Al conmemorarse un año jubilar por los 500 años de la presencia de los Franciscanos México, presentamos la historia sobre quienes fueron los iniciadores de la evangelización en territorio mexicano, otrora naciente Nueva España.
- Luis Alfonso Orozco, LC
En 2021 la historia de México se dio cita con importantes aniversarios: se cumplieron 500 años del parto doloroso que dio inicio al nacimiento de la nueva nación, fruto de la unión de la sangre española con la indígena. La conquista de la capital azteca por Hernán Cortés, en 1521, dio inicio al nuevo país que hoy habitan casi ciento treinta millones de habitantes.
En 2021 se cumplieron también 490 años de las apariciones de Santa María de Guadalupe en el cerro del Tepeyac; por tanto, comenzó un decenario para preparar dignamente los cinco siglos del bautismo de México.
Igualmente se cumplieron 200 años de la consumación de la Independencia nacional, por obra del héroe Agustín de Iturbide. Fue en 1821 cuando la Nueva España adquirió su mayoría de edad y logró su independencia de la madre patria española; entonces comenzó su andadura histórica como el México independiente que conoció después luchas y otras dolorosas fragmentaciones del territorio. En 1810 había comenzado la lucha por su independencia, pero sólo hasta 1821 se consumó.
Época colonial
Quiere decir que de 1521 a 1821, durante esos tres siglos México ya existía, pero como un menor de edad en casa, bajo la dependencia política de España. Por eso se llamó la Nueva España, y a esos tres siglos se los conoce como la época colonial.
Allí se forjó la identidad cultural y nacional, bajo un idioma común: el español, bajo una religión: la católica y con una cultura occidental. Civilizadores y evangelizadores de México fueron los miles de misioneros que llegaron de Europa para trasplantar la fe de Cristo, y en especial los de la primera hora, a partir de 1524.
El primer grupo de misioneros franciscanos en llegar fueron conocidos como los Doce apóstoles de México. El tema de los misioneros católicos en México merece todo un estudio aparte, por eso aquí sólo haré mención de ellos por su importancia capital en la forja de la nación mexicana.
Fueron doce los primeros misioneros franciscanos llegados a México en 1524, tres años después de la conquista española del imperio azteca. Llegaron para dar inicio a la evangelización de los enormes territorios del nuevo país que nacía de aquel parto doloroso. Doce como los primeros apóstoles que eligió personalmente Jesús para constituir su Iglesia y enviarlos a evangelizar el mundo entero.
Ellos, los civilizadores, labraron la estatua de la patria al fundir en el crisol de su inmenso amor los varios metales de los pueblos; lenguas, costumbres, religiones. A su paso florecían ciudades, terminaban las guerras, cesaban la antropofagia, la hechicería, la embriaguez; enhestaban la cruz en los picachos de la sierra y descendía sobre los pueblos errabundos y míseros, la paz, la abundancia, la luz… De los gigantescos civilizadores se ignora hasta sus nombres… y como se les ignora y es justo que se les conozca, nos hemos propuesto popularizar la historia de sus estupendos hechos ( Cf. Trueba Alfonso, Cabalgata heroica. Misioneros jesuitas en el Noroeste, Jus, México 1961, p. 3-4).
Llegaron a Veracruz
Una vez embarcados para la misión evangelizadora partieron del puerto andaluz de Sanlúcar de Barrameda el 25 de enero de 1524; el 4 de febrero arribaron a la Gomera, una de las islas Canarias; después el 5 de marzo a Puerto Rico; el 13 de ése mismo mes a la isla de la Española o Santo Domingo; el 30 de abril a la Villa de la Trinidad. Finalmente llegan al puerto de San Juan de Ulúa, en Veracruz, el 13 de mayo de 1524.
Aquel 13 de mayo de 1524 arribó el grupo de misioneros franciscanos conocidos después como los doce apóstoles de México, enviados por el Papa Adriano VI y por el Rey Carlos I de España. Estos serían los primeros encargados de convertir a los indios de la Nueva España al catolicismo.
