Pbro. Eduardo Alfonso Hayen Cuarón/ Director de Presencia
Quizá el motivo principal por el que la fe en la Resurrección de Jesucristo fue tan ferozmente combatida, desde los inicios del cristianismo, es porque el hecho de que transforma a las personas por dentro, dándoles una entereza y un espíritu de combate capaz de enfrentar al mismo Estado perseguidor. El misterio de la Resurrección de Jesucristo entre los muertos es la revolución más grande de la historia de las religiones. Es una fuerza que toca tan profundamente el corazón del hombre, que le hace invencible ante quienes se oponen a su fe.
Un cristiano convencido de la vida eterna piensa: «si realmente existe la vida eterna y estamos llamados a resucitar con nuestro cuerpo al final del tiempo, ¿qué importa que un Estado opresor o el mundo nos persiga y nos arroje a las fieras, si resucitaremos con Cristo para reinar con Él en el último día? Por eso no me doblego ante la mentalidad mundana». Así lo han creído los mártires y los confesores cristianos de todos los siglos.
Los cristianos del siglo II se emocionaban con las historias de quienes daban su vida por Cristo. Así sucedió con Santa Blandina, quien fue una testigo que, por su valentía, impresionó, tanto a los cristianos como a los paganos de su tiempo. Alrededor del año 177 fue martirizada bajo la persecución del emperador Marco Aurelio; su historia se encuentra en la Carta de las Iglesias de Lyon y Vienne.
Blandina era físicamente débil, pero demostró una fortaleza espiritual extraordinaria. Era esclava, pero los cristianos la veían como una igual en la fe. La arrestaron junto con otros cristianos, incluido el obispo Potino. Sometida a torturas brutales –azotes, exposición a bestias salvajes en el anfiteatro y quemaduras con planchas al rojo vivo– Blandina soportó el sufrimiento con una resistencia que dejó pasmados a sus verdugos y fortaleció a sus compañeros. Los relatos destacan que, mientras sufría, repetía «soy cristiana, y nada malo se hace entre nosotros». Así afirmaba su identidad y la inocencia de su fe.
Fue colgada en un poste para ser devorada pero las bestias no la tocaron, lo que los cristianos interpretaron como un signo de Dios. Tras días de tormentos fue ejecutada, posiblemente degollada o muerta por las fieras en una segunda exposición. Su cuerpo fue quemado y las cenizas arrojadas al río Ródano para evitar veneración, pero los cristianos conservaron la memoria de Blandina como un testimonio monumental la fe cristiana. Su martirio reforzó la creencia en la resurrección, pues ella, como todos los mártires, esperaban la vida eterna.
La pregunta es si nosotros, cristianos del siglo XXI, somos capaces todavía de dar la vida por algo o por alguien. Habrá quienes estén dispuestos a dar su sangre por su país, y eso es ya muy loable. Muchos padres de familia se entregarían a la muerte, sin duda, con tal de salvar la vida de sus hijos. Hemos sabido de personas que, por salvar a algún desconocido de las llamas o de la corriente de un río, terminaron muriendo quemados o ahogados. Esto es enorme.
Pero, ¿dar la vida por Cristo? Sin duda muchos están dispuestos a hacerlo. Las noticias que nos llegan de los cristianos perseguidos en Siria y en Medio Oriente son impresionantes: amenazados, perseguidos, degollados, ejecutados. Los grupos islamistas radicales quiere limpiar de cristianos aquella región del mundo, pero ellos permanecen firmes en su fe y quieren su tierra. Su fe en la resurrección es más poderosa que cualquier amenaza.
¿Y qué decir de los cristianos en Nigeria, Somalia, Eritrea, Sudán, Libia, que son secuestrados, violados y asesinados por su fe? Ellos ven destruidas sus iglesias y los obligan muchas veces a desplazarse. Sólo en Nigeria murieron casi 4500 cristianos en 2024. Sin embargo la Iglesia católica en aquellas regiones del África subsahariana es la más vibrante y la más entusiasta del mundo. Es donde la fe en la resurrección está más viva que nunca.
No permita Dios que nos habituemos a un cristianismo cómodo y mortecino donde la fe vaya perdiendo su fuerza y su brillo. Que Cristo resucitado se manifieste en nosotros y nos haga ser sus valientes testigos. Fuera de la fe cristiana, la vida apenas si vale la pena vivirse.