Ana María Ibarra
Morir a sí mismo por amor a Cristo y al prójimo es el sentido cristiano de la mortificación, acto de sacrificio y ofrecimiento voluntario a fin de crecer en el amor a Dios y a los hermanos.
Así lo explicó el padre Jaime Melchor, formador del Seminario, quien señaló que, aunque no es exclusiva de la Cuaresma, se intensifica en este tiempo, ayuda a la unión con Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Cargar la cruz
Proveniente de la etimología mors, mortis, que significa muerte, la mortificación es el sentido cristiano la práctica de aprender a educar a los sentidos, tanto corporales como espirituales, para poder ejercitar las virtudes con mayor entereza.
“La mortificación se hace a través del sacrificio y del ofrecimiento voluntario a fin de crecer en el amor a Dios y a los hermanos. Es morir a nosotros mismos por amor a Cristo y a los demás. También es para la reparación por nuestros pecados”, expuso el sacerdote.
Así pues, señaló, la mortificación del cuerpo ayuda al ser humano, con la gracia de Dios, a estar atento a lo que Dios pide: escuchar a Jesús que va hacia la cruz.
“Es ir con Jesús cargando la cruz y aprendiendo a dominar nuestra naturaleza con la fuerza de la gracia”, señaló el padre Jaime.
El sacerdote citó la primera Carta de San Pablo (9,24) como un ejemplo de mortificación.
“Castigo mi cuerpo y lo obligo a obedecerme para no quedar yo mismo descalificado. San Pablo nos hablaba de esta mortificación del cuerpo porque va corriendo a una meta que es alcanzar a Jesucristo. Esta es la mortificación, en pocas palabras”.
Morir al pecado
Si bien, la mortificación no es exclusiva de la Cuaresma, el padre Jaime explicó que se intensifica en este tiempo como invitación a vivirla profundamente en el mandato de Jesús: “velen y oren para no caer en la tentación”.
“La mortificación nos ayuda mucho a unirnos a Jesús, a quien vamos a acompañar en su Pasión, Muerte y Resurrección, que son la meta de la Cuaresma. Y como ya dijimos, es una expresión de nuestra muerte al pecado para nacer a la vida nueva con el Señor Resucitado”.
Esta acción de mortificación se encuentra unida con el ayuno y la penitencia llevando al cristiano a una disposición interior para escuchar la palabra de Cristo.
“Con el ayuno nos ayuda a estar más despiertos interiormente, en el corazón, para recordarnos nuestra fragilidad. Con la penitencia: nos enseña a ser humildes, a reconocer que, en nuestra frágil condición de pecado, necesitamos siempre la ayuda de la gracia del Señor para poder dar frutos buenos”.
De esta manera, agregó: el mortificarse por amor a Dios y a los hermanos tiene un sentido de reparación de las propias culpas, pero también ayuda a la reconstrucción de la Iglesia, lastimada por el pecado.
Algunas consideraciones
Para llevar a la práctica la mortificación, expuso el padre Melchor, primeramente, es necesario querer unirse a Jesús.
“Podemos tener en la vida diaria cierto tipo de mortificaciones, como por ejemplo levantarse temprano, pero sin sentido cristiano. Pero si lo hacemos con actitud de querer unirnos a Cristo, confiando en que la gracia de Dios nos ayudará a practicarla con amor, podremos ofrecer lo cotidiano y todo lo adverso, con una conciencia de reparación por los pecados propios y de los demás”, señaló.
Aprender a dominar los sentidos, agregó el sacerdote, es también una forma de mortificación y un canal de bendición.
“Hacer silencio puede ser para nosotros una especie de mortificación, el ayuno, las penas que uno va viviendo cada día, nuestra vida también tiene sus cruces. Ofrecer todo eso por amor a Cristo, por amor a Dios y a los hermanos nos va llevando a la práctica de una verdadera mortificación”.
La mortificación, agregó el sacerdote, se puede practicar desde temprana edad con acciones sencillas como el dejar de ver la televisión, acostarse temprano, dejar los video juegos, limitar el uso del celular, etcétera.
“Estas son cosas materiales, y no debemos olvidar que las mortificaciones van relacionadas especialmente con los estados del alma”.
Dar fruto como Iglesia
Los frutos que la mortificación deja en quien la práctica, compartió el padre Jaime, es el despertar y estar atentos a las cosas de Dios para acoger la gracia que Él está ofreciendo para nuestra salvación.
“Si estás viviendo una enfermedad, por ejemplo, y la ofreces a Dios como una mortificación, te ayudará a ser compasivo con aquellos que como tú están padeciendo algo similar. Cuando ofreces una modificación material o física, te lleva a la caridad. Una mortificación personal de los sentidos te lleva a estar atento a lo que realmente vale la pena”, dijo.
Agregó que la mortificación es una enseñanza y una preparación a morir con Cristo para tener una vida nueva, una conversión diaria para resucitar con Jesús.
El sacerdote exhortó a la comunidad a una ayuda mutua para ser en esta Cuaresma una comunidad llena de fortaleza para vencer el egoísmo y ser solidarios.
“La mejor manera de vivir la mortificación es privarnos de nosotros mismos para dar el amor que Cristo quiere. Que el sentido de una mortificación personal se extienda a los demás para dar fruto como Iglesia”, finalizó.