Los grandes santos de la Iglesia parecen coincidir en que hay cinco puntos en los que nos debemos fijar en caso de que deseemos evitar el purgatorio:
María Vallejo Nágera/Autora Católica
¿Quién no quiere librarse del Purgatorio e ir directamente al cielo?
La pura verdad es que, si uno se pone a leer la Biblia, la encuentra atiborrada de esperanzadoras noticias al respecto de nuestra salvación: «Señor, Dios mío, a ti grité y me sanaste; Tú, Señor, me libraste del infierno» (Sal. 30, 3). Este salmo nos habla de desechar la posibilidad infernal. Pero ¿y qué pasa con el purgatorio? ¿Podremos alcanzar el cielo de golpe? ¿quién es tan perfecto como para eso?
Si estudiamos a fondo los consejos que nos han dejado los grandes santos de la Iglesia, parecen coincidir en que hay cinco puntos en los que nos debemos fijar en caso de que deseemos evitar el purgatorio. Veamos estos puntos en mayor profundidad.
Primer consejo: la devoción a la Santísima Virgen María
Es del todo común que en los escritos que nos han dejado los santos se haga referencia una y mil veces a la importancia de suplicar ayuda a la madre de Cristo. Es increíble la cantidad de milagros, favores y alivios que los santos han recibido tras mantener una relación pue los da y sensible con ella a través de la oración.
El ejemplo más claro lo tenemos en el famoso escapulario del Carmen. A pesar de ser tan conocida, pocos sabemos de dónde viene esta devoción, cómo comenzó y por qué está tan extendida.
Su devoción comenzó allá por el siglo XIII y la promovió el beato Simon Stock, religioso inglés quien en el año 1200 decidió hacerse ermitaño y vivir durante una larga temporada en el hueco de un árbol. Durante ese tiempo, sus largas horas se caracterizaron por estar cargadas de profunda oración y comunicación espiritual con la Santísima Virgen.
Durante doce años rogó a María que le comunicara lo que ella deseaba de él. La Virgen se le apareció por fin una mañana de otoño mientras oraba para expresarle su deseo de que ingresara en la Orden del Monte Carmelo, donde podría dedicar el resto de su vida a ser contemplativo de las virtudes de la Madre del Cielo. El muchacho obedeció de inmediato; entró en el Carmelo, donde siempre actuó como un religioso de piedad ejemplar.
El 16 de julio de 1251, y nuevamente mientras oraba, la Santísima Virgen se le apareció de nuevo. Esta vez portaba en la mano un trozo de tela marrón de aspecto áspero y le comunicó este mensaje: «Recibe, mi querido hijo, este escapulario. Será la marca que identifique a aquellos hijos que tanto me aman. Los que fallezcan vestidos con un hábito de esta tela serán preservados del infierno. El llevarlo será un signo de salvación y una protección contra todos los peligros hasta el final de la vida.
El religioso no pudo esconder a nadie su felicidad. ¡Había recibido de la Virgen un inmenso regalo para todos! Y así contó a todo el que le quisiera escuchar el gran milagro del que había sido testigo, mostró sin pudor el escapulario a cualquier curioso y, lo que es más importante, curó milagrosamente a un gran número de enfermos tras acariciarlos con él.
Bula sabatina
A cincuenta años tras la muerte del beato y también durante un meditar espiritual, la Santísima Virgen se le apareció al pontífice Juan XXII. Llegó rodeada de un resplandor indescriptible, cargada de belleza y ¡vistiendo el hábito del Carmelo! Nuevamente hizo una promesa, esta vez poderosísima para aquellos que acabaran dando con su alma en el purgatorio.
Esto fue lo que le dijo: «Si entre aquellos que llevaren el escapulario, hubiere algunos que se condenaran al purgatorio, yo descendería entre ellos el sábado siguiente a su fallecimiento, llevándomelos conmigo al cielo eterno. El pontífice dejó escritas tales palabras y así se pronunció la bula sobre el Santo Escapulario el 3 de marzo de 1322, conocida comúnmente como la «bula sabatina».
