Acúsome, hermanos, de leer Fratelli Tutti en busca de las palabras de S.S. Francisco sobre el populismo y sus peligros, y encontrarme culpable de vicios no menos penosos que aquellos que buscaba señalar.
Luis Villavicencio – Colectivo Juárez sin Corrupción
Como parte de mis hábitos matutinos, suelo hacer un recorrido durante el cual visito los portales de varios medios de información locales y nacionales al tiempo que escucho algún programa de debate político. Mientras deambulo de un sitio a otro, la pregunta tácita que me estoy haciendo es “¿Ahora cuál es el tema para preocuparse?”. Sé que lo mismo ocurre con varios de los que pudieren leer estas líneas porque estamos inmersos en un ambiente que nos invita a sentir preocupación, casi con pesimismo.
Pero creo que esa sensación no proviene sólo de decisiones políticas con profundo impacto social y con las cuales podríamos no coincidir. Hasta donde recuerdo, que las personas estén en descontento con el Presidente, el Gobernador, el Diputado o hasta con el funcionario de ventanilla parece ser la regla más que la excepción; es casi un deporte nacional no fortuito. El ingrediente que últimamente hace que la sensación de incertidumbre pesimista sea más fuerte es la evidente polarización social en la que hemos aceptado involucrarnos. Es el juego de ellos y nosotros, donde ni unos ni otros terminan por tener la razón
Populismo y liberalismo
Quienes condenamos al populismo que avanza en nuestras comunidades y en el mundo tenemos a la mano la gran tentación de caer en la trampa de colocarnos en el cajón de los liberalistas. Es normal: la polarización nos vende la sensación de que sólo hay dos bandos; es normal, pero no es moral; es normal, pero es peligroso.
La respuesta al populismo no será nunca el individualismo. Nuestra aspiración no debe caer en la tentación de retraernos hacia el interior de nuestros hogares y desde allí pedir que se garantice nuestro soberano bienestar. La sociedad no es una suma de intereses individuales que coexisten unos junto a los otros, sino una construcción compleja que, justo por el tiempo que nos ha tomado darle forma, debemos defender con recelo. En la sociedad mis intereses y los tuyos se entrelazan al igual que lo hacen tus talentos y los mío, los nuestros y los de los demás.
Si bien, el populismo utiliza a las personas para satisfacer proyectos personales, distorsiona la cultura para utilizarla a su favor, exacerba “las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores”, y diluye la dignidad de la persona para mezclarla en una masa manipulable, el liberalismo termina sin ser muy diferente. Quienes pretendemos alejarnos del populismo lo hacemos con tal ahínco que terminamos encontrándonos con el por el otro lado.
El camino correcto
El individualismo liberal nos aliena de la posibilidad de sentirnos parte de una comunidad, no por la nacionalidad que marca nuestra acta de nacimiento, sino por la empatía sincera que nace de la misericordia que predicó Cristo. Recordemos que la comunión entre hermanos no puede entenderse desde la mezquindad del egoísmo, ni puede ser completa sin atender las causas de los más desprotegidos, de quienes han sido excluidos, de lo que solemos llamar movimientos populares. En otras palabras: a veces huimos tan rápido del populismo que dejamos atrás también nuestra capacidad de amar al prójimo.
Cuando Jesús nos invitó a caminar con Él, nos advirtió que el camino es angosto y la puerta estrecha. Quienes aspiramos a mejorar el entorno en que vivimos estamos obligados a caminarlo con cuidado, creatividad y tenacidad: cuidado de no buscar la inmediatez del populismo, ni la indiferencia liberal; creatividad para atender las necesidades de los de hoy y construir para los de mañana; tenacidad para atrevernos a trabajar tan duro como lo requiere la transformación de nuestras instituciones. En otras palabras, necesitamos caminar el camino de la política con amor.