconocida como santa por la Iglesia católica, es el de la austríaca María Simma. Esta campesina humilde e ignorante, desgraciada- mente fallecida hace tan sólo un par de años a la edad de ochenta y nueve años, tuvo el carisma desde niña de ver con sus propios ojos a las almas del purgatorio. Pero hasta los cuatro o cinco años de edad no se dio cuenta al fin de su peculiar don. ¡Creía que todo el mundo las veía al igual que ella!
La bibliografía que existe sobre María Simma es enorme y los casos que cuenta ponen los pelos de punta a cualquier lector, sea cual sea la religión que profese. Podría contarles mil anécdotas, todas ellas documentadas y comprobadas por diferentes testigos. Entre tantos casos he escogido uno que espero que les guste tanto como me gustó a mí.
Se encontraba María Simma haciendo sus labores de casa cuando de pronto vio ante ella a un hombre alto, encorbatado y de aspecto distinguido. Se asustó al caer en la cuenta de que no le había oído entrar en la casa.
Cuando le preguntó sobre su inesperada presencia, él le contestó que era un alma del purgatorio y que sufría terriblemente a causa de un sucio pecado que cometió y podía haber evitado. Ahora ya no había remedio, estaba desolado, arrepentido y sin salida. Jamás alcanzaría el cielo si María Simma no le ayudaba.
-Pero ¿qué puedo hacer yo por usted? -preguntó la aldeana llena de congoja.
Entonces aquel espectro le relató con pelos y señales lo que podía y debía hacer por él para aliviar su oscura eternidad.
Por lo visto aquel hombre había luchado judicialmente durante diez largos años contra un hermano suyo a raíz de una finca que él consideraba que debía heredar, pero que sabía que era legalmente de su hermano. Los papeles de la herencia se perdieron en la guerra nazi y no había forma de comprobar quién heredaba la tierra en disputa.
(No se pierdan el pequeño libro El maravilloso secreto de las almas del purgatorio, de sor Emmanuelle Millard, quien tuvo el enorme privilegio de entrevistar a María Simma; ni el increíble y profundísimo estudio en forma de entrevista que le hizo el escritor Nicky Eltz, ¡Sá- quenos de aquí! -N. de la a.-)
Una carta
Todos habían conocido el deseo del progenitor fallecido, pero aun así, nuestro espectro no había descansado a base de trapicheos y mentiras inteligentes que descaradamente alegó ante el juez, hasta conseguir recuperar finca para el disfrute de su propia familia.
Todo este proceso judicial acabó entonces por dejarle él como heredero legal. Con esta actitud y sus consecuencias, destruyó el cariño y la unión familiar y produjo sufrimiento a las esposas, hijos y nietos de ambos hermanos Cuando falleció, se llevó su gran error a la tumba.
-Señor- contestó María Simma-, qué historia tan triste… Siento de todo corazón su pena, pero le repito que no sé qué puedo hacer por usted. ¡No conozco a nadie de su familia! -Este señor, al que Maria Simma jamás había visto antes, sólo la había informado sobre su procedencia alemana.
-Efectivamente usted no sabe nada sobre los míos, pero sí puede hacerme un gran favor-respondió esperanzado.
-¡Usted dirá! Si está dentro de mis posibilidades, accedo a ayudarle.
Entonces aquel hombre, lleno de alegría le rogó que escribiera una larga carta a su hermano pidiéndole disculpas desde lo más profundo de su corazón, contándole que, efectivamente, siempre había sabido que aquellas tierras le deberían haber correspondido a él.
En la carta que dictó a María Simma dio datos, proporcionó números y fechas y se explayó precisando instrucciones sobre cómo y cuándo debían sus hijos entregar la finca a su tío y primos. Por último, entregó a María la dirección y los nombres a quienes debía dirigir la carta.
Después desapareció ante los ojos de la vidente tan misteriosamente como había llegados antes. María sopesó mucho su decisión. Por un lado la invadía el miedo, pero, por el otro, su fe le pedía a gritos que enviara aquella carta.
¿Qué podría perder? Ella nada. ¡Bastante acostumbrada estaba a recibir risas y burlas a raíz de sus experiencias! Total, ¿qué más daba padecer por una más? Si aquello que había vivido era cierto y no producto de su imaginación, quizá restauraría la paz entre los miembros de una lejana y desconocida familia.
Tremenda sorpresa
Decidió orar mucho y después, convencida de que algo bueno saldría de aquello, envió la carta a la dirección que aquel espectro le había dictado. No había pasado mucho tiempo cuando recibió una llamada telefónica desde Berlín. Provenía de los hijos del fallecido, extraordinariamente sorprendidos por la llegada de la epístola de María colmada de datos tan detallados sobre su familia, los problemas y las querellas sufridas a raíz de la maldita finca.