Normas para usarlo
Son ya veintidós papas los que han defendido el santo poder del escapulario y son más de seiscientos los milagros estudiados que, gracias a llevarlo, se han producido.
Hay ciertas normas que se deben seguir y que es importante que tenga claras. Son las siguientes:
1) El escapulario debe ser impuesto por un sacerdote, con una oración precisa y creada específicamente por la Iglesia para ello. Una vez impuesto, esta bendición dura para toda la vida de la persona y no hace falta repetir la imposición.
2) Llevar el escapulario encima siempre que se pueda, si es a todas horas, mucho mejor.
3) La práctica de la castidad de acuerdo con el estado de cada uno.
4) La recitación diaria de una oración a la Virgen: puede ser el santo rosario o rezar siete padrenuestros, siete avemarías y siete glorias.
5) El que portara el escapulario y llevara una vida muy pecaminosa, no se beneficiará de la promesa de la Virgen de librarse del infierno ni por supuesto del purgatorio. Sin embargo, la Iglesia cree que la persona que lo portara sufriría un gran arrepentimiento a la hora de su muerte por todo lo cometido. Por ello tendría la posibilidad de confesarse en el último momento y salvarse del infierno.
Así que, según mi entendimiento, sería bastante sabio que los católicos llevaran el escapulario tanto si son más malos que Barrabás como si son más santos que san Agustín, pues en todos los casos, el regalo es inmenso.
Segundo consejo: cumplir los sacramentos
Todos los sacramentos son importantes, aunque yo destaco el de la Comunión y el de la Unción de enfermos. En cuanto a este último, hay gran confusión entre los creyentes. Se cree vulgarmente que sólo se puede recibir cuando se está grave, cosa que es garrafalmente falsa. Es cierto que se emplea para los agonizantes, pero también puede ofrecerse a aquellas personas de quienes se sospecha ronda una enfermedad grave.
La Iglesia católica considera de un poder espiritual enorme la unción de enfermos. El enfermo quizá no experimente ningún cambio físico en su estado, pero sí hay muchos testimonios de mejoramiento e incluso de cura de la enfermedad a raíz de recibir tales oraciones y, sobre todo, a raíz de ser ungido con los santos óleos. También proporciona un alivio psicológico y espiritual brutal pues, al menos, uno siente que ha dejado los asuntos arreglados con Dios.
Con todo, lo que se consigue es alcanzar un cierto grado de paz interior que, dadas las circunstancias, es de agradecer, pues ayuda tremendamente a aceptar el destino cercano de la muerte con resignación, paciencia y entrega. Reconozcámoslo: todos tenemos que morir y es mucho mejor que cuando nos llegue el momento tengamos toda la ayuda celestial posible.
Tercer consejo: ofrecer todas las penas de la vida a Dios con templanza, resignación y alegría/ Ayuno
También es muy bueno pensar de vez en cuando en el ayuno, concepto muy difícil de entender en los tiempos que corren, donde nadie se fía de nadie y nada es entregado sin exigir algo a cambio. Me ha costado tiempo y muchas horas de discusión con teólogos entender el extraordinario valor que tiene a los ojos de Dios un ayuno hecho desde el corazón.
Oré a Dios por la oportunidad para que yo pueda ponerlo en práctica y comprender en qué consiste.
No tardó el Señor en responder a mi oración.
Estando yo en el jardín de mi casa, recibí una llamada llena de angustia de un amigo muy querido. La vida le ha tratado mal y, como muchos jóvenes desesperados, ha buscado solución a sus problemas en el peor de los callejones: el de la droga. Su camino ha sido un eterno deambular por hospitales, centros para drogodependientes y duros tropiezos.
-Acabo de salir de un centro de desintoxicación y ahora estoy en casa, solo y desesperado. El deseo de buscar droga es incontrolable y, aunque estoy limpio, no puedo dejar de pensar en localizar hachís entre los almohadones del salón de mi apartamento-me dijo llorando desconsoladamente. ¡No quiero volver a caer y me aterra espantosamente el fracaso! Y lo huelo; lo huelo cerca… ¡Ayúdame!
