Presentamos la historia de don Ignacio, un hombre acostumbrado a la soledad que hoy agradece la compañía de jóvenes de la parroquia El Santísimo Sacramento.
Desde muy niño Ignacio Arreola vagó por las calles al quedar huérfano de madre, y aunque su padre lo reconoció siendo adolescente, huyó de él por los maltratos que recibió.
Cuarenta y cinco años compartió su vida con quien fuera su única esposa, pero al quedar viudo, nuevamente quedó solo, hasta que un grupo de jóvenes de la parroquia Santísimo Sacramento llegó a su casa para conocerlo y adoptarlo como su “abuelito”.
Aquí su historia.
Vagando solo
Originario de Durango, Durango, Ignacio Arreola Galindo quedó huerfano de madre a los 8 años de edad y desde ese momento vivió en la calle sin nadie que le tendiera la mano.
“Anduve vagando por México, Mazatlán, Culiacán y Mexicali. Regresé a Durango y ahí me agarraron las autoridades y buscaron a mi padre para que se hiciera cargo de mí”, compartió Ignacio en la entrevista que concedió en su pequeño cuarto de block.
Hoy de 72 años, el hombre recordó que tenía quince años cuando vio a su padre por primera vez.
“Sabía que era mi padre porque eso me dijeron, pero nunca lo ví como tal. Me golpeaba, no me daba de comer, así que huí de él”, relató.
Al huir de su padre, Ignacio llegó a Ciudad Juárez donde, dijo, había mucho donde trabajar.
“Trabajé en restaurantes llevando clientes y en cantinas haciendo la limpieza”, añadió.
Hacer vida en familia
En la Ciudad de Chihuahua conoció a quien fuera su única esposa y regresó a Juárez para hacer aquí su vida.
“Ella tenía dos niñas. Un día le dije que quería tener hijos con ella y me confesó que antes de conocerme se había operado para no tener hijos. Me dediqué a criar a sus hijas”, dijo.
“Tengo 32 años en este terreno, aquí viví con mi esposa. La mitad del terreno es mío, la otra mitad de las hijas de ella. Hace años el municipio me hizo este cuartito, si no, no sé dónde estaría en este momento”, expresó.
Ignacio debe ser operado de la próstata, pero ya le han cancelado la cirugía en 5 ocasiones.
“Necesito que me operen para poder ser el que era lo que era antes, volver a trabajar. Ya estoy harto, es mucho lo que me duele. El 22 de estes mes me voy a presentar al hospital, si me operan bien si no ya no le voy hacer la lucha”, dijo desilusionado.
Una nueva familia en Dios
Hace dos años y medio, a la casa de Ignacio llegó un grupo de jóvenes del Coro Angelus de la parroquía Santísimo Sacramento, y desde entonces le brindan ayuda y compañía.
“Esta es una de las partes mas hermosas para mi. Nunca había tenido amigos como ellos. Es mucha la alegría de verlos, de tenerlos aquí. Cuando no vienen extraño sus visitas, pero soy consciente que tienen sus ocupaciones. Pido a Dios por ellos, porque demuestran un amor a los que no tenemos nada”, expresó lleno de lágrimas.
En su vida, Ignacio nunca estuvo alejado de Dios, pues compartió que conoció a varios sacerdotes de la Catedral.
“Conocí a un gran hombre, don Manuel Talamás, también el padre Lucero, padre Isidro Payán, el padre Baudelio Pelayo, después al padre Nacho… anduve en Catedral según ayudándoles aunque sólo estorbaba”, dijo.
A pesar de que la familia que le dejó su esposa no lo visita, Dios y estos jóvenes hacen que Ignacio no esté solo.
“Tengo a todos ello. Hay otro ser que está conmigo a diario, le hablo, platico con Él y aquí me tiene. Si Dios me tiene aquí Él sabe por qué y donde manda capitán, no gobierna marinero. Él tiene la ultima palabra”, finalizó.
Contentos de ayudar
Por medio de la tía de una compañera, el coro Angelus conoció la historia de Igancio y decidieron conocerlo.
“Venimos a verlo y le dije si nos permitía adoptarlo, que si quería ser nuestro abuelito, le dio sentimiento”, compartió Esperanza Hidalgo quien junto con su esposo Gerardo coordinan el coro.
Los jóvenes lo visitan con frecuencia y le llevan apoyo en especie, incluso le construyeron un baño.
“Le compramos nuevamente calentón porque lo vendió para comer, le trajimos algunas cosas para que viva un poco cómodo.
Los jóvenes se sienten contentos de hacerle compañía a Ignacio, aunque en ocasiones no pueden ir todos.
“A veces se nos complica venir y nos puede mucho. Nos gusta platicar con él, que nos cuente su vida, lo que hace en la semana”, dijo entusiasta la joven.
Para los jóvenes hacer esta obra de misericordia es de gran riqueza.
“Nos interesa hacerle compañía, ayudarlo, hacerle ver la vida de una mejor manera, que sepa que no está solo porque él quería que Dios se lo llevara. Nosotros hemos tratado de quitarle esa idea, que no se puede ir porque nos tiene a nosotros. Es de nuestra familia”, afirmó.
“Los jóvenes debemos ver un poco mas allá de lo que tenemos a nuestro alrededor, podemos ayudar a quienes lo necesitan, tenemos la fuerza, el ánimo. Los invito a que den un poco a aquellos que están necesitados, no solo económico sino necesitan compañía, un abrazo, palabras de cariño y amor, con eso hacemos mucho por ellos”, invitó.