Después de 35 años de casada, Josefina Soto quedó viuda a causa del cáncer devastador que atacó a su marido, quien fue llamado por Dios el 9 de marzo de 1999, hace 17 años.
Aunque Josefina reconoció que no es fácil vivir sin compañía en una casa tan grande, aseguró no estar sola, pues vive una vida llena de Dios y es Él quien la acompaña en el diario vivir.
Silencio que se disfruta
Con tres hijos ya adultos, con una vida propia hecha, Josefina compartió que la formación espiritual es la base para su vida.
“Mi formación espiritual fue desde muy niña con los jesuitas. Esa formación es la base de mi vida, siempre he estado muy unida al Señor. Aprendí de niña, sin saberlo, el don de la oración de contemplación, lo supe cuando inicié en Talleres de Oración y Vida y el padre Ignacio Larrañaga me lo dijo”, compartió Josefina quien tuvo el privilegio de atender al padre Ignacio en dos ocasiones.
Josefina dijo estar segura de que es la oración lo que la mantiene de pie, además de su servicio como guía de Talleres.
“Tengo tres hijos excelentes, cada uno con su vida, a los cuales no les puedo exigir que vengan constantemente. El 9 de marzo mi marido cumplió 17 años que se fue y los he pasado siempre amparada por Dios, nunca me he sentido sola”, afirmó.
Estos 17 años han sido para Josefina, más que de soledad, de un silencio que disfruta y le sirve para reflexionar.
“Para mí no es soledad, es un silencio en el que se disfruta, en el que se puede hacer uno muchas preguntas aunque no siempre vienen las respuestas. Es oración, es una entrega a Dios, un agradecimiento constante, vivir la vida saboreando aún cuando no todos los planes salgan bien, aceptar con paz lo que viene cada vez”, expresó la entrevistada.
Momentos difíciles
Josefina compartió que vive su silencio llena de agradecimiento hacia Dios por haberle prestado a un hombre bueno que conoció en la adolescencia.
“Conocí a mi marido un 9 de marzo, a los 16 años, y 42 años después, un 9 de marzo, el Señor se lo llevó. Esos 42 años me lo prestó para que me fortaleciera con su alegría, con sus enojos y con su don de gente”, dijo.
Cuando su marido agravó Josefina no tuvo oportunidad de pensar en qué iba a hacer cuando quedara sola sino se dedicó a cuidarlo y estar con él.
“Nunca tuve tiempo de pensar en eso, al contrario, un día antes de que el falleciera se lo entregué a Dios en la Hora de la Misericordia, no era posible que padeciera tanto sufrimiento”, compartió.
Entregar a su marido en las manos de Dios no fue fácil.
“Me costó mucho entregarlo al Señor. Cuando se fue, se cayó todo, vino la desesperación y la tristeza, pero le agradecí a Dios que lo dejara descansar”, expresó.
Hasta este momento, la tristeza que en contadas ocasiones le llega a Josefina es cuando desayuna, come o cena sola, pero siempre tiene dos lugares en su mesa.
“Siempre hay un invitado, tengo al Señor. No está la presencia física y es cuando se siente la tristeza, pero sé que Él está conmigo”.
No hay soledad con Dios
Aunque Josefina aseguró que tiene una vida tranquila, siempre se mantiene activa, imparte talleres de oración, cose, teje, limpia, hace oración, prepara temas, elabora manteles para las capillas del Seminario y roquetes para los seminaristas.
“Ese es mi ritmo de vida, me faltan horas. No ha sido fácil, he tenido muchas situaciones en que el Señor me ha hecho ver en donde y por qué me necesita. Llevo más de 20 cirugías, pero las angustias y tristezas me han dado fortaleza”, afirmó esta mujer de 75 años, para quien la soledad existe sólo en la persona que no tiene a Dios en su corazón.
Josefina finalizó diciendo: “Un hombre o una mujer de oración jamás están solos. La oración es la comunicación con un Dios que está en todo. Hay que darse un tiempo para la oración y jamás se sentirán solos”.