“¿Quién era aquella viejecita desconocida que sabía los entresijos sobre el gran problema familiar que atormentaba a todos?”, se preguntaban.
María les relató lo ocurrido y, tras el estupor inicial, decidieron creerla. ¡Menudo panorama! No puedo dejar de sonreír al imaginar a aquellos muchachos hechos un verdadero lío con semejante experiencia. Vaya susto y qué sorpresa… ¿Se imagina usted, querido lector, que algo así pudiera sucederle?
Santos que vieron el Purgatorio
Podría contarle mil anécdotas más ocurridas a esta mujercilla, María Simma, agraciada con un don tan único, pero sería interminable. No obstante, no puedo finalizar sin antes relatarle algunas experiencias de esos santos de la Iglesia católica a los que antes hice referencia. ¡Son curiosísimas! Ellos han sido más investigados que nuestra viejecita austríaca por el hecho de haber sido canonizados. ¡Alguna fiabilidad tendrán entonces!, ¿no?
Mis santos favoritos que vieron almas del purgatorio (en recuadros):
Santa Faustina Kowalska (Polonia, 1905-1938)
¡Qué no les diría yo de mi santa favorita! Extraordinaria alma de Dios, nacida y fallecida en el siglo XX y santificada por Juan Pablo II, quien además investigó su causa cuando fue obispo de Cracovia.
Santa Faustina nos dejó una inmensa joya de incalculable valor: su diario íntimo, un conglomerado de riquezas espirituales llenas de visiones del Señor, de éxtasis y revelaciones con abundante información mística.
A continuación paso a relatar un par de las cientos de experiencias que vivió con respecto a las benditas almas del purgatorio. Transcribo textualmente de su diario íntimo. ¡Lean con tiento porque no tiene desperdicio!
Primera anécdota:
En aquel tiempo pregunté a Jesús por quién debía rezar todavía. Me contestó que la noche siguiente me haría conocer por quién debía rezar.
Vi al ángel de la guarda que me dijo que le siguiera. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego. Había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas; sólo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mí no me tocaban.
Mi ángel de la guarda no me abandonó ni por un solo momento.
Pregunté a estas almas:
-¿Cuál es vuestro mayor tormento?
Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios.
Vi a la Madre de Dios que visitaba a estas almas del purgatorio. Las almas la llaman la estrella del mar. Ella les proporcionaba alivio. Deseaba hablar más con ellas, pero el ángel de la guarda me hizo señas para que saliera. Entonces salimos de esa cárcel de sufrimiento.
Oí una voz interior que me dijo:
-Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige.
A partir de ese momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes del purgatorio.
Segunda anécdota:
Hoy Jesús me dijo: Tráeme con tu oración a las almas que están en la cárcel del purgatorio y sumérgelas en el abismo de mi misericordia. Que los torrentes de mi sangre refresquen el ardor del purgatorio. Todas estas almas son muy amadas por Mí. Ellas cumplen con el justo castigo que se debe a mi justicia. Está en tu poder llevarles alivio. Haz uso de todas las indulgencias del tesoro de mi Iglesia y ofréceselas en su nombre… ¡Oh, si conocieras los tormentos que ellas sufren, ofrecerías continuamente por ellas las limosnas del espíritu y sal- darías las deudas que tienen con mi justicia!
RECUADRO
Santo padre Pío de Pietrelcina (Italia, 1887-1968)
Impresionante e importantísima figura religiosa del siglo XX, para que vean que no sólo les presento a santos de tiempos añejos… que marcó a millones de corazones en confesión. En las misas de este estigmatizado italiano se formaba tal jaleo, que durante un tiempo fue recluido por orden de sus superiores.
Conocida su santidad y esparcida como aceite su fama de magnífico confesor por toda Italia, el gentío se aglomeraba a las puertas de la enorme iglesia de San Giovanni Rotondo horas antes incluso de que se abrieran. Y es que todos querían ocupar los primeros bancos,
estar lo más cerca posible del santo refunfuñón y estigmatizado para verle y hasta tocarle. Esto, como es lógico, ponía de los nervios al fraile, que arremetía con unos sermones de aquí te espero, con los que dejaba temblando a los feligreses.
Las anécdotas conocidas sobre el padre Pío con respecto a su increíble poder de confesión son tan numerosas que no cabrían ni en una enciclopedia. Millones de testimonios relatan que una vez comenzada la confesión, el fraile miraba con indignación al tembloroso arrepentido, al que enumeraba uno a uno los miles de pecados no confesados por la vergüenza. ¿Cómo haría este viejo fraile para vislumbrar el alma y los secretos más profundos de las personas que acudían a su confesionario?