-Claro que te ayudaré… ¡No desesperes!
¿Rezarás por mí? –
Su pregunta me dejó algo perpleja, pues él siempre se burla de mi fe, a pesar de quererme mucho.
“¡Oh, Dios mío! -pensé llena de angustia-. ¿Qué puedo hacer ya por él?”
Entonces me fijé en la mesita que a mis pies sujetaba una hermosa bandeja con un gazpacho y un plato de croquetas con aspecto de anuncio televisivo.
-Haré eso y algo más -le contesté llena de esperanza-. Mira: cuando sientas un enorme deseo de drogarte, como ahora, yo comenzaré a hacer algo por ti.
-¿En serio?
-Bueno… yo no me drogo, por lo tanto, no sé qué es pasar la abstinencia. Pero sí puedo conocer lo que se siente al pasar hambre y desear con toda el alma recibir un alimento. Así que, yo te acompañaré en tu síndrome de abstinencia. Tú prométeme que no buscarás más la droga y yo te prometo que no comeré. Así te acompañaré en tu dolor, en la búsqueda y el deseo incontrolado de algo tan sabroso como lo es para mí la comida. Tú sacrifica todo el tiempo que aguantes ese deseo irrefrenable que es el fumarte un porro… Yo no almorzaré. Los dos estaremos unidos en el deseo de poseer algo absolutamente necesario. Aguantemos juntos ambas necesidades.
Un pequeño silencio invadió la línea telefónica.
-¿Estás ahí? -pregunté preocupada pensando que quizá me hubiera colgado.
-Claro que estoy…
-¿Estás bien?
-Sí-contestó con un sollozo. Sólo estoy algo emocionado… Nunca pensé que alguien pudiera ofrecerme un gesto así para acompañarme en mi dolor…
La conversación que siguió fue larga y hermosa. En ella hubo llanto, risas y bromas, y como guinda a todo lo hablado, nació un entendimiento profundo y verdadero del mucho bien que un ayuno puede lograr, tanto física como espiritualmente, siempre y cuando se enfoque para ayudar al prójimo.
Cuando mi amigo superó su ataque de ansiedad, tomé un buen bocata de jamón a su salud, pero eso sí con un corazón más resplandeciente de luz y alegría que el mismo sol.
Cuarto consejo: Ejercer la caridad
¿Cómo se puede llegar a ofrecer hasta la muerte con alegría y templanza? Parece tarea imposible.
Esta última pregunta se la he hecho a varios teólogos y todos, unánimemente, me han contestado: con caridad.
Encontré maravillas esperanzadoras en los Evangelios con respecto a la caridad: Lc. 7, 47; Mt. 5, 7; Lc. 6, 37; Mt. 6, 14; Lc 6, 30; Lc 16, 9, Sal 40 etc.
En todos estos datos, Cristo da pistas a los apóstoles sobre cómo librarse de una mala eternidad a través de ejercer la caridad, y esto incluye el ofrecer todo tipo de penas en la Tierra a Dios sin queja. Si se piensa despacio, es cierto que esto puede ser realmente ejercer la caridad en extremos absolutos, ya que las penurias, dolores, enfermedades, etc., se pueden ofrecer por los demás. ¿Existe mayor ejemplo de entrega?
La verdad es que, si morimos habiendo llevado una vida ordenada, llena de caridad y entrega, tenemos prácticamente todo ganado. ¿Quién no desea morir habiendo hecho las paces con Dios? ¿Quién no se pregunta durante los momentos previos al fallecimiento qué es lo que hay detrás de la frontera de la vida?
Todos sentiremos temor a lo desconocido y nos plantearemos y analizaremos el pasado de nuestra vida. ¿Habremos cumplido con nuestros allegados? ¿Dejaremos rastros de alegría, de cariño y de amistades verdaderas? O por el contrario, ¿nos sorprenderá la muerte con el corazón roto por heridas pasadas? ¿Estarán nuestras pisadas colmadas de rencores?
