- Hernán Quezada SJ
El joven presidente de El Salvador, Bukele, ha inaugurado una gran prisión. Circulan vídeos oficiales que, con gran cinematografía, nos dejan ver la llegada de residentes de la nueva prisión. Todos se parecen, parecen ser todos el mismo hombre semidesnudo, descalzo, rapado, tatuado, feo, peligroso; la cámara se detiene a ratos para mostrarnos sus rostros duros y algunas de su marcas del mal. No hay misericordia para ellos, ni derechos; apenas se les permite levantar la cabeza. Hombres uniformados los apuran, los cuentan como bestias.
Ahí, en la nueva prisión se encierra la fealdad, la maldad y el peligro; nos anuncian al mundo la caída de las cifras de inseguridad y violencia en el pequeño país centroamericano. Los comentarios de hombres y mujeres queridos y buenos aplauden la estrategia, piden que se replique por todos los países del mundo para que así nos llegue la paz.
San Ignacio de Loyola nos propone en sus Ejercicios Espirituales contemplar la Encarnación, ver como la Trinidad mira al mundo. Justo podemos imaginar a Dios mirando esta gran prisión. ¿Qué dice Dios? ¿Qué piensa? ¿Qué haría ante semejante espectáculo?
Como ya lo hizo antes, seguro lo haría de nuevo: el Hijo descendería, sin pasado delictivo, sin tatuajes, sin mal; decidiría encarnarse en esa realidad, meterse en la fila de los de manos esposadas a la espalda, lo raparían, le quitarían su calzado y vestimenta, se le impediría levantar la cabeza como a los demás, tendría el mismo trato de “bestia” indeseable. Pero ¿por qué? ¿para qué?
Como entonces, hoy también le movería el deseo de estar entre éstos, no por buenos, sino por hijos, por hermanos. Jesús buscaría sus miradas, encontraría la del hijo, la del hermano, la del padre; encontraría la mirada de quien sin borrar sus tatuajes ya buscaba borrar sus pecados, encontraría la mirada del pecador arrepentido, del dispuesto a comenzar de nuevo. Encontraría hombres con historias, abandono, violencia, explotación y desesperanza. Encontraría la mirada de quien no acepta la belleza ni la bondad, de quien se resiste a la conversión, pero Él se mantendría más fijo en esa mirada, buscaría persuadir y comunicar la posibilidad, la esperanza, provocar la conversión del corazón.
El cristianismo se resiste a miradas totalizantes, maniqueas y sin posibilidad. Se resiste a que para lograr la paz el camino sea la aniquilación de la justicia y el derecho; esa será una paz transitoria, de sepulcros, una “paz” que apesta a muerte, que es peligrosa porque está fundada en el miedo y no la justicia.
La prisión de Bukele encierra “peligro”, pero encierra también la dimensión ética de nuestra vida, es decir, la responsabilidad de la relación. Despoja a todos ellos y a nosotros de la categoría de prójimo, nos despoja de la responsabilidad y la posibilidad de conversión.
No es fácil, no se trata de ser ingenuos, la paz, nos dice el Papa Francisco, es artesanal. La paz requiere de astucia y nunca debe de hacernos aceptar la inseguridad o la injusticia. La paz que buscamos, que será duradera y de verdad, ha de pasar por la justicia, esa que busca ajustar lo desajustado, la que busca que todas y todos, estemos bien y nos encaminemos a ser una gran familia humana. El camino cristiano no es fácil, pero si es eficaz y algunas veces incomprensible. Levantemos la mirada y profundicemos en la reflexión profunda, cristiana, ética.