Dicen que las colas eran temidas por su longitud y tardanza, ya que jamás despedía a nadie sin haberle escuchado a fondo. Después brotaban lágrimas y se asomaban arrepentimiento y dolor al corazón de los feligreses, lo que les empujaba a enmendar sus vidas de un zapatazo. Y en cuanto al purgatorio, ¿cómo no iba este gran santo a experimentar fenómenos del más allá?
Nuevamente se encuentran numerosísimos testimonios que hacen referencia al purgatorio y al padre Pío pero, dada su enormidad, sólo he escogido uno que pienso puede interesarle tanto:
Testimonio
Una noche, el padre Pío charlaba animadamente con otro fraile de su congregación en un pequeño salón frente al fuego. Al ver que se hacía tarde, decidieron retirarse a su celda a descansar.
-Yo cerraré la puerta principal y apagaré todas las luces-dijo a su amigo-, Vete tú a dormir.
El amigo accedió y se retiró a su celda. El padre Pío salió hacia los pasillos que conducían a la entrada del monasterio para atrancar la puerta principal y dejar todo a oscuras. De pronto le entró la duda sobre si había dejado una luz encendida en la pequeña salita en la que minutos antes charlaba con el otro sacerdote. Volvió para cerciorarse y remover las brasas de la chimenea para asegurarse de que no provocaran un incendio durante la noche. Pero, en cuanto entró en la salita, quedó perplejo al ver a un señor de unos sesenta años impecablemente vestido, luciendo sombrero, corbata y gafitas.
-Buenas noches, padre Pío-le saludó el visitante desde un gran butacón en el que esperaba sentado.
-¿Quién es usted? ¡Cómo ha entrado! El monasterio está cerrado y nadie ajeno a la comunidad debe estar ya aquí. Debe marcharse usted de inmediato.
-He entrado por la puerta principal, como todo el mundo- contestó aquel desconocido.
-Pero… ¿cuándo?
-Pues ahora mismo…
-¡Eso no puede ser! La he cerrado con llave yo mismo hace tan sólo cinco minutos.
Pero aquel hombre, con una oratoria exquisita, dulce trato y educación palpable, le explicó que él tampoco entendía entonces cómo había logrado entrar pero que, ya que estaba dentro, le urgía extraordinariamente hablar con él.
-Es de suma necesidad que usted me escuche. Le prometo que no le molestaré mucho tiempo. Tengo prisa por volver de donde vengo, ¿sabe?
Entonces el padre Pío, lleno de paciencia y tocado por la lástima, se sentó junto a aquel desconocido, quien se mostró feliz de ser atendido.
-Usted dirá-respondió el sacerdote resignado frunciendo el ceño.
Y fue así como aquel personaje relató al paciente franciscano con pelos y señales un triste problema familiar que había dañado las relaciones de sus parientes durante años. La culpa de aquel distanciamiento había provocado la ruptura de una familia entera que venía del egoísmo de unos y otros. Los errores habían sido muchos, la soberbia enorme y el desamor infinito. Cuando al fin finalizó su relato, añadió:
-He venido a verle porque necesito su consejo, padre. Quiero enmendar el daño que yo he podido hacer o añadir a este fiasco familiar.
El padre Pío sopesó sus palabras antes de contestar, oró un poco para pedir al Señor iluminación y a continuación enumeró una larga lista de advertencias, consejos y guías para que aquel pobre hombre calmara su ansiedad y encontrara remedio a tanto infortunio familiar. El visitante le escuchó con gran atención y al final de su plática se echó a llorar amargamente.
-No se apure, padre -dijo al ver la cara de preocupación del padre Pío. No me encuentro mal ni estoy triste. Lloro de alegría y emoción. Rezaré desde hoy con todas mis fuerzas para que mis familiares se reconcilien y entiendan sus faltas. Ahora ya me tengo que ir. Gracias desde lo más profundo de mi corazón por su tiempo.
Ambos hombres se levantaron y se dieron un abrazo. -Le acompañaré a la salida dijo el padre Pío También le prometo que oraré por usted. Todo se arreglará.
-¿De verdad rezará por mí?
-Por supuesto, amigo mío. No se preocupe más. ¡Yo oro por todo el mundo! Es lo que me pide mi Señor.
El desconocido no podía sonreír más. El padre Pio se dio la vuelta para abrir la puerta del pequeño salón y antes de salir, invitó educadamente con la mano a su nuevo amigo para que pasara delante de él. ¡Pero, cuando se volvió, descubrió que el hombre de las gafitas había desaparecido!
“¡Dios mío! -pensó el fraile entendiendo que se había tratado de un alma del purgatorio-. Sólo me pasan estas cosas a mí…”