La gran mayoría de la gente desearía fallecer con el alma tranquila, la conciencia serena y el corazón en paz La clave está en perdonar profunda y sinceramente al prójimo porque, al final, se nos juzgará no por lo que nos hayan amado, sino por lo que hayamos amado nosotros. Por ello, debemos ofrecer sencilla y llanamente a Dios todos nuestros pesares, enfermedades, críticas, calumnias, humillaciones, traiciones, etc., por la purificación de nuestros pecados.
Quinto consejo: aprovechar las indulgencias y rezar oraciones
¿Se acuerda usted de santa Brígida y de santa Faustina Kowalska? Pues bien, ellas han sido las depositarias de dos grandes regalos místicos que podrán ayudarnos a llegar al cielo sin tener que pasar por el purgatorio.
En el caso de santa Brígida, el mismo Jesús le dictó unas oraciones de gran profundidad durante una aparición mística y le hizo una serie de promesas a aquellos que las recitaran durante doce años seguidos. Una de las promesas es precisamente la de no tener que pasar por el purgatorio tras la muerte. ¡Directos al cielo!
En cuanto a santa Faustina Kowalska, la gran santa del siglo XX, el Señor en una de sus muchísimas apariciones místicas le ordenó que proclamara al mundo entero la brutal importancia de la misericordia divina y prometió que aquellos que rezaran la Coronilla de la misericordia divina durante nueve días seguidos, comenzando el Viernes Santo y acabando el domingo siguiente a Pascua, obtendrían indulgencia plenaria de todos sus pecados, siempre que ese mismo domingo comulgara y confesara.
La coronilla de la divina misericordia fue dictada por Jesús a la santa. Faustina recitó esta coronilla junto a los enfermos hasta la saciedad, ya que Cristo le prometió también que, cuando se rezara junto a un moribundo, éste salvaría su alma del infierno. ¡Recémosla entonces siempre junto a nuestros familiares enfermos! No perdemos nada y podremos ganar mucho para ellos.
Indulgencias
Y con esto de las promesas, entramos en esos regalos impresionantes que son las indulgencias, poco apreciadas por los católicos pero de increíbles consecuencias espirituales.
Hay dos tipos de indulgencias. La indulgencia parcial es la que perdona parcialmente un tiempo determinado de estancia en el purgatorio, y proclamadas por Vaticano. Para ganarla, el orante debe ofrecer sus pesares diarios al Señor, con alegría y entrega, a la vez que recitar alguna jaculatoria que le sea familiar. La Iglesia considera que también se puede ganar haciendo una obra de caridad hacia los necesitados.
La indulgencia plenaria, en cambio, es la que nos libera en su totalidad de las penas que se deben pagar como consecuencia de nuestros pecados. Es decir, si una persona gana una indulgencia plenaria y se muere al ratito, es perdonada en profundidad de todas sus faltas y sus consecuencias de la mancha del pecado y, por lo tanto, va directita al cielo. Para ganarla, el orante debe confesar, recibir la comunión y rezar una oración especial por las intenciones del papa, además de hacer lo que prescribe la Iglesia para ganarla, que son acciones varias y de diferente condición. Algunas son éstas: hacer una peregrinación a un santuario determinado, rezar el rosario en familia o en manera meditada visitar el Santísimo Sacramento al menos durante media hora, leer durante al menos media hora las Sagradas Escrituras con veneración y seriedad, o hacer un vía crucis en una capilla o iglesia cercana.
Las indulgencias, como ve, son importantes y hay que tenerlas en cuenta en nuestra vida diaria; nos pueden ayudar a ser mejores personas, a orar por nuestra alma y por las de los demás y a traernos un sinfín de regalos espirituales.
¿Ha visto, querido lector, como no todo lo tenemos perdido? ¡La Iglesia nos ofrece grandes tesoros a los que agarrarnos para dar un buen salto hacia el cielo!