Con esta entrega concluimos la serie de reflexiones sobre cada una de las partes del Padre Nuestro, la más importante oración que Cristo nos enseñó para dirigirnos a Dios…
Pbro. Pablo Domínguez Prieto +
Nos queda, por último, la parte final del Padre Nuestro: “No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Hermanos, puede parecer un final “poco lucido”: el último día hablando de tentaciones, del mal. Sin embargo, creo que puede ser providencial concluir así, pues estamos en un ambiente muy propicio para todo, Pero inmediatamente, cuando salgamos a nuestra vida habitual, vendrá, como lluvia, la gracia de Dios, pero también las tentaciones y la posibilidad de ocultar todo aquello que Dios ha puesto en nosotros. Por eso, está muy bien que al final de esta serie nos preguntemos sobre qué tentaciones me voy a encontrar a partir de hoy. Vamos a repasar esto un poco.
Buenas y necesarias
En primer lugar, hay que hacer una consideración muy importante según santo Tomás de Aquino. Él distingue dos tipos de tentaciones: una tentación que no es mala, sino que son “ocasiones o pruebas” que pone el Señor para que crezcamos. Nosotros las llamamos tentación muchas veces, pero son simplemente regalos del Señor para que crezcamos interiormente. Estas no se pueden considerar tentaciones, sino que son tribulaciones. Por tanto, dentro del capítulo del mal, cuando decimos “líbranos del mal”, le pedimos al Señor que nos libre del pecado, pero no le estamos pidiendo que nos libre de las tribulaciones. ¿Por qué? Porque las dificultades y las tribulaciones muchas veces son buenas para crecer interiormente. Todos sabemos que si a un niño se le priva de dificultades, le hacemos infeliz, porque no aprende, porque no se fortalece. Si a un atleta no le pones ninguna dificultad, y le decimos “no te canses:, “no te esfuerces”, no ganará nunca la carrera.
Lo mismo nos ocurre a veces a nosotros: Hay muchas cosas en nuestra vida que son pruebas buenas queridas por Dios, enviadas por Dios. Por tanto, lo primero que tenemos que discernir a la luz del Espíritu Santo es que cuando me voy a quejar de algo, debo parar un momento y pensar: ¿Me voy a quejar de algo que tal vez es bueno para mi vida interior, para acercarme a la meta y a la santidad?” Puede ser un contratiempo, una enfermedad, una persona inoportuna que llega, tener problemas para entrar en la casa porque no funciona la llave, el coche que comienza a hacer un ruido raro, una persona que te mira mal…¡Tantas cosas que no son males sino tribulaciones queridas y permitidas por Dios para nuestra santificación!
¡Viva la tribulación!
En la Carta a los Hebreos se puede leer que Cristo aprendió a obedecer sufriendo. Ese es el primer punto: cuando decimos a Dios “líbranos del mal”, no le estamos diciendo que nos libre de las tribulaciones, ya que son buenas para nosotros. ¿Por qué vamos a pedirle eso al Señor? Decir esto es un poco duro, pues le estoy pidiendo al Señor en el Padre Nuestro que no me libre de las tribulaciones, si son convenientes. Dice y añade santo Tomás que de vez en cuando sí se le puede pedir a Dios esto, si nos conviene para mi vida o si es tu voluntad.
Ustedes habrán conocido muchos casos de niños a los que les han detectado cáncer. Conozco concretamente el caso de una chica a la que se lo detectaron a los quince años y su vida cambio totalmente. De ser una chica encerrada, egoísta, ella me ha dicho que se ha encontrado con Dios radicalmente y afirma, a sus diecisiete años, que desde luego es uno de los mejores regalos que ha tenido en su vida. ¿Es un mal? ¡Mal es lo que nos separa de Dios! Esto es una tribulación, que nos ha acercado a Dios ¡Bendito sea Dios!
Este es el comienzo de la cuestión. Por tanto, cuando decimos: “Señor, líbranos de la tentación y líbranos del mal” no le estamos pidiendo que nos libre de las tribulaciones ni que nos quite las dificultades. ¡Todo lo contrario! ¡Las dificultades son buenas! ¿Qué hace un entrenador a un futbolista o a un atleta? Le pone dificultades, para crecer. Ese es el buen entrenador.
Por eso, hermanos, si en nuestra vida hay dificultades, denle gracias a Dios, pues tenemos un buen entrenador, nos va poniendo dificultades. El día que no haya ninguna dificultad o el día que uno se levante y diga: “No me duele nada, no sufro para nada, nada me molesta, todo me gusta”, entonces mirará alrededor y estarán cuatro arcángeles, María Santísima, san Francisco de Sales…por que estará en el cielo.
