Esta es una narración de Ascención Acosta Chávez a Miguel García Sáenz en el verano de 1958 en Ciudad Juárez, Chihuahua…
Miguel García Sáenz/ Historiador
Muy de mañana por las calles de la ciudad se escuchan voces y ruidos clásicos, el voceador que reparte “el fronterizo” gran periódico citadino; los ganchos del hielero y el arrastrar de los bloques del cristalino producto; gentes que se saludan: “buenos días Carmelita”, “buenos días, Lupita”…son las mujeres que apresuradas se dirigen a la iglesia; el clarín desde el cuartel militar tocando “Diana”; las campanadas de la iglesia llamando a misa; la canción que viene entonando un ebrio amanecido; los ladridos escandalosos de los perros; trinan los pájaros en las jaulas de las casas y también los que pasan aleteando por los aires; el grito del vendedor de pan “ranchero”; el silbato de las fábricas cercanas a las vías del ferrocarril; el raspar de las escobas de quienes barren las banquetas, y también el rechinido de las ruedas del carro del lechero, el gran personaje mañanero, infaltable, que en su carro tirado por un caballo hace el diario recorrido con “la entrega de la leche” a muchísimos hogares.
Es increíble cómo se ha quedado grabado en la mente de toda la gente el inconfundible sonido de los frascos, los cascos del caballo, el alegre silbido que siempre trae consigo el repartidor, no habla, simplemente se le escucha “chiflar” su melodía que es identificación. Su caballo, compañero inseparable, fiel, inteligente, dócil, ya conoce perfectamente cada uno de los movimientos de su amo y recorre el camino a su entera voluntad.
Leche fresca
Allá por el rumbo del “arroyo colorado” (hoy viaducto Díaz Ordaz) al poniente de la ciudad, un hombre en su “carrito de caballo” acompañado de un niño de 10 u 11 años, diariamente, muy temprano durante la temporada de vacaciones, hace el recorrido, se detiene frente a algún domicilio, desciende el niño, toma dos frascos llenos de leche, abre la puerta de “esprín”, los deposita ahí y toma los envases vacíos que ha dejado el cliente. Muchas veces debajo de éstos está el dinero del pago de la entrega semanal, por increíble que ahora parezca, ese
dinero nadie lo toma, es respetado, y esto se repite en varios domicilios
y casi todos los días.
Ahí en donde el chamaco acomoda los frascos de leche también está el periódico, y afuerita de la puerta está el trozo de hielo, al ratito alguien de la casa los recogerá. Y así a diario esto se repite, el niño sube al carrito se reanuda la marcha y da comienzo una conversación entre el niño preguntón y el señor.
El hombre es Ascención Acosta Chávez, originario de Parral, Chihuahua, nacido allá por 1890. Cordial, muy alto de estatura, blanco, cabello canoso muy corto, narigón, su cuerpo de complexión regular es fuerte como los álamos, sus manos grandes, fuertes, callosas y duras revelan gran rudeza, manos de trabajo.
Plática sin cesar
El niño era yo, Miguel su sobrino, hijo de Lucila, la hermana menor de Esperanza Sáenz Avalos la esposa de “Chon”. Recorríamos por las mañanas las calles de aquel rumbo, la Hospital, Manuel Acuña, Rayón, Mina, Morelos, Hidalgo, 16 de septiembre, Fray García, yendo por la Juan Mata Ortiz, Oro, Arteaga entre otras… y la plática no cesaba.
Había un gran árbol casi en la esquina de Mata Ortiz y 16 de septiembre, ya habíamos terminado la entrega del día, como yo llevaba las riendas del caballo me dijo que detuviera el carro a la sombra del árbol, descendimos y él se dirigió al caballo, le acarició las orejas y le dijo
-¿Qué pasó “capitán”, nos echamos un trago?…
El noble animal levantó la cabeza un par de veces y resopló, mi tío lanzó una fuerte carcajada, juntó su cara a la del animal y cariñosamente lo abrazó. Esto llamaba mucho mi atención, pues mi tío platicaba con sus animales igual que con la gente y éstos a su manera le contestaban, le obedecían en todo y celebraban con él su alegría… y yo también.
Siempre quise mucho a mi tío, lo admiraba y me agradaba andar con él; enseguida tomó del carro un balde con agua que siempre traíamos y lo acomodó en el suelo de forma que el caballo pudiera beber, nos sentamos en la parte posterior del carro, se quitó el sombrero y por un momento quedó pensativo…
Con los villistas
Este hombre en su juventud se unió a las fuerzas de Francisco Villa, lo había conocido personalmente y no dudó en acudir a su llamado, era un muchacho de campo, conocía de agricultura y ganadería; bueno para montar a caballo y era “bronco, nada dejado”. Estas cualidades lo hacían ideal para las causas. Se enlistó y formó parte de Los Dorados de Villa, aquella poderosa caballería.
-Tío, y ¿Cómo fue lo del balazo en la pierna?
-Ah cómo eres preguntón, ¿Quieres saber?,pero que no se te olvide lo que te voy a platicar. Mira, a otros les platico y a veces ni caso me hacen, al rato se les olvida, pero esto es muy serio, me sucedió en verdad, ha pasado el tiempo y ahora me doy cuenta que todo es historia verdadera, te lo digo para que te enseñes y nadie te cuente. Algún día, ojalá lo puedas contar, creo que sí, porque te gusta, ¿verdad?
Y comenzó la historia…
“En 1913, entre el 24, 25 y 26 de noviembre nos tocó pelear en la batalla de Tierra Blanca, allá rumbo a Villa Ahumada, fue una batalla a campo abierto, ellos eran más que nosotros pero no nos llegaban para pelear, acá era pura gente valiente , cada uno de nosotros valía por tres de aquellos pelones”.
