Pbro. Jaime Melchor/Formador del Seminario
Sin duda alguna el fin de la Cuaresma y la celebración del Triduo Pascual nos han ayudado a dar pasos en la fe, la esperanza y el amor. Quizá no lo percibimos tan fácilmente, pero si hemos abierto el corazón al proyecto de salvación y liberación que Dios ofrece, los frutos empezarán a brotar. La palabra de Dios nos enseña que a un corazón arrepentido no lo desprecia el Señor (sal 51, 19). Durante la Cuaresma vimos cómo el maligno acecha, como lo hizo con Cristo en el desierto, sin embargo, el Espíritu Santo nos da la gracia para vencer. Esta garantía del Señor que ha padecido, muerto y resucitado, es para todos los que creen y confían en su palabra.
¡Qué bellos regalos nos ha ofrecido el Señor con su sufrimiento de amor! ¡Que no pasen desapercibidos ante nuestros ojos! El Sacerdocio de la Nueva Alianza, pactada con su sangre preciosa (Mt 26,26-29). ¡Qué maravilloso don para algunos de nosotros a quienes consagró eternamente sacerdotes! ¡Y qué decir de la Sagrada Eucaristía: Su Cuerpo y Sangre, vida eterna! Hemos contemplado al Hijo de Dios amado, clavado en cruz por nuestros pecados y por cada uno de nosotros,pecadores. ¿No es esto motivo para llorar de gratitud ante tan grande misterio? Acompañar y recibir a María como madre es nuestro gran consuelo, ella es modelo de adoración a Cristo crucificado (Jn 19,25-27).
Sin embargo, la noche santa de la Resurrección vino a renovar la esperanza de los que han llorado, porque la vida nueva de Jesús es también la vida para su Iglesia, creyente en su promesa (Jn 20).
Hoy nos toca pedir como los discípulos de Emaús:»¡Quédate con nosotros, Señor! La noche está cayendo»( Lc 24,29). Cristo parte el pan y su pueblo lo reconoce, se fortalece y entusiasma para anunciar la Buena Nueva. La Pascua de Jesús y su actualización en la celebración de la Eucaristía nos abren los ojos y disipan los miedos. Esta promesa del Señor, quedarse con nosotros hasta el fin del mundo (Mt 28,20), se cumple en cada Misa. Jesús está en la hostia y el vino consagrados. Adoramos su Cuerpo, que también se reserva en el sagrario. Cada Hora Santa es momento para adorar este Santo Misterio. Decimos en la Adoración nocturna: Signo de Unidad; Vínculo de caridad y Sacramento de Piedad.
Este tiempo Pascual es para renovar más aún la fe, la esperanza, la caridad y la comunión, como lo hemos hecho en la Vigilia del Sábado Santo. Sin embargo, nuestra vida y actitud en la vida diaria han de dar cuenta del don que se nos dio. El amor de Dios se derrama en sus hijos, por el Espíritu Santo recibido (Cfr. Rom 5,5). Este mismo Espíritu será quien al finalizar el Tiempo Pascual, nos confirma y reafirma la fe. Superando todo temor, nos vuelve profetas. Nuestra misión es continuar perseverantes anunciando: ¡Cristo ha resucitado, y su Iglesia se renueva en Él!