Por tanto, hermanos, ¡viva la tribulación! Podría ser un “grito de guerra”.
La carne, fuente de tentación
Segundo aspecto que pedimos es: “no nos dejes caer en tentación”. Es curioso, no le hemos pedido al Señor “líbranos de la tentación” sino que no nos dejes caer en ella porque la tentación también nos ayuda a crecer. Por tanto, todos tenemos tentaciones. ¡Cristo sufrió la tentación! Lo sabemos por la Sagrada Escritura.
Es clásica ya la exposición de que las tentaciones provienen de tres ámbitos: La carne, el diablo y el mundo. Esto puede parecer una visión tópica y renacentista de la espiritualidad. Pero santo Tomás y muchos clásicos de la espiritualidad hacen una bella exposición de esta triple forma de tentación y nos puede ayudar mucho a entender dónde están los verdaderos focos del peligro.
Esto es lo más parecido a un grupo de militares buenos, de los que van a defender la paz, y se marchan inmediatamente al frente. Es esencial que el coronel les diga donde están los peligros fundamentales. Nosotros igual.
En primer lugar, dice santo Tomás que el primer ámbito de la tentación es la carne, ¿pero en qué sentido? Afirma que la carne no es mala.
Lo que ocurre es que ha quedado dañada por el pecado original, y lo que debiera ser una perfecta armonía entre carne y espíritu, no será, sino que hay una dicotomía, una separación, un enfrentamiento entre las dos.
La carne en sí misma está dañada por el pecado original y tiene una tendencia a enfrentarse a lo espiritual, a absolutizarse. Busca, como si no hubiera más meta que el deleite, la comodidad, lo mejor. Sin embargo, desde el espíritu es todo lo contrario. Pero vemos como Dios no se acomodó, sino que se encarnó en lo “peor” (a los ojos humanos), en lo más pobre y encima fue a la cruz.
Dios está loco
Perdonen la expresión, pero a ojos humanos cualquiera diría que “Dios está loco”. Pues sí, Dios está loco, pero de Amor, porque el amor suena a locura. Como diría san Bernardo: “los que aman, parecen locos para los que no aman”.
Así es la lucha contra la carne: hay una bandeja con cinco trozos de carne. A ver si cojo el peor y el más pequeño, para que mis hermanos tomen los mejores. ¿Hay que hacer algo? Pues a ver si lo hago yo, para quitarle ese peso a un hermano mío.
El placer no es malo en sí mismo, pero el placer desordenado se absolutiza y ahí está el problema. Por eso sabemos que aquí está la raíz de los pecados contra la castidad y contra la pureza, porque en el fondo es la búsqueda de uno mismo sin mayor horizonte ¿Cuál es el problema de esto? Dice santo Tomás que “corta la posibilidad del espíritu”. Afirma el libro de la Sabiduría: “Porque el cuerpo corruptible entorpece el alma, y la morada terrestre oprime el espíritu pensativo” (Sab 9,15).
Por eso nosotros sabemos que hay que luchar contra ciertas tentaciones, O cuando san Pablo en la Carta a los Romanos dice: “En mi interior me agrada la Ley de Dios; pero veo en. mi cuerpo una ley que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza a la ley del pecado que hay mi cuerpo” (Rom 7 22-23).
San Pablo, que es un batallador tanto exterior como interior, nos muestra que dentro de nosotros hay esa batalla entre el hombre espiritual y el hombre carnal, conviene tener en cuenta que existe. Pues ese es el primer ámbito de la tentación.
El diablo, fuente de tentación
La segunda forma de tentación es el diablo. El diablo existe y una de sus grandes victorias es haber hecho creer que no existe. Es decir, el diablo existe pero no quiere ser reconocido porque entonces ya sabríamos localizar al enemigo.
Con respecto a esto, dice santo Tomás que si la carne vence, se tira para abajo, el diablo ya no hace nada. El diablo se dispone a atacarnos, pero si ve que ya nos atacamos nosotros mismos, pues nos deja de momento.
Continúa santo Tomás, basándose en las palabras de san Pablo: Porque nuestra lucha no es contra gente de carne y hueso, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal, que moran en los espacios celestes” (Ef 6,12) Por tanto, no solo peleamos contra la carne sino también contra el diablo. ¿Cómo actúa el diablo? Lo dice san Ignacio de Loyola en los Ejercicios espirituales: “El diablo es como un general, que está buscando el lugar más débil por donde entrar, y para ello entra por la ira, por la soberbia, y por otros vicios espirituales. Aquí están presentes, sobre todo, la ira y la soberbia. Ira y soberbia son el diablo.
