Esta es la segunda parte de la interesante entrevista que concedió a Periódico Presencia monseñor Isidro Payán, uno de los fundadores de la Diócesis de Ciudad Juáre, al celebrar 65 años en el ministerio sacerdotal…
Claudia Iveth Robles
Continuamos con la entrevista que concedió aPeriódico Presencia monseñor Isidro Payán Meléndez, uno de los pilares de esta Iglesia particular.
En esta segunda parte, monseñor Payán nos sigue compartiendo cómo ha sido su sacerdocio a lo largo de 65 años de servicio.
¿Cómo asumió usted su sacerdocio? ¿Qué significaba para usted y para la sociedad de ese tiempo ser sacerdote?
Recordemos que acabábamos de salir de la persecución religiosa. La persecución se terminó en el año 1937 con la muerte de un familiar de mi madre, que fue el padre Pedro de Jesús Maldonado.
Recibí mi sacerdocio primero con mucha alegría, y entusiasmo, los fieles son sumamente amables con los sacerdotes. Mi primer encuentro con el sacerdocio fue no una desilusión, sino una esperanza de mi parte rota, ¿Por qué? Yo tenía el anhelo de ser maestro del Seminario, pero me dijeron: Vas a ir de vicario a la Catedral y efectivamente empecé de vicario en Chihuahua. Yo fui ordenado el 29 de Julio de1952, no ejercimos luego luego, porque teníamos que presentar el examen que en latín se dice “Al Audiendas” que quiere decir “para oír confesiones”. Pedimos que no nos hicieran el examen antes de la ordenación, porque no estábamos preparados. Lo presentamos después de julio. Fuimos aprobados y nos dieron días de descanso. Yo empecé a estar en Catedral a finales de agosto y hasta septiembre una parte.
Estuve un mes 10 días, como vicario de Catedral. El rector del Seminario, que era monseñor Talamás me dice: “Oye padre creo que te vienes al Seminario de maestro”.
Mi gozo fue muy grande y naturalmente me encomendaron materias secundarias, gramática castellana, aritmética, geografía, ortografía, caligrafía fueron las materias que me tocó dar a los seminaristas menores. Ya posteriormente me tocó dar clase de literatura castellana, latín y de teología fundamental, esta clase era más difícil y requería más preparación y más conocimiento
¿Cuánto tiempo fue maestro en el Seminario?
Exactamente cinco años de 1952 a 1957, y estuve ahí precisamente cuando llegó la noticia que se había hecho la Diócesis de Juárez, el día primero de junio de 1957.
¿Cómo llegó a Ciudad Juárez?
El 13 de junio de ese año, el señor obispo tocó la puerta de mi habitación: “Padre quiero invitarte para que vayas a Ciudad Juárez y seas pro secretario de la Mitra, para que me acompañes en las visitas pastorales, para que cuando se ofrezca ayudes a confesar, si alguna vez yo no puedo predicar, tú lo hagas en lugar mío y me acompañes en el trabajo apostólico”.
Le dije: Señor obispo ¿no ha invitado a mi hermano Alfonso?. Y me respondió: ‘No, no le he dicho nada, pero piénsalo’.
Alfonso y yo hicimos un trato, al primero que el obispo invitara, sería voluntad de Dios que se fuera a Juárez.
¿Cómo fueron las etapas que vivió en su servicio sacerdotal?
La primera, como maestro del Seminario, me dio mucho gusto enseñar a los seminaristas que amaran su clase. La etapa muy hermosa fue como pro-secretario acompañando al señor obispo a las visitas pastorales. Eran visitas de mucho trabajo y esfuerzo, eran visitas de 36 días contínuos estando fuera de Ciudad Juárez.
¿Qué ha sido para usted lo más fácil y lo más difícil de ser sacerdote?
Normalmente lo más fácil es aceptar el cariño de la gente. Lo más fácil es, en ciertos momentos, tener el poder de disponer, porque los fieles son muy buenos, muy sumisos, muy colaboradores y muy obedientes. Lo más fácil es atenerse a que los fieles hagan las cosas y que uno no esté ni vigilando ni cuidando. Lo más fácil a veces es delegar y después molestarse por corregir. Lo más fácil es pensar que todo viene de Dios y que los bienes fluyen solos. Lo más fácil es confiarse también en las propias cualidades, en las propias aptitudes o en las habilidades de ser sacerdote. Lo más fácil es confiar plena y absolutamente y a veces, voy a decirlo, poniendo poco interés en la Providencia Divina que te ayuda en todo, te lo da todo, te favorece en todo. Lo más fácil, aunque parezca contradicción, es obedecer al obispo, porque cuando obedeces, no te equivocas, pero también a veces eso puede crearte una especie de inercia y que impida tu iniciativa, tu decisión tu entusiasmo y tu trabajo.
Lo más difícil es estar todos los días pendientes del deber. Lo más difícil es obedecer plenamente al superior y obedecerlo también proponiéndole puntos de vista distintos a las decisiones y a las órdenes. Lo más difícil, tratar de congeniar cada día con cada uno de los sacerdotes con los que se trabaja. Lo más difícil, aceptar que uno no tiene la razón, sino que también la tienen los demás, seglares y sacerdotes. Lo más difícil, congeniar con ideas distintas que no sean las propias. Lo más difícil, descubrir la razón que tienen los fieles en sus sugerencias para poderlas llevar a cabo o para aceptarlas o para corregir o para mejorar. Lo más difícil es guardar la integridad en todos los aspectos: la fe, la obediencia, las corrientes doctrinales, las corrientes filosóficas, las corrientes sociales. Lo más difícil, llevar continuamente el espíritu de Cristo en el desprendimiento. Difícil guardar el equilibrio en el trato con los fieles y los sacerdotes y no dejarse llevar por los impulsos. Muy difícil moderarse en el carácter personal, muy difícil cuidar la mirada los afectos las tendencias naturales del ser humano por aquel sentido humano de la creación y la procreación, hacer el esfuerzo de ser fieles e íntegros a Dios; muy difícil dejar la cama por ir a ver un enfermo; muy difícil no dejarse llevar por la ambición, la posesión, por el poder y por los bienes materiales.
