Este domingo lo conocemos como el domingo del “gaudete” o de la alegría.
Es un domingo especial, por eso el color rosa en nuestra vela de la corona de adviento o en los ornamentos de la Misa.
¿Por qué domingo de la alegría? Porque la liturgia de la Misa nos trae la recomendación repetida que hace San Pablo en la antífona de entrada de la Misa y en la segunda lectura: “Estén siempre alegres en el Señor, se los repito, estén alegres. Porque el Señor está cerca”
El fundamento de nuestra alegría es porque el Señor ya está muy cerca de nosotros.
San Pablo nos da también la clave para entender el origen de nuestras tristezas: nuestro alejamiento de Dios, por nuestros pecados o nuestra tibieza.
Recordemos: El Señor es un Dios de alegría.
El Arcángel le dice a María: “Alégrate llena de gracia, porque el Señor está contigo”
La cercanía de Dios, es la causa de alegría de María. Y Juan el Bautista , cuando todavía no había nacido aún, da a conocer su gozo en el seno de Isabel ante la cercanía del Mesías.
Nosotros podemos estar alegres si el Señor está verdaderamente presente en nuestra vida, sino lo hemos perdido, sino se han empañado nuestros ojos con la tibieza o la falta de generosidad.
Cuando para encontrar la felicidad nos vamos por otros caminos fuera del que lleva a Dios, al final solo se halla infelicidad y tristeza.
Diversas experiencias, de todos los que de una forma u otra, voltearon hacia donde no estaba Dios, ha sido siempre la misma: han comprobado que fuera de Dios no hay alegría verdadera. No puede haber alegría.
Encontrar a Cristo, da una alegría profunda siempre nueva.
El cristiano debe ser una persona esencialmente alegre.
La alegría que viene de Cristo trae la justicia y la paz y solo Él puede darla y conservarla, porque el mundo no tiene su secreto.
La alegría del mundo la proporciona lo que enajena, es decir, lo que hace perder el sentido y esto sucede cuando la persona logra escapar de sí mismo, cuando mira hacia afuera y no ve su interior y esto trae como consecuencia que la persona se sienta vacía y sola.
El cristiano lleva su gozo en sí mismo, porque ha encontrado a Dios en sí mismo, cuando su alma que está en gracia.
El estar en gracia es la fuente permanente de alegría de toda persona.
La alegría del mundo es pobre y pasajera.
La alegría del cristiano es profunda y capaz de subsistir en medio de las dificultades.
La alegría del cristiano es compatible con el dolor, con la enfermedad, con los fracasos y las contradicciones.
En Jn 10,22 nos dice el Señor: “Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar”
La dificultad es algo ordinario con lo que debemos contar, y nuestra alegría no puede solo esperar épocas sin contrariedades, sin tentaciones ni dolor.
Hay que tener claro que sin los obstáculos que encontramos en nuestra vida no habría la posibilidad de crecer en las virtudes.
El fundamento de nuestra alegría debe estar firme.
No se puede apoyar exclusivamente en cosas pasajeras como son las noticias agradables, salud, tranquilidad, desahogo económico para sacar la familia adelante, abundancia en cosas materiales, etcétera.
Un alma triste está a merced de muchas tentaciones.
La tristeza oscurece el ambiente y hace daño.
La tristeza nace del egoísmo de pensar en uno mismo con olvido de los demás, de la indolencia ante el trabajo, de la falta de mortificación, de la búsqueda de compensaciones, del descuido en el trato con Dios.
Quien anda excesivamente preocupado de sí mismo difícilmente encontrará el gozo verdadero.
Con el cumplimiento alegre de nuestros deberes podemos hacer mucho bien a nosotros mismos y a nuestro alrededor, porque esa alegría lleva a Dios.
Con una sonrisa, una palabra cordial, un pequeño elogio, el evitar tragedias por cosas de poca importancia que debemos dejar pasar y olvidar, podemos contribuir a hacer más llevadera nuestra vida y la vida de las otras personas que nos rodean.
No se nos olvide, estemos siempre alegres en el Señor.