Oración inicial
En la oscuridad de una noche sin estrellas, la noche vacía de sentido tú, Verbo de la Vida,
como relámpago en la tempestad del olvido, has entrado en el límite de la duda, al abrigo de los confines de la precariedad, para esconder la luz. Palabras hechas de silencio y de cotidianidad tus palabras humanas, precursoras de los secretos del Altísimo: como anzuelos lanzados en las aguas de la muerte para encontrar al hombre, sumergido en su ansiosa locura, y retenerlo preso, por el atrayente resplandor del perdón.
A Ti, Océano de Paz y sombra de la eterna Gloria, te doy gracias: Mar en calma para mi orilla que espera la ola, ¡que yo te busque! Y la amistad de los hermanos me proteja
cuando la tarde descienda sobre mi deseo de ti. Amén.
Lectura Juan 1,1-18
Momento de silencio: Dejamos que la Voz del Verbo resuene en nosotros.
Clave de lectura:
Juan, un hombre que ha tenido ocasión de ver resplandecer la luz, que ha visto, oído, tocado, la luz. En el principio el Verbo existía: constantemente dirigido hacia el amor del Padre, se ha convertido en la explicación verdadera, en la exégesis única (Jn 1,18), la revelación de su amor. En el Logos era la vida y la vida era la luz, pero las tinieblas no la han acogido. En el Antiguo Testamento la revelación del Verbo de Dios es revelación de luz: a ella corresponde la plenitud de la gracia, la gracia de la gracia, que se nos da en Jesús, revelación del amor sin límites de Dios (Jn 1,4-5,16). También todo el testimonio del Antiguo Testamento es un testimonio de luz: desde Abrahán a Juan Bautista, Dios manda testimonios de la luz; Juan Bautista es el último de ellos: anuncia la luz que está por venir en el mundo y reconoce en Jesús la luz esperada (Jn 1,6-8;15)…
Y el lugar de revelación su carne. He aquí por qué Juan dirá en el cumplimiento de la hora: “Nosotros hemos visto su gloria” (Jn 1,14), donde por “hora de la glorificación” no se ve otra cosa que tinieblas. La luz está escondida en su dar la vida por amor de los hombres, en el amor hasta el final, sin volver atrás, respetando la libertad del hombre de crucificar al Autor de la vida: Dios es glorificado en el momento de la pasión: un amor cumplido, definitivo, sin límites, un amor demostrado hasta las últimas consecuencias: Es el misterio de la luz que se hace camino en las tinieblas, sí, porque el amor ama la oscuridad de la noche: cuando la vida se hace más íntima y las propias palabras mueren para vivir en el respiro de la persona amada la luz está en el amor que ilumina aquella hora de expropiación, hora en la que se pierde uno mismo, para encontrarse restituido en el abrazo de la vida.
Oración
Jerusalén, quítate el vestido de luto y aflicción y vístete ya siempre con las galas de la gloria de Dios. Envuélvete en el manto de la justicia divina y adorna tu cabeza con la gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a toda la tierra y te dará para siempre este nombre: «Paz en la justicia y gloria en la piedad» Levántate, Jerusalén, súbete en alto,
mira hacia oriente y contempla a tus hijos convocados desde oriente a occidente
por la palabra del Santo y disfrutando del recuerdo de Dios.
Se te marcharon a pie, conducidos por el enemigo, pero Dios te los devuelve
encumbrados en gloria y en litera real.
Porque Dios ha ordenado rebajarse a todo monte elevado y a las dunas permanentes,
y rellenarse a los barrancos, hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. Y hasta los bosques y los árboles aromáticos darán sombra a Israel por orden de Dios. Porque Dios conducirá a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su misericordia y su justicia.
Contemplación
Padre de la luz, vengo a tí con todo el grito de mi existir. Después de dar pasos buenos y de resbalones en el mal, llego a entender, porque lo experimento, que por mí sólo existo en la oscuridad de las tinieblas. Sin tu luz, no veo nada. Eres tú, en efecto, la fuente de la vida, tú, Sol de justicia, el que abre mis ojos, tú el camino que conduce al Padre. Hoy has venido a nosotros, Palabra eterna, como luz que sigue atravesando las páginas de la historia para ofrecer a los hombres los dones de la gracia y de la alegría en el desierto de la carestía y de la ausencia: el pan y el vino de tu Nombre santo, que en la hora de la Cruz se convirtieron en el signo visible del amor consumado, nos hacen nacer contigo en el seno fecundo que es la Iglesia, la cuna de tu vida para nosotros. Como María, queremos estar cerca de ti para aprender a ser como Ella, llena de la gracia del Altísimo. Y cuando nuestras tiendas recojan la nube del Espíritu en el fulgor de una palabra pronunciada, entonces entenderemos la gloria de tu Rostro y bendeciremos en un silencio adorante sin ninguna frialdad, la Belleza del ser una sola cosa contigo, Verbo del Dios viviente.