A lo largo de este recorrido ha tenido usted algunos cargos diocesanos y nacionales, ¿Cómo ha sido ese servicio?
Sí. El señor obispo Talamás, cuando se hizo lo que se llamó la renovación cristiana de la Diócesis de Ciudad Juárez, me encargó, junto con el padre José María Castro, que hiciéramos el proyecto para el Diezmo diocesano en 1970. Allí nació la renuncia a los estipendios, obra de todo el presbiterio. La distribución de los bienes del diezmo sí fue ideada por un servidor: una porción al obispado, una porción a la parroquia contribuyente, una porción para la atención de salud de los sacerdotes, otra porción para las parroquias pobres. Esos cargos diocesanos me tocaron y también algunos servicios con el obispo don Juan Sandoval. Al padre Hugo Blanco y a mí nos confío que elaboráramos todo el proceso para que la diócesis fuera reconocida por el gobierno mexicano como asociación religiosa. Otra tarea que a su servidor le dio fue que elaborara un machote para que los sacerdotes presentaran el informe económico de sus parroquias y más adelante también me encomendó que elaborara un machote para las visitas pastorales que él pretendía hacer.
A nivel diocesano me tocó trabajar mucho a favor de los sacerdotes. Empezaron a hacer algo para proteger también la salud de todos los sacerdotes a nivel nacional. Los obispos tomaron al CIAS (Círculo Cultural y de Asistencia Sacerdotal) como órgano oficial del Episcopado Mexicano para ser instrumento de cuidado de la salud de los sacerdotes. Me tocó ser representante de Juárez por casi 35 años. Después me tocó que me nombraran coordinador de toda la zona norte desde aquí hasta Tamaulipas y Ciudad Valle en San Luis Potosí. Luego me pusieron de comisario nacional y de presidente. Después fui reelecto para un segundo período pero fue cuando yo me fui a Canada.
¿Nunca lo mandaron a estudiar a Roma?
No me mandaron a estudiar. En 1963 yo fui a estudiar a Roma un cursito que se llamaba de Iglesia. Fuimos mi hermano Alfonso, yo y el padre Amador. Fue una visión de la Iglesia actual muy buena pero no era ni académico, ni de crédito, ni de licenciatura. Me encanta pensar que a mí me tocó ser como son los hijos de agricultores o de ganaderos en los pueblos; el hermano mayor se queda trabajando en el campo para que su hermano menor vaya a prepararse en las universidades. Yo me sentí muy bien en eso, nunca tuve aspiraciones, nunca pedí, nunca fui invitado y me acuerdo de una frase del señor obispo Talamás cuando le decían ‘¿por qué no manda más sacerdotes para estudiar?’ … decía el señor obispo Talamás: ‘Tengo un soldado en cada trinchera, no quiero dejar la trinchera sin soldado, para que el enemigo venga y tome posesión de esto’. ¡Muy hermosa frase!
¿En cuáles parroquias ha servido?
Fui capellán de las madres teresianas cinco años, medio capellán de las madres carmelitas, del Refugio de la Joven, y digo medio porque me tocaba ir con monseñor Enríquez. Fui
párroco de Nuestra Señora de Guadalupe, Catedral, por 37 años y 10 meses.
Tuve la oportunidad de estar sirviendo en Canadá durante tres años. Posteriormente párroco de la Santísima Trinidad durante 11 años.
Algo que también muy característico en usted es que impulsó muchas construcciones en la diócesis.
Sí, efectivamente ese es un regalo y aquí le voy a dar el honor a quien honor merece. Hubo cinco muchachas del Colegio Teresiano que me hicieron el favor de decirme: “Padre, ¿por qué no hacemos algo por la gente pobre?, vamos a llevarles estampitas, rosarios, novenas, catecismos, para que estén cerca de la fe”. Nos íbamos los sábados en la mañana a la colonia López Mateos. Empezamos a servir como en noviembre de 1962, y para el mes de marzo ya se habían fundado las “Misas de Marillac”. Entonces la muchachas dijeron un día: ¿por qué no hacemos un templo?. Martha Iglesia dijo: ‘mi papá tiene maderería, nos puede ayudar’. Para el día 15 de marzo se puso la primera piedra de san Vicente de Paúl. Otro templo que me tocó restaurar es la Misión de Guadalupe. Comenzamos a finales de agosto de 1968 y terminamos con su bendición primero de mayo de 1971. Había una fotografía de 1865 y de acuerdo con esa fotografía, está ahora la Misión. Luego me tocó reconstruir la Catedral. La tuvimos que demoler. Empezamos el 4 de febrero de 1973 y la terminamos totalmente el 26 de septiembre de 1979. Nos ayudaron todos los servidores de Juárez, todas las parroquias, las kermeses las organizaba la Catedral para que el ingreso fuera para Catedral. Nos ayudó muchísimo el señor cardenal Joseph Joeb Nerb de Colonia, Alemania, dándonos como la sexta parte del costo, que fue de 22 millones de pesos.
Después de Catedral fue Mater Dolorosa; la empezamos el 13 de marzo de 1983 y la entregamos el 11 de mayo de 1987 al Padre Amador, que era el párroco de Cristo Sumo que abarcaba hasta allá.