Una luz falsa
La soberbia es la fuente de todo pecado, Lo sabemos por el pecado de nuestros primeros padres: “Seréis como dioses” (Gen 3,5) Este pecado, junto con la ira, va radicalmente contra Dios, contra la verdad, contra su soberanía y contra el amor de Dios. Por eso, san Pedro, en la Primera Carta nos dice: “Sed sobrios, y estad en guardia! Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente da vueltas y busca a quien devorar” (1 Pe 5,8). Anda rondando hasta encontrar el lugar débil. Este es el modo de actuar del enemigo. Nosotros, si quisiéramos hacer el mal, haríamos lo mismo. Es como un ladrón que da cinco vueltas a una casa Y entra porque descubre el lugar más débil para hacerlo. Ira y soberbia.
Hay un dato importante que dicen santo Tomás, san Ignacio de Loyola y otros comentaristas: el diablo no solamente no aparece siempre, sino que se disfraza. ¿De qué? ¡De ángel de luz! Dice san Pablo en la Segunda Carta a los corintios (¡A san Pablo hay que leerlo! Y no es por hacer propaganda de mi tocayo, sino porque da unas clases maravillosas): “Estos son falsos apóstoles, obreros engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Lo cual no es de extrañar, pues también Satanás se disfraza de ángel de luz” (2 Cor 11, 13-14). Nos engaña y nos hace creer que es lo mejor. Ahí están las raíces de nuestra ira y nuestra soberbia, de nuestras enemistades. Es por causa del “ángel de luz”. No nos hemos dado cuenta y hemos caído.
El mundo, fuente de tentación
La tercera forma de tentación es el mundo. Santo Tomás subraya de una forma especial el miedo ante la persecución. El Señor ya nos avisó de la persecución, y la habrá siempre y cuando uno actúe como discípulo de Cristo. Mientras seas discípulo de Cristo, habrá gente que te critique, gente incluso que te amenace. Sufrir amenazas es propio del ser discípulo de Cristo. Es normal que cuando uno actúa con conciencia recta, con verdad, con decisión, tenga amenazas. Y ante eso, dice santo Tomás, debemos pedirle al Señor que no nos deje amedrentarnos o empequeñecernos. Por eso en el Evangelio según san Mateo, el Señor nos dice: “No temáis a los que matan el cuerpo” (Mt 10,28).
Sin miedo
Tengo en mi despacho una fotografía espectacular. Si la vieran se quedarían pasmados. Se trata de una persona joven, con el pelo revuelto, con las manos hacia atrás, sonriente , con camisa blanca, con una mirada de paz extraordinaria. Es la fotografía de un sacerdote que está a punto de ser fusilado en 1936 en Siétamo (Huesca) – Beato Martín Martínez Pascual, fusilado el 18 de agosto de 1936). La tengo en mi despacho y es espectacular. Tiene las manos atadas detrás y está a punto de ser fusilado.
El comentario del fotógrafo es: “Sacerdote español, instantes antes de ser fusilado por tropas republicanas. Siétamo, agosto de 1936)” Y cada vez que la veo, me da una fuerza enorme para seguir. Es un mártir y pienso que no es una casualidad que este hombre muriera así, sino que es el fruto de una vida en Dios. No teme que maten el cuerpo, sino que temía a los que pudieran matarle el alma. La cara de paz que tiene, es la cara de estar en paz con Dios. Por tanto no tengamos miedo a la persecución.
Luchar vs tentaciones
Para acabar, podemos decir algunas de las tentaciones que nos podemos encontrar. La primera, cuando nos decimos: ¡Con todo lo que he rezado, si alguna tarde me dispenso, después de la “sobredosis” que llevo encima de oración!”…tentación de la comodidad.
Otra tentación del diablo es cuando nos decimos: “Las cosas no cambian, hagas lo que hagas continuará todo igual”. Cuando nos decimos: No luches, si todo va a seguir igual”…Tentación de la desesperanza.
Y contra el mundo: “Si ahora ven que rezo mucho, que hago esto o lo otro, se van a reír de mí”. Es la persecución por su fe. En el mundo ha pasado muchísimo: miles. Pero esta otra es la persecución interna, la del compañero, la de las críticas. Vamos a luchar contra todas esas tentaciones. Amén.