“Habíamos caminado mucho y cuando llegamos a donde mi General nos ordenó acampar. Nadie hablaba de cansancio ni de “a ver que pasa”, ¡No señor! todos estábamos seguros de ganar. Para empezar, el General Mercado, el jefe de ellos, no era nada junto a mi General Villa, nos habían dicho que traían buena artillería, mejor que la nuestra, cañones y ametralladoras, trenes y mucha caballería, como que nos querían asustar, pero ¿Sabes qué decíamos nosotros?: ‘Pos mejor que traigan más si quieren, al cabo se los vamos a quitar.
Enfrentamiento feroz
Una Desde que salimos de aquí, de Juárez, la gente no paraba de cantar, y en las noches nos tranquilizábamos, mas bien parecía que íbamos a lo seguro.
‘¡A ocupar sus posiciones!’, ordenan los oficiales. Es el 24 de noviembre muy temprano. El terreno lo había escogido Mercado para esperarnos, hay arena y matorrales, mejor para la caballería. Nuestro ejército se desplegó por todo el campo y comenzó la pelea, nomás zumbaban las balas y comenzamos a avanzar, mi General Villa y Orozco no paraban, iban y venían a caballo sin dar un blanco fijo al enemigo; nosotros los veíamos y más ganas nos daban de tumbar pelones, nadie bajaba bandera. Algunos aún heridos seguían aventando plomo, dos días duró la friega, al tercer día empezaron a mover los trenes y eso era lo que quería mi general.
El General Fierro se aventó cayéndoles por atrás, y él mismo puso dinamita a algunos vagones y los tronó para pararlos y entonces sí, mi General Villa ordenó al corneta una carga de caballería por el centro, y ahí te vamos, a todo galope con mi general al frente, pa’pronto se empezaron a volver pa’llá, en retirada.
‘¡No corran cobardes, éntrenle! -les gritaba mi general- ‘¡Órale mis muchachos, atórenle, que no se nos vayan!’
¡Mi caballo!
Con los ojos muy abiertos, totalmente emocionado pregunto a mi tío:
-¿Usted iba allí, disparando? ¿ No le dío miedo?
-¿Miedo? ¡¿Qué es eso!, ninguno sabía lo que era el miedo. Nunca conocí a un miedoso por ahí, puro valiente. Hasta las mujeres peliaban.
-Güeno, güeno tío, y el balazo en la pierna ¿A quioras fue?
-Pérame, pa’llá voy.
-Cuando penetramos sus filas, la cosa se puso más fea. Allí es cuerpo a cuerpo, te tiran a quemarropa, o te apuñalan. De repente se te vienen dos o tres al mismo tiempo, tienes que revirar el caballo pa’ tumbarlos, si no eres buen jinete te cais y ¡cuidado!, porque en lo que te levantas, ya te dieron. No es fácil. Mi caballo nomás resoplaba con los ojotes bien abiertos y peliando como cualquier soldado.
Y yo asombrado me fijaba en los ojos de mi tío, azules, transparentes como de vidrio, y ahí, en ellos se asomaban lágrimas… de un hombre.
-¡Mi caballo…mi caballo! ¡Vieras qué buen animal! Nos queríamos.
-Fíjate, yo y tres más de a caballo nos fuimos contra unos costales de arena donde estaba una ametralladora; la defendieron como perros, pero les llegamos. Se trataba de coger esa artillería, ya estábamos adentro y empezaron a tirar con rifle a quemarropa, nos estábamos dando de frente y a uno que medio me apuntó le tiré una patada, le pegué en el cañón, pero alcanzó a jalar el gatillo y me metió la bala de lado; nomás me dá de frente, y me atraviesa y mete la bala al caballo, y ahí sí, quién sabe. Lo que sí, es que sentí que me quemó, nomás eso sientes, después viene el dolor.
Famoso Pancho Villa
Mi tío continuó:
-Al rato se oyeron las explosiones en la vía, se pusieron en retirada y siguió la cacería. Les andábamos dando por todos lados, empezaron a levantar las armas, tomamos prisioneros, armas, caballos, máquinas del tren y por fin, ganamos la batalla, estuvo muy duro, pero ganamos, era el día 26.
Salí con un tiro en mi pierna, pero me atendieron rápido. Traíamos buen doctor, no cabe duda. Y Mi General Villa se hizo más famoso con esta batalla.
Número finales
Allí hubo oficiales fusilados, se capturó mucho parque y de todo, nuestra caballería se portó a la altura, y mi general levantó su mano con una bandera y nos felicitó. Andaba muy contento, pero todavía faltaban muchas cosas por hacer.
-Así que ¿Cómo la ves, m’ijo?, ¿estuvo feo, verdá?
-Oiga tío, ¿Á le duele? A ver cómo tiene la pierna- le dije.
Se arremangó el pantalón y me enseñó. Y sí, tenía una cicatriz en el chamorro grande y muy fea. Se dio un ligero masaje, me miró con sus ojos azules muy claros, y se sonrió.
-A veces me duele, pero que no me vea tu tía, porque luego luego me empieza a regañar, “que porque no me cuido”. Orita que lleguemos a la casa te voy a enseñar los cartuchos que recogí de ésa batalla ¿Los quieres ver? ¡Vámonos pues!
Recogí el balde, me volví a sentar al lado de mi tío, sin levantarnos emitió un sonido con los labios, como “tirando besos” y le ordenó al caballo ¡Vámonos pa’ la casa! El animal empezó a andar, y así, en la parte de atrás del carro de caballos, con nuestras piernas colgando, nos alejamos rumbo a la casa de mi tío. Chon, un verdadero Dorado de Villa.