Card. Odilo P. Scherer Arzobispo de São Paulo, Brasil Primer Vicepresidente del CELAM
Después de referirse a las sombras que marcan los tiempos actuales, “un mundo cerrado”, el papa Francisco nos invita a repensar el mundo de una manera más abierta, a través de los valores del amor y la fraternidad.
No se puede seguir pensando y planificando el mundo para unos pocos privilegiados, cuando tantos hermanos que tienen la misma dignidad y los mismos derechos, son dejados al margen. Tampoco basta con afirmar de manera teórica los principios de libertad, fraternidad e igualdad: si estos bellos principios tienen una orientación y una práctica individualista, terminarán produciendo lo contrario de lo que significan. Deben estar animados por la fuerza de la solidaridad y la propia afirmación de los derechos para no ser desvirtuados; debe priorizar los derechos universales, sin fronteras y sin discriminación.
Un amor universal
Francisco se hace eco de las palabras del Concilio Vaticano II, afirmando que el ser humano no está hecho para vivir aislado y que sólo encuentra su plenitud en la apertura y el amor sincero al otro (cf. GS 24). El mundo contemporáneo, en general, está marcado por una fuerte tendencia cultural individualista que lleva a cerrarse ante el otro y ante el que es diferente. La solución a este estado de cosas es pensar y promover un mundo abierto.
El Papa nos invita a levantar la mirada más allá del estrecho círculo de intereses particulares, o de grupos reducidos. La preocupación cerrada con intereses particulares, o centrada sólo en el propio grupo, se vuelve estéril y pierde rápidamente su significado. Las relaciones humanas auténticas y fructíferas están abiertas a los demás y hacen que crezcan y se enriquezcan mutuamente. Francisco invita a las personas y a las comunidades a abrirse a un amor sin fronteras, que no debe confundirse con un falso o autoritario universalismo que busca homogeneizar y eliminar las diferencias. El amor universal debe respetar las diferencias y la dignidad humana.
Interpretar valores
Francisco hace una consideración crítica del individualismo y del liberalismo que, por un lado, defienden la libertad como el valor humano supremo, pero, por otro lado, no tienen en cuenta las diferencias entre personas, grupos y pueblos. No todos están en la misma posición para afirmar su libertad y dignidad. Por eso la afirmación de la libertad, desvinculada del principio de la dignidad, puede llevar a la distorsión del sentido de la libertad, ofreciendo la base para la afirmación del más fuerte sobre el más débil. En este sentido, la libertad no debe servir sólo para formar una comunidad de miembros, sino de hermanos y hermanas. Los socios se unen por intereses compartidos, mientras que los hermanos se unen para valorarse y ayudarse mutuamente, lo cual va mucho más allá de unos intereses.
Francisco se refiere a la necesidad de superar la interpretación individualista de los valores queridos por la modernidad, como la libertad y los derechos humanos. La libertad es importante, pero cuando se afirma de manera aislada e individualista, puede conducir a una inmensa soledad y perjudicar los derechos de los demás. Asimismo, la afirmación individualista de los derechos humanos puede agravar los conflictos y conducir a la falta de respeto de los derechos universales. La correcta comprensión de los derechos humanos y de la libertad debe tener en cuenta la hermandad, unida a la búsqueda del bien moral.
Solidaridad vs individualismo
La cultura del individualismo debe ser superada por una cultura basada en la solidaridad, en la que siempre hay preocupación por los demás, especialmente por los últimos y los más vulnerables de la sociedad. La solidaridad es una importante virtud moral y un comportamiento social que debe ser aprendido a través de la educación desde la infancia.
Aún más, en la propuesta de crear un mundo abierto y fraterno, el Papa retoma el tema del destino universal de los bienes de la creación como primer principio de la ética social. A partir de este principio, también aborda la función social de la propiedad privada, que no debe servir para la acumulación excesiva, sino para asegurar la dignidad de las personas. El mismo principio debería aplicarse a las relaciones económicas y financieras internacionales. Francisco innova, en cierto modo, la enseñanza social de la Iglesia, invocando la fraternidad como principio básico de la ética social y económica y como medio para superar las grandes desigualdades sociales e injusticias económicas entre personas, grupos, países.
Las desigualdades e injusticias no se superarán a través del liberalismo y la afirmación individualista de los derechos, sino por medio de la fraternidad. La comunidad humana necesita una nueva ética de coexistencia que marque las relaciones entre las personas y los grupos, pero también entre los pueblos y las naciones. Cada ser humano es mi hermano y mi hermana, dice el Papa, no importa a qué pueblo o nación pertenezca. Sólo así será posible superar el miedo, la discordia y el conflicto, y asegurar una vida digna para todos.