Al frente de esta misión estuvo fray Martín de Valencia, superior de la provincia franciscana española de San Gabriel y quien por encargo del Ministro General de la orden franciscana Francisco Quiñones, eligió con extraordinario cuidado los doce apóstoles para la expedición.
Estos son los nombres de los doce franciscanos
Martín de Valencia
Francisco de Soto
Martín de Jesús (o de la Coruña)
Juan Suárez
Antonio de Ciudad Rodrigo.
Toribio de Benavente (Motolinía)
García de Cisneros
Luis de Fuensalida
Juan de Ribas
Francisco Jiménez
Andrés de Córdoba (fraile lego)
Juan de Palos (fraile lego)
Indígenas impactados
Hernán Cortés se entera de la llegada de estos misioneros a la ciudad de México e inmediatamente sale a recibirlos en compañía de muchos indios y caciques principales entre ellos Cuauhtémoc (último emperador azteca). La pobre vestimenta de esos frailes impactó a los indígenas, al ver que ellos venían vestidos de manera distinta ya que estaban acostumbrados a ver a los soldados de la conquista bien vestidos y protegidos. Cortés hace una reverencia hacia estos franciscanos besándoles el atuendo con la finalidad de que los indígenas hicieran lo mismo. Pero sobre todo que tuvieran respeto y obediencia hacia ellos. Dando inicio así la evangelización de la Nueva España.
Desde su llegada, estos frailes franciscanos se ganaron el afecto y la confianza de los indígenas por su humilde forma de vivir.
Andaban semi descalzos y con los hábitos desgastados, dormían sobre esteras y eran muy frugales en la comida.
Los indígenas valoraron su laboriosidad y el esfuerzo que hacían para enseñarles y apreciaron el trato afectuoso que les brindaban y el interés por defenderlos de aquellos españoles que los maltrataban. Los derechos de los indios fue una conquista de los misioneros católicos.
Los indígenas no salían de su asombro al ver a aquel grupo de pobres frailes, tan afables y humildes. Y al comentarlo, repetían la palabra Motolinía, hasta que el padre Toribio de Benavente preguntó por su significado. Le dijeron que quiere decir pobre. Y desde entonces fray Toribio tomó para siempre el nombre de Motolinía (Cf. Iraburu José María, Hechos de los apóstoles de América, Gratis Date, Pamplona, p. 102).
Los misioneros fueron desde su llegada los protectores, padres y civilizadores de los indígenas, integrándoles poco a poco y con ingentes esfuerzos en el nuevo país que surgía después de la conquista.
Los primeros franciscanos
Jaime Septién Crespo/Periodista católico
La caída de México-Tenochtitlan, en agosto de 1521 propició una serie de cartas y peticiones de Cortés al emperador Carlos V para que enviaran, con carácter de urgente, misioneros a México, sacerdotes preferentemente de las órdenes mendicantes que apoyaran en la evangelización de los pueblos conquistados.
Tres frailes franciscanos fueron llamados desde Bélgica para empezar a trazar el camino del Evangelio en la Nueva España: fray Juan de Aora, fray Juan de Tecto y fray Pedro de Gante. Este último, no obstante tener bases poco firmes del castellano ni, mucho menos, del náhuatl, dedicó su vida a la enseñanza y es considerado el primer maestro del Nuevo Mundo.
Sin embargo, como escribió el sacerdote e historiador mexicano José Gutiérrez Casillas, “ni estos primeros franciscanos, ni los primitivos capellanes del ejército español puede decirse que fueron en pleno sentido de la palabra los fundadores de la Iglesia mexicana. Tal honor cupo a la misión de doce frailes enviados por el Papa Adriano VI”.
