José Alberto Medel/ Diócesis de Xochimilco.
El fin del mundo se acerca… es una frase que se ha repetido continuamente en las últimas semanas y especialmente en los últimos días, debido a los fenómenos naturales que se han sucedido uno tras otro: la pandemia, el terremoto, el tsunami, las arenas del Sahara, las lluvias torrenciales, los deslaves y un largo etcétera.
A esto hay que sumar las expresiones de la maldad humana: violencia, injusticias, corrupción y otro largo etcétera.
Bueno, ya para rematar, pululan en las redes sociales los “mensajes de la Virgen” que presagian malos tiempos para la humanidad si no hay conversión, la revelación de secretos a través de “iluminados” que vienen a darnos el antídoto para librarnos de la catástrofe que se avecina.
¡Uff! Y de pilón, las teorías de la instauración de un nuevo orden mundial y la invasión de seres alienígenas.
Veámoslo todo de lejitos, así como cuando alejamos la imagen de un mapa virtual, observemos el conjunto… ¿o de veras todos estos son los anuncios de un final que no tarda en llegar, o hay algo que estamos evadiendo con estos cuentos tan falsos como fantásticos?
Lo peor no son estas historias que unos creen de una forma y otros creen de otra, lo peor es que se usa a la religión para “enfrentar” estas calamidades por venir, creando una actitud piadosa en lo exterior, pero internamente vacía de una verdadera fe.
Vamos por partes:
- Lo que nosotros llamamos “calamidades naturales” (dígase temblores, lluvias, huracanes, enfermedades, etc.) son eso “naturales” hechos de la naturaleza, de un mundo vivo en constante movimiento, la vida humana es parte de eso y por lo tanto, sujeta a todo lo que física, química y biológicamente sucede en el planeta tierra, en el sistema solar y en la galaxia.
Hay que agregar un “asegún” a esto: la explotación desmedida que el hombre hace del planeta, nos va (¡ya!) a pasar su respectiva factura, y eso no es un fenómeno natural, eso es una consecuencia de la irracionalidad humana en la salvaguarda de nuestro planeta que es nuestra casa.
Conclusión: los desastres naturales no son signo de nada, no significan nada y no presagian nada, en todo caso, los que han arreciado a causa del cambio climático por intervención humana, más que presagio, son una llamada de atención de nuestro planeta como resultado del egoísmo humano que lo está destruyendo.
- Lo que ocasiona el hombre a causa de su egoísmo: violencia, injusticia, corrupción, etc., llegará a su fin el día en que cada uno se convenza de que el mal no es una opción elegible, que más bien estamos llamados a elegir el bien en todas sus formas, a esto se llama “conversión” y el mal en el mundo se acabará cuando lo arranquemos de raíz, y la raíz del mal se hunde en el corazón de cada hombre, así que basta con que cada uno lo arranque de su propio corazón para terminar con él… “ahí está el detalle”.
- Los presagios de la Virgen, pues… no sé de que virgen se habla, pues la Madre de Jesús que es la que conocemos en el Evangelio, habla muy poco y hace mucho, el único imperativo que sale de sus labios es “hagan lo que él les diga”, en referencia a Jesús, y su misión materna se extiende a lo largo de los siglos en esta misma lógica.
Las únicas palabras “apocalípticas” que hemos de esperar de María, son las de cualquier madre que advierte a sus hijos de los peligros: María es Madre, no terrorista.
¿Qué es el fin del mundo?
- De los demás no vale la pena hablar, mejor que sea el guión de una buena película hollywoodense y disfrutémosla con unas ricas palomitas.
Qué es el fin del mundo. Para los seguidores de Jesús, el fin del mundo es una buena noticia, forma parte del Evangelio. El fin del mundo no es la destrucción de todo, es la culminación de la obra salvadora de Cristo, donde el mal, ya vencido en la Cruz, llega a su fin. La Buena Nueva es que el mal no tiene la última palabra y que tiene fecha de caducidad.
Los cristianos sabemos que el fin del mundo será el día maravilloso en que todo llegue a su plenitud, en que resucitarán los muertos y nos reencontraremos de nuevo con nuestros seres amados, en que la creación será liberada del mal al que el hombre la sometió, será el día que no esperará la llegada de otro día, pues será el día sin ocaso, el día del banquete eterno y del gozo sin fin.
Cada vez que veamos signos de mal y de muerte a nuestro alrededor, seamos serenos al enfrentarlos, confiemos en la Palabra de Cristo de que “todas esas cosas han de suceder” y más bien, levantemos la cabeza porque se acerca la hora de nuestra liberación, de la liberación del mal, del pecado y de todas sus consecuencias.
La oración de la Iglesia es esta: ¡Ven, Señor, Jesús!, así termina el libro esperanzador del Apocalipsis y así lo repetimos en cada Misa luego de la consagración. ¿Y, qué creen que significa? Pues esto, que venga ya ese día glorioso donde Cristo va a reinar definitivamente y el mal, el pecado y la muerte desaparecerán para siempre.
Así que, fuera miedos e incertidumbres, fuera paranoias y obsesiones: vivamos cada día con la consciencia de que Cristo es el Señor del tiempo y de la historia, que lo que sucede a nuestro alrededor debemos enfrentarlo, nunca evadirlo, y que, anhelando la venida de Cristo vencedor, nos empeñemos hoy por instaurar su reino en un mundo que nos grita que lo necesita.