- A propósito del tema de la santidad y los cuerpos incorruptos tras la beatificación del joven Carlo Acutis, el padre Efrén Hernández recordó la anécdota de un increíble hallazgo realizado hace décadas en la Diócesis de Ciudad Juárez… Aquí la historia…
Ana María Ibarra
La incorrupción de un cuerpo generalmente es signo de santidad, aunque no es el único. Sin embargo, este signo es de gran importancia cuando se sigue una causa para la beatificación y canonización de alguien que mostró en vida su fidelidad a Jesús y su respuesta al llamado de santidad.
Hace 50 años, en el poblado de San Buenaventura, bajo el altar mayor del templo del mismo nombre, se encontró el cuerpo incorrupto de un sacerdote. Lamentablemente, en la investigación no se encontraron datos de identificación, esto impidió que se iniciara un proceso de posible santificación.
El padre Jesús Efrén Hernández, párroco de El Sagrado Corazón de Jesús fue testigo de este hallazgo y nos cuenta la anécdota.
Sorpresivo hallazgo
Fue en 1970 cuando el padre Efrén, en ese entonces seminarista, después de concluir su etapa de filosofía hizo un año pastoral en San Buenaventura, que pertenecía a la Diócesis de Ciudad Juárez.
“La dependencia que ahora se llama Instituto Nacional de Arte e Historia (INAH) decidió renovar el templo parroquial por considerarlo monumento histórico. Se decidió restaurar el altar que estaba pegado a la pared, ya que lo acostumbrado era dar la misa de espaldas”, recordó el padre Efrén.
La intención era despegar el altar del muro, tal y como pedían las reglas del Concilio Vaticano II. Y se aprovechó para cambiar el piso de duela que se encontraba en mal estado.
Pero al levantar el piso, se encontró un ataúd, mismo que fue removido para poder realizar los trabajos sin obstáculos.
“Los maistros dijeron que pesaba como si estuviera recién enterrado. Se supone que si fueran puros huesos o cenizas no debería pesar tanto. El mismo ataúd estaba bien conservado, no estaba podrido, era de pura tabla sin tela, pero parecía que lo acabábamos de mandar hacer, nuevecito”, afirmó.
El entonces párroco de San Buenaventura, el padre Rogelio Rivas (q.p.d.), y los seminaristas, movidos por la curiosidad, pidieron a los trabajadores destapar el ataúd, lo que hicieron con mucho cuidado. Al abrirlo, su sorpresa fue descubrir el cuerpo incorrupto de un sacerdote.
“Ahí estaba, vestido con su sotana, su alba, la casulla, en aquel entonces se usaba el manípulo y la estola. Nada estaba podrido”, recordó aún asombrado el padre Efrén.
Con la curiosidad de un adolescente de 17 años, el joven seminarista tocó con uno de sus dedos las mejillas del difunto y para sorpresa de todos, se hundieron como si fuera un cuerpo vivo.
“De las pestañas, levanté los ojos y tenía una mirada hacia abajo, de esas que les pintan a los santos, muy bonito, muy impactante. Estaba enterrado con sus botas, era lo único que podría estar un poco podrido, porque le pellizqué poquito la suela y se empezó a romper el hilo con el que estaba cocida, pero de ahí todo estaba íntegro”, reiteró.
En busca de datos
Ante el hallazgo, fue llamado inmediatamente el entonces obispo de Ciudad Juárez don Manuel Talamás Camandari para hacer de su conocimiento la situación, y al día siguiente don Manuel llegó pidiendo ver el cuerpo.
“Cuando lo vio se quedó rezando, seriecito, muy devoto, y todos en santo silencio. Al ratito pidió que se tocaran las campanas para llamar al pueblo y celebrar una misa, mientras solicitó buscar en los libros algún dato sobre el sacerdote”, narró el padre Efrén.
La secretaria parroquial encontró en uno de los libros de Bautismo una nota que notificaba la sepultura en el altar mayor del cura párroco, cuyo nombre no recuerda el padre Efrén.
Dicho sacerdote pertenecía a la Arquidiócesis de Durango, lo cual indica que su ministerio lo ejerció en los años posteriores de 1800, cuando Chihuahua pertenecía a esa arquidiócesis.
“El señor obispo Talamás llamó al arzobispado de Durango y el señor arzobispo pidió a su padre canciller que buscara en los libros a ver quién había sido párroco de San Buenaventura en aquellos años, pero no encontraron ningún nombramiento y el nombre encontrado en el libro de Bautismo de San Buenaventura no lo encontraron en los archivos de la arquidiócesis”, lamentó el padre Efrén.
Sepultado anónimo
El padre Efrén recordó que el señor arzobispo de Durango se avergonzó demasiado por no poderlos ayudar.
“Monseñor Enríquez, entonces vicario general y secretario canciller de la diócesis, dijo que si quisiéramos promover un santo, no podríamos, porque no sabíamos ni cómo se llamaba, ni de dónde era. No podíamos ni siquiera comprobar que era sacerdote porque se requiere un acta de la Arquidiócesis de Durango; la única prueba es que estaba vestido de sacerdote”, recordó.
Agregó que Monseñor Talamás lamentó no haber obtenido datos del sacerdote, sin embargo, reconoció que murió en olor de santidad, por lo que pidió orar por él.
“Celebramos la santa misa con la gente del pueblo, todos pasamos a verlo como cuando estamos en un velorio. Se veía la paz que reflejaba el sacerdote”, señaló.
El cuerpo del sacerdote volvió a ser sepultado en el mismo lugar, y de parte del INAH tampoco pudieron colocar una placa sin saber quién era.
Nos perdemos la fiesta de tener un santo
Aunque la causa para elevar a los altares a un siervo de Dios requiere de otras señales, un cuerpo incorrupto es una señal de santidad.
“Ahí mismo se encontraron muchos más huesos, pero solo él incorrupto. A los de Durango les tocaba buscar en sus archivos y, como mencioné, el señor arzobispo contó que no encontraron ningún dato, ninguna pista, ni siquiera de que estuviera inscrito en el Seminario, ni acta de Bautismo, ni de ordenación sacerdotal”.
No obstante, los autores del hallazgo no dudaron que fuera un sacerdote, pues solo pudo haber sido revestido por la gente o por el sacerdote que posteriormente llegó de sucesor. “El nombre del sucesor tampoco estaba en los archivos de Durango. Monseñor Enríquez dijo: aquí no hay delito que perseguir, nos perdemos la fiesta de tener un santo, no se puede hacer nada. Después la diócesis se dividió y San Buenaventura pasó a la jurisdicción de Nuevo Casas Grandes, esos hechos dieron pie a que se perdiera el interés”, finalizó el padre Efrén.