Estos doce frailes, más tarde conocidos como “los doce apóstoles” de la conquista espiritual de la Nueva España, tras un azaroso y difícil viaje por el Océano Atlántico (en aquel entonces duraba meses y estaba expuesto a toda clase de vicisitudes) llegaron a Veracruz (San Juan de Ulúa) el 13 de mayo de 1524.
Encabezados por fray Martín de Valencia –primera autoridad eclesiástica que llegó a México—los otros once frailes franciscanos fueron: Francisco de Soto, Martín de la Coruña. Toribio de Benavente (después apodado por los indígenas “Motolinía”, por su apego a los pobres), Luis de Fuensalida, Antonio de Ciudad Rodrigo, Juan Suárez, García de Cisneros, Juan de Ribas, Juan de Palos y Andrés de Córdoba.
Todos ellos exhibieron, durante su vida en el recién conquistado territorio para la Corona española, un celo misionero y apostólico que –entre otras cosas—los llevó, en ese mismo año de 1524, quizá a inicios de 1525 (las fechas no suelen ser tan exactas) a enfrentar a los sabios del universo de los aztecas en unos “coloquios” memorables.
Recuperar el cristianismo
En estos coloquios (recogidos por fray Bernardino de Sahagún, apoyado por sus alumnos del Colegio de Tlatelolco a mediados del siglo XVI) pusieron las bases de la nueva evangelización, haciendo entender a los sabios indígenas quién era el Dios verdadero, el “Dios por quien se vive”, que siete años más tarde, aquel 12 de diciembre de 1531, la Virgen de Guadalupe mostró a san Juan Diego en la colina del Tepeyac.
“Los doce” tenían por consigna “recuperar” para el Evangelio las nuevas tierras descubiertas por Cristóbal Colón tras las reformas luteranas que habían hecho perder a la Iglesia partes fundamentales de Europa. Sin embargo, no lo hicieron (como la “leyenda negra” afirma) con la violencia y la imposición de los arcabuces, sino con la fuerza del propio Evangelio y su testimonio de pobreza y servicio a los indígenas.
Les apremiaba salvar almas para Cristo, toda vez que el Nuevo Mundo representaba, para ellos, un anuncio del final de los tiempos. Querían crear un cristianismo ejemplar, que preparara el “millenium” que antecede al reino de Dios. Mientras Europa se desgajaba por la reforma protestante, América era la esperanza de un “nuevo canto al Señor”.
Los indígenas a la Salvación
La visión franciscana de la historia, “en la que cada suceso, lejos de ser un accidente, es un eslabón en el plan de la providencia”, establece que todo lo sucedido en el Nuevo Mundo estaba “previsto por Dios y anunciado por sus profetas”, según lo apunta Elsa Cecilia Frost en un libro fundamental: La historia de Dios en las Indias.
En consecuencia, los misioneros tenían el deber de llevar a los indígenas a la salvación, liberándolos del culto a sus dioses, enseñándoles que los sacrificios humanos y todas sus idolatrías eran posesiones del demonio. Que Cristo, con su sangre, ya los había redimido, pues ellos eran también hijos de Dios.
Otro franciscano, fray Jerónimo de Mendieta veía en los naturales un ejemplo de humildad, respeto, obediencia, mansedumbre. “La paciencia de los indios es increíble… En la paciencia y conformidad con la voluntad de Dios con que mueren, quisiera alegrarme…”.
El diablo los había tomado por su inocencia. El Evangelio hará que surja un pueblo que compense lo que Europa perdió con la irrupción de Lutero. La nueva cristiandad será posible y, con ella, el fin de los tiempos. Todos seremos uno con Cristo. (Publicado en Aleteia)
Para saber…
El 13 de agosto de 1523 llegaron a estas tierras, como capellanes y sin autoridad apostólica, los tres primeros frailes franciscanos, Pedro de Gante, Juan de Tecto y Juan de Aora, quienes se encargaron de realizar la primera configuración eclesiástica de los territorios de la naciente Nueva España.